Bolivia: el tiro por la culata
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El destituido jefe militar del Ejército de Bolivia, Juan José Zúñiga, es escoltado para su presentación en dependencias de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen, tras ser detenido por ser parte de una toma de militares de la sede del Gobierno de Bolivia, en La Paz (Bolivia). EFE/ STR
El dinero de la oligarquía santacruceña y el afán de poder de militares que maldirigían a las fuerzas armadas fueron insuficientes para derribar al gobierno que preside Luis Arce y de paso vengarse del expresidente Evo Morales.
Lo ridículo de esto es que, previendo que la intentona fracasara, partidos de oposición y descarados, que se autodenominan expertos, de la política boliviana se hicieron eco y dieron pábulo al pretexto esgrimido por quien encabezó la insurrección, el jefe del Ejército Juan José Zúñiga por si esta fallaba: el propio Arce lo había promocionado para elevar su popularidad.
Lo primero es que el intento golpista se circunscribió a La Paz, a las inmediaciones y la sede del gobierno, y no encontró eco en el resto de los mandos militares, por lo que fue rápidamente sofocado, amén de que miles de personas se agolparon frente al palacio presidencial para mostrar su repudio al grupo castrense sublevado y enfrentar a algunos disidentes que intentaron mostrar músculo para amedrentar al pueblo.
El líder del frustrado hecho tenía como objetivo lograr derrocar a Arce, impedir que Evo Morales se volviera a postular como candidato presidencial y lograr la libertad de la otrora detentadora ilegal del poder, Jeanine Añez, y del siempre cabeza de la reacción y multimillonario ex gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho.
ANTECEDENTE
Este intento de golpe de Estado no comenzó hoy, sino que su antecedente más próximo es cuando el general golpista criticó públicamente al gobierno del presidente Luis Arce y al expresidente Evo Morales.
Eso fue creando el ambiente que derivó en el hecho de violencia de las primeras horas del miércoles 26, con la toma por la fuerza de la plaza Murillo y el ingreso violento al palacio de gobierno, donde Arce se enfrentó a Zúñiga, lo conminó a rendirse y, posteriormente, lo sustituyó por José Wilson Sánchez Velázquez.
Además, nombró a los comandantes de las otras dos fuerzas del orden, lo cual desarticuló el golpe de Estado e hizo regresar a los sublevados a sus cuarteles.
En horas de la noche, Arce agradeció al pueblo la masiva movilización en defensa de la democracia:
“Saludamos y expresamos nuestro más sincero agradecimiento a nuestras organizaciones sociales y a todo el pueblo boliviano, que salieron a las calles y se expresaron a través de distintos medios de comunicación, manifestando su rechazo a la intentona golpista, que lo único que hace es dañar la imagen de la democracia boliviana a nivel internacional y generar incertidumbre innecesaria en momentos en los que las y los bolivianos necesitamos trabajar para sacar adelante al país”.
Recordemos que en el 2022, Zúñiga fue designado como comandante general del Ejército, mediante un decreto del presidente Arce.
Tras asumir el cargo, Zúñiga fue denunciado por un presunto desfalco de 2,7 millones de bolivianos que estaban destinados al pago de los bonos Juancito Pinto, Dignidad y viáticos para militares. Según la denuncia, fue en el 2013 durante su gestión en el Regimiento REIM-23 Max Toledo.
En ese entonces, el expresidente Evo Morales acusó a Zúñiga de formar parte de un “plan negro” en su contra y de liderar un grupo del Ejército llamado Pachacho.
Durante los últimos días, el nombre de Zúñiga tomó revuelo tras sus polémicas declaraciones sobre la candidatura del líder del Movimiento Al Socialismo (MAS) Evo Morales y las advertencias sobre una posible detención en caso de que el exmandatario insistiera con su postulación.
CONSPIRACIÓN LATENTE
En todo esto, por supuesto, emerge la conspiración latente, constante, de los secesionistas de Santa Cruz.
Allí se concentra el 11% de la población boliviana, pero están los principales latifundistas, los dueños de industrias y bancos, quienes preconizan la discriminación que aun golpea a muchos sectores no blanco.
Es el centro de la derecha boliviana que ha traicionado repetidamente la convivencia humana, apelando a sus raíces nazis que durante el más reciente gobierno de Evo Morales hizo blanco en dos de los llamados símbolos del Estado Plurinacional:
La investidura presidencial y la wiphala, la bandera de los mayoritarios pueblos originarios. De paso, humilló a dos indígenas de la mayor representatividad: el entonces vicepresidente David Choquehuanca y el “tata” (autoridad, en aimara) del Consejo Nacional de Ayllus y Marcas del Qullasuyu, Iver Valenzuela.
El abanderado de este hecho bochornoso fue, como en el golpe del 2019 contra Evo, el gobernador de Santa Cruz, Fernando Camacho. Sus cómplices, el amplio abanico de dirigentes de la ultraderecha.
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