Nada es como antes

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Nada es como antes
Fecha de publicación: 
30 Marzo 2025
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Imagen tomada de https://depositphotos.com

Recuerdo mi infancia con algarabía de niños por todos lados. Los escuchaba desde el palomar de mi casa —así decía mi mamá porque vivíamos en un apartamento pequeño en alto— y a veces hasta molestaba el correteo constante cuando jugaban a los escondidos o al cogí'o, o nos sobresaltaba la gritería cuando estaban en algún partido de los clásicos de pelota, futbol, voleibol o softbol y anotaban un punto o tenían desencuentros.

Eran tantos los juegos, nunca llegaba el aburrimiento y no se necesitaba gran desarrollo para el esparcimiento porque mientras más  básico, más rico era. A veces bastaba un trozo de palo, una lata vacía y escachada, o  nada.

Se saltaba suiza con el tipo de cuerda que se tuviera, en cualquier trozo de acera o calle se trazaba el pon con la primera piedra del camino que se encontraba, se inventaban aros de hula hula con manguera común y el más creativo siempre hacía demostraciones increíbles. También existían los yaquis y muchísimos juegos de mesa como las cartas, el parchís, las damas, el ajedrez para los más atrevidos y pacientes, y tantos más.

Eran tantos los juegos de entonces que debí preguntar y me recordaron nombres que ni siquiera sé si se escriben como suenan ni en qué consisten, y algunos que tenía olvidados. Kikirilata, quimbumbia, el taco, quiquimbol; también 1, 2, 3 flechita inglés; cuatro esquinas, quemado, pegado, la pañoleta, burrito 21, además de los que llevaban aditamentos como trompo, chivichana, tirapiedras, papalote, palitos chinos, o bolas. La lista es inmensa.

Es cierto que antes era un peligro porque se olvidaban de los riesgos y los límites de la prudencia por las calles transitadas, por las alturas de los muros, porque no se quedaban quietos y siempre estaban desafiándose nos a otros, improvisando ser más intrépidos y llevar la diversión al extremo.

Pero ahora no se escuchan las risotadas de los niños, y es bastante triste no verlos en pandilla por todos lados, mataperreando, ideando nuevas formas de molestar a los demás, de probarse a sí mismos que pueden trepar más alto en un árbol, que pueden correr más rápido, que dominan tal juego.

Tampoco se les oye reclamar con lamento e insistencia a una madre para que deje a su amigo salir a jugar y le perdone el castigo, ni los cien gritos a todo pulmón de esa misma progenitora y todas las demás para que al filo de las ocho de la noche vuelvan sus hijos a casa bajo protesta porque no fue suficiente retozo aunque no haya comido y deba bañarse y dormir temprano para el día siguiente ir a la escuela. Los niños solo pensaban en jugar con otros a cielo abierto.

Hoy todo es distinto. Ya pocos se interesan en el contacto físico, no gastan energía, ni siquiera conocen los juegos de antes que están extintos, se diluyeron como aspirina efervescente en un vaso con agua y no quedan más que en el recuerdo de generaciones pasadas que se empeñan, con nostalgia, en contarles a las nuevas qué tan entretenido era tener a mano un montón de opciones, y que la adrenalina de aquellos pasatiempos no tiene nada que ver con los de hoy, tan fríos y solitarios con una pantalla mediante.

Siento que la infancia actual está mutilada y la ciencia confirma que sin dudas esta nueva vida sin interacción física afecta el desarrollo de los niños, que no se trata de un asunto menor, al contrario, el juego en grupo y al aire libre es una exigencia vital que permite socializar, aprender —conocimiento y a sí mismo—, pensar, resolver problemas y fomentar una autoestima y salud mental fortalecidas.
 
Los niños deben tener varias horas de juego físico al día. El sedentarismo es nefasto, ellos necesitan saltar, correr, quemar calorías, conocer el mundo y a sus semejantes, hacer travesuras, darle rienda suelta a la imaginación. Sin embargo, la vida va por otro rumbo más quieto de entornos digitales, de tecnología de primera categoría —televisión, videojuegos, redes sociales—, donde no se rompen ni un hueso y están a salvo del exterior, pero crea personas frágiles, con limitaciones sociales, incluso con enfermedades psíquicas, bajo rendimiento académico y menor autonomía.

Tan distinto era antes. Los juegos de los niños solían ser espontáneos, con mucha libertad de creación y movimiento y por lo tanto debían tomar decisiones propias para encontrar soluciones o para cambiar de actividad y ponerse de acuerdo. Aprender de los errores, reinventar, levantarse después de caer, es una forma didáctica de saber lo que es vivir.

Ahora considero que están educando niños dependientes que requieren la mirada adulta hasta para hacer una tarea de matemática básica. La inseguridad y la sobreprotección, por un lado, y el camino fácil y seguro de la quietud virtual están mediando en el desarrollo infantil que, como es lógico, compromete la salud y obstaculiza capacidades intelectuales, sociales, físicas, y emocionales.

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