Geopolítica: El ataque iraní y la culpa del Occidente colectivo

Geopolítica: El ataque iraní y la culpa del Occidente colectivo
Fecha de publicación: 
16 Abril 2024
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Acaba de suceder lo que se pensó muchas veces que podía darse. El peor escenario de una confrontación entre potencias regionales producto del fracaso de los mecanismos de negociación internacionales. El modelo salido de 1945 ha hecho aguas y ello está determinado por la instrumentalización por parte del Occidente Colectivo de las instancias para sus propios intereses. En medio de la escalada entre oponentes, en la cual se le ha permitido a Israel llevar adelante una matanza de más de 30 mil personas incluyendo niños; el aislamiento internacional, la enajenación de los mecanismos de representación y la no salida diplomática para el conflicto son elementos que desembocan en confrontaciones que se sabe cómo empiezan, pero no como terminan. El ataque iraní a territorio israelí es la marca de que el conflicto en el Medio Oriente pasó a otro nivel y que ya no es posible seguir analizando dicho escenario a partir de las mismas categorías políticas.

Por un lado, llama la atención el hecho de que el ataque se haya anunciado por el propio gobierno iraní, lo cual dio tiempo a las autoridades de Tel Aviv a prepararse y minimizar los daños. Por otro, el hecho de que este suceso de alguna manera reconecta al régimen sionista con sus aliados tradicionales los norteamericanos, quienes en los últimos tiempos estuvieron distantes debido a la imposibilidad de sostener éticamente la matanza desproporcionada contra los civiles en Gaza. Y no es que Estados Unidos haya dejado de darle respaldo a Israel, sino que el genocidio sin precedentes le estaba generando problemas a Biden en las bases de su partido de cara a las elecciones. Algo así estaba pasando con el gobierno de Israel, que se hallaba a la baja en cuanto a popularidad y con manifestaciones crecientes en contra de la guerra. Ni se logró rescatar a los rehenes de Hamas ni destruir a dicha organización, dos objetivos que eran la justificación de la operación bélica a gran escala contra Palestina. En un escenario de pérdida de respaldo y de legitimidad, pareciera que la provocación hacia Irán era necesaria para volver a lograr una cohesión en el Occidente Colectivo en torno a Israel. Cosa esta última que ha sido el resultado inmediato de los ataques de Teherán. El atentado a la embajada en Damasco apunta a una agenda por parte de Israel cuyo objetivo era sacar un rédito del efecto rebote.

Pero más que eso, los líderes de Israel están conscientes de que solo de esa manera pueden reflotar el nacionalismo y la unidad de por sí resquebrajada hacia el interior del Estado. Una cuestión que no por ideológica deja de ser perentoria, sobre todo si tenemos en cuenta que por su relativa poca población y tamaño, dicho país requiere del acuerdo entre todos los sectores para llevar adelante los planes de colonización y de ocupación de la Franja de Gaza. Israel, una entidad política cuestionada, basa su sentido como institución en la permanencia de esos ciudadanos en los territorios conquistados, así como en la idea de un destino histórico de origen teológico. Irán, una potencia regional, posee además rivalidad con Arabia Saudita y compite en el espacio cultural del Medio Oriente por permanecer en la pugna simbólica y religiosa como un referente. Para Teherán, el régimen de Tel Aviv es como la némesis de su propia esencia y por ello el complicado juego geopolítico en la zona tiende a tensarse. Los recientes acercamientos entre Riad y Tel Aviv alarmaron a Irán, ya que ello presupone un desbalance en el equilibrio tradicional de la región.

En medio de todo eso, la presencia occidental en el Medio Oriente complejiza aún más las relaciones y las torna imposibles en ocasiones. Estados Unidos posee varias bases militares y de hecho sostiene tropas listas para la acción. Durante los ataques con drones iraníes Inglaterra movilizó a sus aviones de los enclaves en Chipre. Un estallido en la región no sería una cuestión local ni de pequeña envergadura, ya que, por los recursos, por la posición geográfica y por la diversidad de intereses y de visiones; existe el polvorín perfecto para una tercera guerra mundial. Por ahora, no se sabe si Israel va a responder el ataque de Irán. Y si lo hace, se desconoce cómo, dónde y cuándo. Además, al unísono de producirse el ataque, los efectivos de las entidades de resistencia árabe en las naciones vecinas a Israel también arremetieron, entre ellos Hezbolla. Estas tropas, que Tel Aviv relaciona con Teherán, poseen poder de fuego desestabilizador que pueden en algún momento tener un impacto. Y aunque el Domo de Hierro de Israel repelió un 99 por ciento de los misiles cruceros y de los drones, puede darse el caso de que en posteriores incursiones no exista ese nivel de éxito. Además, en la región prima la Ley del Talión y es difícil creer en la capacidad de contención de las partes. Todo apunta a que, si los intereses mayores de índole geopolítica no se implican, las potencias regionales pudieran hacer una escalada.

¿Qué más se puede pensar de la posible respuesta de Israel? Sin dudas, Tel Aviv posee mayor poder de fuego y se sirve de una red de alianzas internacionales que no posee Irán, a pesar de ser un amigo estratégico de importantes superpotencias. Pero ni Rusia ni China al parecer poseen un nivel de implicación que les permita jugar otro papel por ahora en el tablero geopolítico. Moscú está enfrascado en la guerra de Ucrania, que pareciera entrar en un punto de viraje definitivo de cara a las negociaciones de paz. Beijing no quiere prender la mecha que puede dar paso a un conflicto mayor en el caso del tema de Taiwán. En todos esos escenarios, la ecuación que está detrás es la crisis del sistema de negociaciones políticas salido de la segunda guerra mundial. Una serie de tratados que en la medida en que el Occidente Colectivo agrava su decadencia, se muestran menos neutrales y más politizados a la fuerza. Por ende, menos creíbles. En la zona del Medio Oriente, donde la ley del más fuerte ha sido por largo tiempo algo común, el derecho internacional posee un terreno mucho más yermo. Las esperanzas de que las partes distiendan los ánimos son lejanas, dadas las bajas civiles de Gaza. Un punto de no retorno para Israel de cara a su relación con el mundo árabe.

Sin un sistema de tratados internacionales que mediante el derecho vinculante se frenen las iniciativas belicistas y de juego geopolítico, se le está abriendo el espacio a la confrontación a gran escala y eso puede darse en cualquiera de los escenarios anteriores. Israel pudiera enviar un ataque en respuesta a Irán y eso dar paso a una cadena de hechos imparable. Por eso el consejo, casi la orden, que le dio Estados Unidos a Tel Aviv es que se centre en el éxito de haber repelido los misiles y drones y no en devolver el golpe. Occidente está al tanto de la envergadura que su propia política ha creado en torno a los escenarios de guerra, si bien ha hecho bien poco para atajar las terribles consecuencias. Pareciera que ya cuando el fuego está tomando derroteros mayores, se mueven las fichas para atenuar las llamas de forma insuficiente. La administración Biden está en una encrucijada. Si no apoya a Israel, Trump capitalizará el soporte electoral del sionismo y con ello importantes fondos y espacios de influencia social de cara a las elecciones. Si, por el contrario, respalda a Israel, no se sabe a qué punto puede escalar todo y poner en peligro existencial a todo el mundo. Tanto una ecuación como la otra ofrecen peligros y habría que ver qué postura tiene el estado profundo norteamericano al respecto para poder derivar una matriz de análisis.

Irán, por su parte, aunque es un aliado estratégico de grandes superpotencias, no puede contar con una presencia directa de esos poderes en una batalla contra Occidente. Por el momento, Moscú y Beijing están garantizando su propia vida como entidades políticas y aunque Teherán es un amigo valioso, una tercera guerra mundial es algo que nadie quiere iniciar. Quizás por eso, Irán dijo que se daba por satisfecho si Israel dejaba las hostilidades en este punto y no se producía una escalada. Y es que este enfrentamiento a gran escala posee la fórmula de perder/perder para todos y algo así no valdría para nada la pena ¿A quiénes les ha convenido todo esto? A los sectores más extremistas del sionismo que desean justificar la agresión a Gaza y seguir obteniendo el apoyo militar y político del Occidente Colectivo. El fantasma de Irán será esgrimido ahora por los fundamentalistas sionistas para azuzar la necesidad de más fuerza y más demostración de poder. Una escalada que sí conduce a mediano plazo a otro choque con las potencias regionales enemigas o sea contra Irán. Pareciera que la serpiente se muerde la cola y que el escenario más oscuro, que pocos desean, se nos acerca una y otra vez. La radicalización de posiciones en torno a los intereses en la región no va a desembocar en un punto de distención ni de negociaciones, sino que al contrario será la fuerza el elemento que decida los siguientes pasos de los diferentes actores.

Hay que tener en cuenta que el ataque de Irán es un desafío a Occidente y una muestra de la decadencia de los Estados Unidos en la región, a quien en otro momento nadie se hubiera atrevido a rozar ni con el pétalo de una flor. Esa imagen se complementa con la de una China en ascenso en el norte de África y en el Cercano Oriente, y que además supone ventajas comerciales y de tecnología. Todo eso, comparado con la diplomacia de la pólvora de Occidente, es muy superior en términos de soberanía y de respeto al desarrollo de los pueblos. Habría que ver si detrás de los hechos visibles está además ese otro mundo nuevo que está naciendo tras las bambalinas de un conflicto con implicaciones globales. Irán por su parte, no dejará que su posición de líder islámico decaiga y habrá que tener en cuenta esta jugada como una muestra de lo mucho que ese actor está dispuesto a hacer en una región cambiante y dinámica. Si Israel responde, la situación se saldrá totalmente de control.

Pero ¿cómo miran los Estados Unidos hacia este problema? Israel es su aliado más cercano e importante en el mundo. La élite norteamericana previsiblemente dará su respaldo a la de Tel Aviv, aunque se esté produciendo una matanza bochornosa en Gaza. Pero más allá de que la política posea estas realidades pragmáticas, ni siquiera a la Casa Blanca ya le está conviniendo el enfoque que el nacionalismo sionista está haciendo de la situación. Pareciera que los de Israel halan a los de Washington hacia posicionamientos incómodos en los cuales se ponen en peligro las tornas del poderío norteamericano en una etapa en que es altamente cuestionado. Después de todo, el escenario de Ucrania ha demostrado que ni siquiera la OTAN puede hacer lo que quiera en un mundo donde crece la multipolaridad y en el cual los arsenales de rusos y chinos superan en efectividad y número creciente a los de los occidentales. En todo eso, ¿quién determina lo que va a pasar, Israel o Estados Unidos?, ¿Quién domina a quién?

Lo preocupante es que no se avizora un enfoque de solución integral, sino que incluso las partes en conflicto aprovechan los sucesos para darles golpes al contrario en dependencia de cómo esté la correlación de fuerzas. Ahora mismo se pudiera estar ante la posible creación de bloques regionales en los cuales se pongan de manifiesto los intereses en pugna en el Medio Oriente. La pasividad de otros actores estatales importantes no debe interpretarse como neutralidad. Todo eso fragmenta el poder occidental en ese lugar del mundo y tiende a crear un caos que puede ser capitalizado por las ententes en cuestión. Por su parte, la ONU se está mostrando totalmente inoperante en materia de conciliación y de llamado a la paz. Nadie parece interesado en poner en vigor los principios de la carta del derecho internacional. Las razones que asisten a unos y otros parecen válidas para los mismos, ya que están dadas por esencias existenciales de índole geopolítica.

Israel cree defender su núcleo o sea el proyecto sionista, aunque para eso haya que hacer correr una sangría sin precedentes y el crimen manche las manos de los verdugos con la vergüenza eterna. Irán posee un liderazgo que se mezcla con lo religioso y lo geopolítico y no está dispuesto a dejar esa posición que es además respaldada por el creciente multilateralismo. Estados Unidos está en retroceso en la región y requiere de un aliado incondicional que siga siendo su embajada en cuanto a intereses y una especie de garante militar y político, por eso apoya a Israel. Europa está enfrascada en la guerra en Ucrania y se debate entre el gasto militar creciente y el precio de los combustibles. Inglaterra respalda a Estados Unidos y se comporta como antaño su poder colonial, usando de manera discrecional sus fuerzas militares en el tablero.

En el Medio Oriente, por demás, no se puede aplicar la doctrina de la era globalista de manera indiscriminada por una cuestión de cultura por lo cual se mantiene como mecanismo la dominación directa mediante la fuerza y no tanto la hegemonía. Eso le imprime un pragmatismo a la geopolítica de la región que la distingue del resto del mundo. Aparentemente existen alianzas y desacuerdos por religión, pero flotan los intereses del petróleo. De hecho, un encarecimiento de ese producto fruto de otra guerra global no le conviene ni a Occidente ni a Estados Unidos, que están a la baja en cuanto a producción industrial frente a China y perderían mercados competitivos. Es un sitio donde el globalismo neoliberal tiene que operar con aliados culturales que poseen otras matrices y por ende no aplica la hegemonía que las revueltas de colores garantizan en otros horizontes. El Medio Oriente es un tablero convulso que será difícil de calmar. Más que una apuesta por las cuestiones armadas, la humanidad merece un replanteo de si el viejo orden mundial salido de 1945 responde a la actual correlación de fuerzas. Si no se hace una evaluación responsable de esto, serán los misiles y las tropas quienes decidirán y estaremos en un callejón sin salida. Pero a Occidente no le será fácil soltar la supremacía que desde el fin de la segunda guerra mundial posee en este sistema de tratados ya hoy obsoleto y que solo genera más crispación e ineficacia.

De cara a las elecciones en los Estados Unidos, el imperio globalista de los demócratas tiene que seguir apoyando las guerras que ha iniciado de alguna manera a partir de su torpe manejo de la política exterior. Ello derivará en pérdida de las bases en las elecciones y deslegitimación. La república imperial de los republicanos apostará por acercarse a Israel como aliado para sostener el viejo orden, pero sin éxito dado el cambio de las condiciones y equilibrios globales. De esa prevalencia entre dos variantes de una misma agenda depende lo que vaya a pasar. El peso del dólar y su permanencia como divisa global es algo que habrá que analizar en otros espacios. En ese sentido, las guerras trasmiten mayor inseguridad global y van a la larga contra la credibilidad del dólar y de las finanzas occidentales. Solo falta un quiebre definitivo para que el mundo retorne a divisiones en el orden monetario que ahora mismo no son previsibles en cuanto a dimensión económica.

Si Israel responde se estará ante las puertas de lo terrible y habrá que tener en cuentas otras variables y categorías de análisis…si aún estamos vivos.

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