OPINIÓN: El cartero
especiales

Jorge García González trabaja en las oficinas del correo cubano desde hace 38 años.
Es de pequeña estatura, y de modales educados. Lo veo todos los días andar y desandar las calles del Vedado, pero no reside en la zona. Cada mañana se las agencia para viajar desde Boyeros, y su reparto Panamericano, donde vive, hasta su centro laboral: el Correo de 23 y C. “Viajo en lo que aparece, una guagua de la calle o una del aeropuerto, un camión, o en tren a veces, porque hay uno que viene de San Antonio. Me lleva más tiempo el transporte de ida y vuelta que el trabajo como tal”, dice. Sus jefes son flexibles, no siempre llega a las 8 de la mañana, pero rara vez falta, y termina cuando termina. Su puesto no es tras un buró, ni atiende una ventanilla para despachar sellos o bultos postales, ni pagar la jubilación.
Jorge García González trabaja en las oficinas del correo cubano desde hace 38 años, con una interrupción de cinco, en que anduvo en otras actividades. Pero regresó a su viejo oficio: es el cartero de la zona. En algún momento fue segundo en la administración y jefe de distribución. Pero le gusta ser cartero, ir de casa en casa, distribuir cartas o al menos la prensa. “Cada vez hay menos cartas —dice—, desgraciadamente, porque este oficio me gusta”. Pero es feliz cuando las hay y descubre el brillo de la alegría en los ojos del destinatario. Frente a las nuevas tecnologías, su oficio es obsolescente. Jorge es un sobreviviente de una época romántica.
“Yo me enamoré de este trabajo siendo un muchachito, de diez u once años de edad. Había un cartero allá en Centro Habana donde yo vivía, Alberto Santurria, seguramente ya fallecido, porque de esto hace muchos años y ya era bastante mayor. Yo veía la alegría con que las personas recibían la correspondencia y empecé a admirar mucho este trabajo. Él era una persona muy buena. Mis padres no me dejaban salir con nadie, pero él sabía que me gustaba mucho la pelota. Y con la primera persona que yo fui al Latino fue con ese cartero. Era una persona muy querida en el barrio”.
Reparte las calles 17, 19 y 21, desde Paseo hasta D. Son unos 200 periódicos los que debe entregar cada día. Demora dos horas en hacerlo. A veces lo encuentro en el camino, y como ya nos conocemos, me pregunta si prefiero recibirlo en mano o que lo lleve hasta la casa, “de todos modos tengo que pasar por allí”, explica. No llama si no es el día del cobro, simplemente introduce el periódico por debajo de la puerta. Para tener esta breve conversación con él, tuve que correr, porque se mueve rápido. Luego regresa a la oficina postal, y si hay bultos, paquetería, reinicia el recorrido.
Tiene tres hijos, de 35, 26 y 16 años, y tres nietos. Su esposa también trabaja. Este año cumple 61, pero mantiene la agilidad que todo buen cartero necesita. La motivación no es el salario, que es bajo. Pregunto perspicaz si tiene alguna “búsqueda”. Me mira sorprendido, pero no se enfada: “No, lo que alguien quiera darme de más cuando cobro la prensa o llevo un paquete y pesa mucho.” Pero jamás me ha solicitado o insinuado que incluya una propina. “Antes, si la persona no quería o no podía salir de la casa, recogíamos el dinero de otros servicios, efectuábamos el pago y le traíamos el recibo. Pero ya todos pagan de manera digital, por transfermóvil, es lo que el país necesita. Es mucho más cómodo y seguro. No se puede negar el desarrollo.” Hace una pausa e insiste: “Este es un trabajo que me gusta, ya le decía, pero cada vez se utiliza menos el correo.” Una vez fue seleccionado como destacado, y le dieron un diploma. Pero Jorge es un trabajador ejemplar. Hace lo suyo, de manera rápida, constante, con amabilidad. Suma, no resta. Es un héroe anónimo de la constancia, del sentido de pertenencia. No hay trabajo pequeño, en el más humilde de todos, hay hombres y mujeres grandes.
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