Relaciones con EE.UU.: No bajar la guardia
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Aunque aún patalea y hace lo imposible para evitar abandonar la presidencia, los días parecen estar contados para Donald Trump, luego de su derrota en las elecciones presidenciales de noviembre último.
Muchos hemos respirado aliviados cuando en una votación récord, tanto para el ganador Joe Biden y para él, la mayoría de los votantes norteamericanas expresaron su rechazo a un hombre que ha puesto a la nación más poderosa del mundo en lo militar y lo económico al borde del colapso, con una mal tratada pandemia del nuevo coronavirus –elemento que, a mi entender, fue la principal causa de su debacle-, así como una nación polarizada por una intencional política para exacerbar aún más la discriminación racial.
Con su presumible desaparición de escena, no nos debemos hacer muchas ilusiones, aunque si se esperan cierta distensión en los vínculos en general con EE.UU., que incluyen el mantenimiento del criminal bloqueo.
Debemos recordar que durante más de 60 años los distintos gobiernos estadounidenses manejaron pretextos y condicionamientos para una agresiva política anticubana, que tuvo una cierta flexibilidad –no mucha- con la decisión de Barack Obama de establecer relaciones diplomáticas, las cuales con Trump han estado virtualmente desaparecidas.
Inescrupuloso hasta la médula, el magnate ha estado la mayor parte del tiempo atento a los “consejos” de la gusanera miamense, tan vinculada a la Agencia Central de Inteligencia, y cuestionadora de las buenas relaciones cubanas con Venezuela, Nicaragua, Rusia, China e Irán, naciones puestas en la mirilla agresiva imperialista.
Es la continuación de los ataques de todo tipo contra nuestro país, orquestada por Estados Unidos, debido a los vínculos de la Isla con la Unión Soviética, el apoyo de Cuba a los movimientos de liberación de América Latina, la presencia militar cubana en África, en especial en Angola y Etiopía; la solidaridad con la causa independentista de Puerto Rico, los derechos humanos, el apoyo a las luchas de los pueblos centroamericanos y a gobiernos progresistas en el Caribe, entre otros.
Lo cierto es que cuando desaparecieron la mayoría de esos temas de la agenda bilateral, después de la caída del campo socialista, hubo un cambio de foco y a partir de entonces surgirían nuevos pretextos y condicionamientos, más relacionados entonces con cuestiones que atañen a la soberanía interna de Cuba: su sistema político, los derechos humanos, etc.
Así surgió aquella ridiculez de George W. Bush, cuando acusó a nuestro país de tener armas biológicas, y la más reciente de Trump, quien inventó un ataque acústico contra los diplomáticos estadounidenses en Cuba, pretexto que le sirvió para retirar a la mayor parte del personal de la sede en La Habana.
Muchas cuartillas habría que escribir sobre las relaciones Cuba-EE.UU., que más pudieran llamarse, porque lo es, de la hostilidad imperialista hacia Cuba, con una política oficial de tratar de subvertir a nuestra Revolución.
En lo que atañe al mandatario electo, cuando pueda asumir, tendrá que enfrentar muchos retos para intentar poner en práctica un programa electoral que se puede calificar de bueno, sea o no considerado por el Congreso, como ocurrió con Obama, que tenía a Biden como vicepresidente.
Pero por lo pronto tendrá que enfrentar el enorme obstáculo de la pandemia, agravado por Trump; tratar de reconstruir la economía interna, y observar cómo puede eliminar, si el establishment quiere, la política de sanciones que deja su predecesor contra países con gobiernos no sumisos.
Para Cuba, su pueblo, solo resta no ilusionarnos, desconfiar de un enemigo tan cruel como astuto y siempre, siempre, no bajar la guardia.
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