OPINIÓN: Somos tiempo y espacio

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OPINIÓN: Somos tiempo y espacio
Fecha de publicación: 
15 Abril 2025
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Viajamos por la carretera y se suceden los espacios vivos de la historia. Cintio Vitier describe el “sentido moral” que adquiere la naturaleza:

la geografía de las marchas y las batallas, de las victorias y las derrotas: Paso de Lesea, Mina de Guáimaro, Cocal del Olimpo, Jimaguayú, La Sacra, Palo Seco, Naranjo, Mojacasabe, Las Guásimas, Cafetal González, Lagunas de Varona, Loma del Gíbaro, Zanjón, San Ulpiano, Baraguá —enumeraba los nombres de sabor poético, en su espléndido ensayo Ese sol del mundo moral.

La geografía moral de la Patria es un libro abierto de historia: quien no sabe leerlo, quien no lo siente, no podrá, no sabrá defenderse. Al viajar por el espacio, lo hacemos también por el tiempo, y los aniversarios se cruzan en nuestras pequeñas vidas. Antes de llegar a Guáimaro, donde se reunieron los primeros constituyentes de la Patria, Céspedes, Agramonte, Cisneros, un 10 de abril de 1869 y unos días después, una mujer sin voto, Ana Betancourt, hizo valer su palabra, nos detenemos ante una señal, frente a un oscuro y feo obelisco, el lugar donde se firmó el oprobioso Pacto del Zanjón (1878). Principio y final de una etapa de luchas por la independencia y la justicia social, protestado por Maceo en Baraguá un mes después. En Guáimaro, recientemente remodelado, está el Museo de la Constitución, construido con los aportes monetarios de los veteranos de la Guerra y también el bello monumento a Ana, la precursora. Un día después, el 11 de abril, los cubanos recordaban en Playita de Cajobabo el 130 aniversario del desembarco de Martí y de Gómez, que reiniciaba la guerra interrumpida en el Zanjón: final y principio, esta vez invertidos ambos, para conquistar la independencia. Tampoco pudo ser entonces, porque intervino la codicia que germinaba en el Norte, el Gigante que pretendía vencer a David.

No puedo dejar de evocar que hace treinta años yo estuve entre los organizadores de los Centenarios: el de Antonio y José Maceo junto a Flor Crombet y veinte patriotas más por Duaba; el de Martí y Gómez por Playita. Estuve allí en el acto que presidió el comandante Almeida, en ese espacio breve e intenso, como la historia de Cuba. La emoción se incrustaba en la piel como salitre; el himno nacional y las palabras de recordación de Balaguer retumbaban en aquella playa de olas atormentadas y grandes rocas, que termina a pocos metros de la orilla, en un imponente farallón. Hay lugares sagrados que todo cubano debe visitar. Esos treinta años transcurridos cuentan en la vida de una persona como los cien que entonces conmemoramos. Hubo aquel día otro homenaje más íntimo en el que no participé; al caer la noche llegó Fidel y sostuvo la bandera de Cuba, sus botas de guerrillero al borde del agua y puesta la mirada en ese mar encrespado que trajo al más grande hombre de Cuba y de América. Una conversación de hijo a padre, un encuentro fulminante en espacio y tiempo.

Sí, la historia de Cuba es breve e intensa. No exhibe la paciencia de las culturas antiguas, ni el cierre hermético de los procesos que se amasan a fuego lento. Lo que es, fue conquistado a filo de machete. Hija de esclavistas y de esclavos, de colonizadores y colonizados, de extranjeros llegados o traídos, de pícaros, aventureros y soñadores, la cubanía fue una construcción hereje. Calibán, la nombró Retamar, apropiándose del símbolo creado por Shakespeare, porque en la lengua aprendida de Próspero —el colonizador que “civiliza” a Calibán, el colonizado— este maldijo al padre opresor. Cultura forjada en la resistencia, cada golpe, cada beso, cada sueño, fueron asimilados y adaptados a sus circunstancias.

Ese estar siempre en cocción, como apuntara Ortiz, es su fuerza y su debilidad: no se congela, es cierto, pero su inacabada fragua nos expone. Si los pueblos milenarios solo entregan una fina capa de apariencias a las culturas que intentan colonizarlos, porque más abajo yace un núcleo impenetrable; el cubano, pueblo nuevo al decir de Darcy Ribeiro, abre su piel a lo nuevo, a lo extraño, que es fogocitado apenas entra. El mestizaje no es solo cuestión de piel, sino de alma.

Yo, lo confieso, no entendí bien a Cintio Vitier cuando determinó que la causa del éxodo en 1994 era la ausencia de la palabra de Martí en el alma de los que se iban. En Martí se hallaba el tiempo y el espacio de la Patria, en él se personificaba la intensidad de una historia breve como su cuerpo, grande, más bien enorme, como su obra. Cuba no tiene pasado, su historia es presente y futuro. Si no la conoces, es decir, si no te conoces, no tienes raíces para crecer.

Es la historia de una nación engendrada por el colonialismo, a noventa millas del espacio donde, simultáneamente, nacía el imperialismo. Eso vio y entendió Martí, que luchó toda su vida para derrocar la tiranía española, apurado en impedir que los Estados Unidos cayeran sobre nuestras tierras de América. Este 16 de abril nos asalta otra fecha decisiva, acontecida en una intersección de calles habaneras: la declaración en 1961 del carácter socialista de la Revolución cubana. La Revolución, que había pasado de ser anticolonialista a ser antimperialista, que había rescatado de la muerte a Martí (a la Patria) en aquel primer centenario de su nacimiento. Tres días después, el 19, se produciría la primera victoria militar sobre el imperialismo, en Playa Girón. Pero la historia, como la vida, entrelaza sucesos posteriores con los ya vividos, y nos crea la ilusión de que todos suceden ahora mismo, porque nos marcan y definen como cubanos. La llegada de Martí por Playita —“Salto. Dicha grande”, escribió en su último Diario al pisar tierra cubana— dio inicio a un recorrido que pasa por la casita de Salustiano, a quien Fidel conocería después, se detiene en la Mejorana y termina en Dos Ríos, ahora todos en su 130 aniversario. También viví aquel segundo centenario, el de su muerte física, cuando regresa nuevamente ante la invocación de la Patria, para explicarnos que no éramos náufragos de aquel socialismo fallido, sino protagonistas de un socialismo raigal, antimperialista, racional y emotivo, hijo de la poesía. Un socialismo natural, no de falsa erudición. El salto que parecía sencillo, del bote a la arena de la playa, era en realidad el salto sobre el infinito de la historia, sobre el imposible, era para siempre el salto de la poesía.

Entre tantas fechas talladas en el cuerpo de la Patria, no importa si centenarias o recientes, si grandes o aparentemente pequeñas, entre tantos héroes que nos antecedieron y nos sucederán, mujeres y hombres de grandes virtudes y defectos, que no se detuvieron ante las traiciones y los fracasos, que pelearon cada victoria, aunque no siempre se comprendieran, se yergue Cuba, y sentimos orgullo de ser cubanos. No es una historia idílica, cada quien llegó hasta donde pudo, por sus condicionamientos de clase, o sus capacidades. Pero la Patria no se detuvo. Y entre todos, incluso de aquellos que abandonaron, se fue perfilando el camino, la unidad trabajosamente alcanzada en 1959, en torno al más radical proyecto de nación. Tratarán de que olvidemos, pero un simple viaje por carretera nos traerá de vuelta el tiempo y el espacio de lo que fuimos y somos, de lo que seremos.                                                     

 

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