Responsabilidad ante el trabajo: ¿Serán todos los viernes «santos»?
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El hambre espía en la casa de los pobres, pero si la habitan personas trabajadoras, no se atreve a entrar.
Benjamin Franklin
Bien temprano, me dije para mis adentros, no llegaba al mediodía aún, la prestancia a encarar su jornada con responsabilidad al parecer se había quedado envuelta en las sábanas de casa, y su mente andaba en sentido totalmente opuesto a su cuerpo. Sí, estaba allí, como otra de tantas funcionarias, sentada en su oficina, en apariencia cumpliendo con su contenido de trabajo, pero lamentablemente era viernes.
El trabajo es una actividad prácticamente inherente a la evolución del hombre. Las primeras manifestaciones del mismo surgieron como necesidad de este para subsistir. Ya en la antigua Grecia, Eurípides, poeta y pensador, aseguró que: «el trabajo es el padre de la gloria y la felicidad».
Al parecer, en la Cuba de nuestros días, la gloria y la felicidad, si de trabajo se trata, han quedado huérfanas. Varias experiencias vividas, además del eco potente de pasajes similares en los que han estado involucradas personas allegadas y otras no tanto, me instaron a reflexionar sobre la cultura y responsabilidad hacia el trabajo en nuestra sociedad.
«El viernes deberían darlo para lavar y adelantar las labores de la casa», espetó alguien en medio de una reunión en su centro laboral. Los padecimientos y dolores proliferan ese día de la semana, especialmente después del mediodía. Cualquier conflicto de índole personal se antepone al deber y la responsabilidad de encarar completamente la jornada de viernes. Como si buena parte de ellos se consideraran «santos».
Una simple mirada al proliferante fenómeno halla varias posibles causas:
Si bien trabajar es un derecho de todo ciudadano, como igualmente lo constituye el descanso y la relación entre ambas variables, también deviene un deber para con la sociedad, la Revolución, nuestro sistema socialista. Justo ahí se establece un vínculo: desde mi perspectiva, estas conductas constituyen un uso abusivo o interpretación distorsionada de los derechos del trabajador.
En reiteradas ocasiones he escuchado, y debatido incluso, sobre paternalismo, ese enemigo con túnica sobreprotectora que durante años siempre nos ha acechado. No digo que nos montemos en los modelos imperialistas de explotación inhumana, como sucede con miles de trabajadores de la industria avícola en Estados Unidos, quienes sufren un trato inhumano en las plantas de producción, según un recién informe de la rama americana de la ONG Oxfam, publicado en Rusia Today.
De acuerdo con los datos de Oxfam, algunos empleados se ven obligados a pedir permiso a sus superiores para ir al baño, o incluso a usar pañales para no interrumpir el proceso de producción. El informe, basado en decenas de entrevistas con trabajadores de la industria avícola de EE.UU. realizadas entre 2013 y 2016, da a conocer las condiciones diarias de trabajo de miles de empleados en el sector, algunas de las cuales suponen, incluso, una amenaza para la vida.
«Los trabajadores enfrentan dificultades para satisfacer sus necesidades humanas básicas. Orinan y defecan mientras están de pie en la línea de producción, usan pañales, restringen peligrosamente la ingesta de líquidos, tienen que soportar dolor y malestar mientras se preocupan por su salud y la seguridad laboral. Y no es solo su dignidad lo que sufre, sino que también corren el riesgo de padecer problemas de salud graves», denuncia el informe.
Eso nunca. Sin embargo, nuestro modelo debe abogar por elevar la cultura hacia el trabajo, el sentido de pertenencia de cada trabajador para con su entidad, el objeto social que desarrolla.
Hay muchas personas que expresan un estado de indiferencia marcado hacia su actividad laboral cotidiana. En ocasiones, este fenómeno está asociado con el hecho de que nos desenvolvemos en un área en la cual no hallamos placer o realización. Otro enemigo lo encontramos en los bajos salarios o la pobre remuneración que reciben los trabajadores en muchas de las esferas en las que se desenvuelven.
Y otra posible razón estriba en que, de alguna manera, la reducción de la jornada laboral los viernes se ha entronizado en la mente de millares de cubanos sin ningún costo o secuela derivada de la falla o el incumplimiento. La responsabilidad también se educa, se inculca, más allá de que sus patrones hereditarios o familiares sean los correctos.
No soy muy partidario del término «pasarle la mano», pero es real que en reiteradas ocasiones los jefes o cuadros de dirección se hacen los de la «vista gorda» con sus subordinados cuando se toman la tarde del viernes. Estamos urgidos de ganar en responsabilidad, de asumir de manera consciente nuestro rol en cada escenario laboral, de saber el costo de una falla o de esa indiferencia para con el trabajo asociada al viernes corto.
¿Se ha puesto a pensar cuántos procesos se retrasan, cuántos trámites se postergan, cuántas concertaciones se dilatan, o simplemente cuántos servicios dejan de brindarse como es debido este día de la semana? ¿Será una nueva expresión del adventismo?
Si quiere de alguna manera comprobar el fenómeno expuesto, sencillamente acuda a alguna tienda o establecimiento recaudador de divisa un viernes y notará el mayor volumen de clientela, por solo citar un ejemplo.
Estas líneas pretenden invitar a la reflexión. Actores somos todos de esta puesta en escena, en mayor o menor medida. Así como establecemos prioridades de la más diversa índole, el trabajo y nuestra responsabilidad social deben convertirse en una de ellas.
El estado cubano tiene como política amparar a todos sus trabajadores. Seamos recíprocos, retribuyamos esa divisa de nuestro sistema socialista. Así, aunque no lo parezca, contribuiremos a que nuestra nación transite por cauces de prosperidad y sostenibilidad.
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