Nancy Morejón en sus ochenta (+ POEMAS)
especiales
Tu pelo, para algunos,/ era diablura del infierno;/ pero el zunzún allí/puso su nido, sin reparos... —escribe Nancy Morejón en su poema Negro. Nótese la belleza y el potente simbolismo de la imagen, concebida desde la complejidad de una construcción cultural. No hay folclorismo ni regodeos costumbristas en la obra de esta escritora inmensa, nacida en La Habana hace hoy ochenta años.
Sus textos recrean temas esenciales de la identidad cubana y afrocaribeña. Es más, ella misma ha contribuido a perfilar ese acervo riquísimo, con su propuesta lírica y ensayística. En el Caribe, amalgama de pueblos y culturas, su voz ha resumido aspiraciones y desafíos comunes.
La mujer, la historia, la capacidad de resistencia... Nancy Morejón ha explorado la complejidad de una experiencia compartida. No es poesía de la mera contemplación: ella ha agitado el árbol desde la raíz, en un cuerpo lírico que entrelaza intimidad con reivindicación colectiva.
Sus versos muchas veces parecen emerger de la fragilidad del ser para terminar afianzarse en la fortaleza y la resiliencia: Acaso no he olvidado ni mi costa/ perdida, ni mi lengua ancestral./
Me dejaron aquí y aquí he vivido./
Y porque trabajé como una bestia,/
aquí volví a nacer —dice en su poema Mujer negra.
Animosa y pujante en sus ochenta, Nancy Morejón ha sido honrada desde hace décadas con numerosos premios y reconocimientos, en Cuba y en varias naciones del mundo. Su legado trasciende la expresión poética, es una respetada crítica, traductora y promotora cultural. Varias instituciones han resaltado por estos días su aporte crucial a la socialización de la literatura caribeña y afrodescendiente; ella ha posicionado referentes para muchos estudiosos y escritores.
Nancy Morejón pertenece a una generación que vivió importantes transformaciones sociales y políticas en Cuba. En su obra está ese espíritu renovador, que no pierde anclas, pero que marcha con los tiempos. La suya es una perspectiva única sobre tantos desafíos y esperanzas. Pero legiones de lectores la han hecho suya.
Nancy Morejón ha consolidado credenciales en una nación de grandes poetas, con esa apuesta permanente por una sociedad cada vez más inclusiva y diversa. Ella ha dejado, y deja todos los días, testimonio del infinito poder de la poesía para sanar, guiar, ofrecer refugio. La palabra como valladar ante la injusticia y la abulia.
ALGUNOS POEMAS DE NANCY MOREJÓN
Trofeos IV
Escribir el nombre del amor.
Escribir el nombre del hambre,
el nombre de la espera y el tumulto.
Escribir el nombre de los dioses
y el nombre de la guerra.
Gritar el nombre de los muertos
y despoblar las prisiones.
Amar la creación desde la muerte.
Soltar amarras y volar.
Aprender a ser niña.
Necesitar dudar.
Madre
Mi madre no tuvo jardín
sino islas acantiladas
flotando, bajo el sol,
en sus corales delicados.
No hubo una rama limpia
en su pupila sino muchos garrotes.
Qué tiempo aquel cuando corría, descalza,
sobre la cal de los orfelinatos
y no sabía reír
y no podía siquiera mirar el horizonte.
Ella no tuvo el aposento de marfil,
ni la sala de mimbre,
ni el vitral silencioso del trópico.
Mi madre tuvo el canto y el pañuelo
para acunar la fe de mis entrañas,
para alzar su cabeza de reina desoída
y dejarnos sus manos, como piedras preciosas,
frente a los restos fríos del enemigo.
El tambor
Mi cuerpo convoca la llama.
Mi cuerpo convoca los humos.
Mi cuerpo en el desastre
como un pájaro blando.
Mi cuerpo como islas.
Mi cuerpo junto a las catedrales.
Mi cuerpo en el coral.
Aires los de mi bruma.
Fuego sobre mis aguas.
Aguas irreversibles
en los azules de la tierra.
Mi cuerpo en plenilunio.
Mi cuerpo como las codornices.
Mi cuerpo en una pluma.
Mi cuerpo al sacrificio.
Mi cuerpo en la penumbra.
Mi cuerpo en claridad.
Mi cuerpo ingrávido en la luz
Vuestra, libre, en el arco.
Mujer negra
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido al primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.
Me rebelé.
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de Su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y Su Merced, murió a manos de un impecable lord inglés.
Anduve.
Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.
Bogué a lo largo de todos sus ríos.
Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.
Por casa tuve un barracón.
Yo misma traje piedras para edificarlo,
pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.
Me sublevé.
En esta misma tierra toqué la sangre húmeda
y los huesos podridos de muchos otros,
traídos a ella, o no, igual que yo.
Ya nunca más imaginé el camino a Guinea.
¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a Madagascar? ¿O a Cabo Verde?
Trabajé mucho más.
Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.
Aquí construí mi mundo.
Me fui al monte.
Mi real independencia fue el palenque
y cabalgué entre las tropas de Maceo.
Sólo un siglo más tarde,
junto a mis descendientes,
desde una azul montaña,
bajé de la Sierra
para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.
Negro
Tu pelo, para algunos,
era diablura del infierno;
pero el zunzún allí
puso su nido, sin reparos,
cuando pendías en lo alto del
horcón,
frente al palacio de los
capitanes.
Dijeron, sí, que el polvo del camino
te hizo infiel y violáceo,
como esas flores invernales
del trópico, siempre
tan asombrosas y arrogantes.
Ya moribundo,
sospechan que tu sonrisa era
salobre
y tu musgo impalpable para el
encuentro del amor.
Otros afirman que tus palos de
monte
nos trajeron ese daño sombrío
que no nos deja relucir ante
Europa
y que nos lanza, en la vorágine
ritual,
a ese ritmo imposible
de los tambores innombrables.
Nosotros amaremos por siempre
tus huellas y tu ánimo de bronce
porque has traído esa luz viva
del pasado fluyente,
ese dolor de haber entrado
limpio a la batalla,
ese afecto sencillo por las
campanas y los ríos,
ese rumor de aliento libre en
primavera
que corre al mar para volver
y volver a partir.
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