MI BIBLIOTECA: La bodega
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Imagen tomada de https://dkristal.es
Buscando las efemérides gastronómicas del mes de febrero encontré que el 18 es el día internacional para “beber vino”. Así lo leí de varias fuentes, aunque existen otras más reconocidas, por ejemplo, como el 24 de noviembre y el 4 de diciembre específicos del vino tinto y el Cabernet Franc. Y seguramente habrá más fechas alegóricas, mundiales y locales, como justificación para una copa, o, como en este caso, para escribir.
Se estima que existe vino desde el año seis mil antes de Cristo, y eso es muchísimo tiempo. Civilizaciones milenarias como la egipcia y la griega ya lo elaboraban, así como en el Imperio romano, y hasta en la Biblia se menciona que Noé, el del arca que salvó a la humanidad del diluvio, hizo vino, se lo bebió y emborrachó.
Así que no hablamos de cualquier mejunje sino de uno que es más que tradición y cultura, ha acompañado a hombres y mujeres por siglos, y relatar su historia sería interminable porque, hasta hoy, ocupa un lugar importante en nuestra cotidianidad, presente en celebraciones, en comidas, en momentos de introspección y ocio.
Muchos son los tipos de vino. De sabor más o menos intenso, seco, dulce, especiado y hasta algunos innovadores como el cubano de arroz que en realidad debería llevar otro apodo porque el vocablo vino ya se explica por sí solo, de uva, por lo tanto no puede haber vino de arroz ni de remolacha. No obstante, son famosas esas bebidas en algunas regiones del país, y también en otros países.
Sin embargo, no importa si son de cepas de renombre como Cabernet Sauvignon y Chardonay, o la Tempranillo de Pinar del Río; si es chileno, francés, o el artesanal criollo casi avinagrado del patio si siente orgullo de él. Tampoco es relevante si es tinto, blanco, rosado o espumoso; si lo bebe en copa, vaso o del pico de la botella. Menos interesa si tienen cartelitos presuntuosos como Aubert, Lé Lucére, Châteaux Margaux, Viña Errázuriz, o si lo que se tiene a mano es Fortín, Soroa o el sin designación que hizo el abuelo. Lo importante es disfrutarlo como verdadero manjar que es, sea cual sea el gusto o acceso.
Fotografía de la autora
Del vino se ha dicho mucho, por eso se me ocurre recordar este día a través de un libro que me leí hace quince años, La bodega, de Noah Gordon (Estados Unidos, 1926-2021). En ella todo gira alrededor de esa bebida, tan antigua y apreciada en la gastronomía global.
En 2007 fue publicada esta, la última novela del escritor norteamericano, famoso por su trilogía de la familia Cole (El médico, Chamán y La doctora Cole). El best seller La bodega es una historia de amor, suspenso e intriga en la Cataluña de finales del siglo XIX. Se desarrolla en medio del ajetreo político y los conflictos crudos de la época, pasados por rezagos caprichosos de la religión católica.
El texto del que hoy hablamos cuenta la historia de Josep Álvarez, un apasionado vinicultor, pero insipiente, que vive no pocas dificultades mientras se desenvuelve en el mundo del vino intentando lograr uno de calidad, a pesar del proceso tan difícil que resulta en un contexto de penurias, aprietos sociales y la competencia en un mercado liderado por grandes productores.
A su favor el protagonista de La bodega tiene entusiasmo, persistencia, y, lo más elemental, habilidades y un paladar exquisito. Le toca empezar de cero y reinventarse con cada crisis relacionada con plagas, el clima o las personas, hasta conseguir un vino fino gracias a la combinación de técnicas tradicionales e innovadoras.
Imagen tomada de https://www.gob.mx
Es una narración atractiva que describe cómo se concebía esta práctica milenaria, a veces sin recursos económicos suficientes y desde la inexperiencia. Es una historia de constancia y superación que entretiene y nos ofrece un mensaje positivo y de emociones. Además, logra suscitar interés a través de sus personajes bien construidos y el tratamiento de temas universales como las raíces familiares y los afectos.
No por casualidad La bodega está enmarcada en España, el propio autor confesó que no fue hasta que conoció ese país que supo lo que era un buen vino. De ese modo catalogó al ibérico entre los mejores del mundo. Y es cierto que es tierra de gran herencia vinícola.
Así surgió su idea de novela que, como es habitual en sus obras, entrelaza ficción con referencias históricas. Para ello se nutrió de la sabiduría de otros, visitó viñedos y bodegas, comió queso y bebió vino (el maridaje perfecto para muchos). Estudió y habló con pequeños productores portadores de alta estirpe en esa esfera.
La bodega es calificada como una novela suave, a veces con ritmo acompasado, pero ha sido bien acogida por la crítica de manera general. Es una lectura amena que nos permite adentrarnos en el fascinante arte del vino y conocer pormenores del proceso, desde su siembra y recolección hasta la fermentación y embotellado. Es un homenaje a una de las tradiciones más arraigadas.
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