OPINIÓN: Los convivientes de Quisicuaba
especiales
¿Cuántas historias esconden esos rostros?, ¿quiénes son los de ahora, quiénes eran los de antes? Para actuar, cantar o leer poemas han venido artistas y escritores de la capital. Los albergados, erguidos, sorprendidos, sonrientes, son personas nuevas, han recuperado la dignidad perdida. Tienen nombres y apellidos, y se sienten importantes. Si preguntas, se presentan: "Miguel Ángel Borneaux Viltres", dos nombres y dos apellidos, los muros de su fortaleza. Pasa un anciano de traje, con su corbata y su bastón. Me mira altanero. Le pido que me deje hacerle una foto, y posa, como personaje de telenovela. Han venido también por cierto Sofía y Lian, los personajes de la telenovela en curso, Mirtha Lilia Pedro y Alejandro Guerrero, en la vida real. Y los albergados se retratan con ellos. O ellos con los albergados.
Pero la palabra también es nueva, extraña, están en una Escuela en el Campo, rediseñada con otros fines. Y ellos son los nuevos albergados. Arrastran historias tristes, que no procuro saber: abandonados por sus padres, que vendieron la casa, o expulsados por el marido de la hija, o por el padrastro implacable, carentes de amor filial, estos seres alguna vez pasaron desapercibidos; dormían en una esquina de la ciudad, comían las sobras de cualquier comensal. Habían perdido hasta el nombre.
Algunos visitaban el comedor social de Centro Habana, donde radica la Asociación Espiritista Kardeciana Cruzada Quisicuaba, que preside un hombre bueno, el diputado Enrique Alemán. Allí se despachan hasta cuatro mil raciones diarias de comida. Dicen que el presidente Díaz-Canel le dijo: busca una Escuela que ya no esté en uso en San Antonio, que nosotros te apoyamos. El hogar cuenta con un consultorio médico que trabaja las 24 horas. Sus convivientes profesan diversas religiones, o ninguna. Para todos hay respeto. Cuando la espiritualidad religiosa encuentra un espacio de realización en un contexto de humanismo revolucionario, la obra adquiere dimensiones mayores.
En aquel comedor centrohabanero se conocieron Miguel Ángel y Ángela Figueroa Pérez. Él tiene 54 años y ella 67, pero él llevaba casi seis años durmiendo en la calle. Ella solo ocho meses. Parecen tener la misma edad. Allí les hablaron del albergue y se anotaron. “Estaba desesperada”, me dijo Ángela. En el nuevo hogar se casaron, ella tuvo su vestido blanco de novia y su cake grande, todo a cuenta de la Asociación. Les entregaron uno de los apartamenticos para casados del edificio. Cuando la música irrumpe en la voz de Eduardo Sosa, el tres de Pancho Amat y la quena de Rodrigo Sosa, entre otros instrumentos, ellos bailan muy juntos, como para no perderse uno del otro.
También baila otra pareja, pero de novios: ellos son Natalie Juan Peña de 29 años, y Alexander Noel Padrón Vázquez de 40. Tienen una larga historia de acompañamiento, aunque durante un tiempo dejaron de verse y se reencontraron en el hogar. Son, me explican, de Los Sitios, y de Cayo Hueso, respectivamente. Alexander es más hablador y enumera una larga lista de personas a las que quiere agradecer; ella vive para adentro sus viejos dolores. Pero el novio se pone romántico: “quisiera decirle algo, por siempre y para la vida, ella es una linda muñequita de pies a cabeza, no sé cómo pusieron tanta belleza en su carita, más su bello caminar, solo por un besito suyo me dejo matar”, dice y sonríe satisfecho de sus palabras.
El espectáculo no solo se ofrece a los convivientes del hogar. Antes llegó una guagua de niños de una escuela cercana, con su característico alboroto, sus padres y maestros. Hay un grupo de niños diabéticos. Todos se sientan en el piso para ver al mago, a la contorsionista y a la mujer de los aros, que también forman parte de esta pequeña cruzada de artistas. Los actores del Grupo Teatral La Chinche los hacen reír. Los poetas Virgilio López Lemus, Enrique Díaz y Alex Pausides han repartido algunos libros y se presentan. Pero en uno de los pasillos, en un cubículo, Olga María Villa Verrier, de 47 años y Livan Heredia Borges de 55, otro matrimonio surgido en la convivencia del hogar, esperan por los que quieran visitar su exposición de pinturas. Ella dibuja, él pone los colores. No tienen el conocimiento, pero en esas obras sobre cartón han encontrado un sentido de vida. El arte salva. Hay retratos de amigos, de Fidel y Chávez, de Mijaín López; hay paisajes rurales y urbanos; hay “composiciones”, como Livan las llama, textos escritos en letras grandes de colores, a veces de contenido político (contra el bloqueo, por ejemplo), a veces íntimo, como poemas en prosa.
Parados en la escalera de salida nos tomamos una última foto. Livan llega corriendo y me obsequia un dibujo en el que Mijaín enfrenta a uno de sus oponentes. En su reverso, en letras grandes, el nombre de Olga María, la autora. También me entrega un cartón con una de sus composiciones: “Al caer, asomarse la noche, me dispongo a descansar, en mi útil, cómoda cama, después de un largo día, analizo, medito, qué serían las noches, mi amor, sin tu presencia, sin tus caricias, sin tu respiración, sin tu calor, sin tus piernas sobre las mías. Si me faltaras algún día, sería para mí como una noche sin luna y sin estrellas, sería como el día que el sol dejara de alumbrar a su fiel enamorada la Tierra”. Estos hombres, estas mujeres, vivieron hasta ayer en la calle, durmieron en portales. Sin amigos, sin familia, sin nombre propio. A veces reparábamos en ellos, a veces no. Han sido recuperados con amor y perseverancia. Gracias al doctor Alemán, a la Asociación Quisicuaba, al humanismo de cada uno de los trabajadores de este hogar, a la humanidad rescatada de los convivientes. En cualquier sociedad existe la solidaridad, pero en Cuba es indispensable; el humanismo existe en cualquier lugar, pero es la esencia de una Revolución. Eso es Quisicuaba.
Añadir nuevo comentario