Romy Schneider: Un amor para siempre

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Romy Schneider: Un amor para siempre
Fecha de publicación: 
5 Marzo 2024
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Su primer encuentro sucedió en el aeropuerto de  Orly. Aquel joven del que mucho había oído hablar Romy Schneider sería su pareja en una próxima filmación. Lo primero que le llamó la atención a la talentosa artista fue el encanto que envolvía la varonil figura. Alain Delon clavó sus ojos en los de ella y nervioso le entregó un ramo de rosas rojas mientras le daba la bienvenida. Así comenzó la pasional historia que los envolvió. Él llegó a decir que con la actriz había vivido la etapa más feliz de su existencia.  

Juntos trabajaron en Christine y diez años después se volvieron a unir en La piscina, realizada por Jacques Deray y en El asesinato de Trostsky, 1971.

La vida de Romy estuvo indisolublemente ligada a la de Delon, con quien tuvo un tórrido romance en Francia, pero las continuas infidelidades de él determinaron la ruptura; sí quedó una sincera amistad que se afirmó con el tiempo. Nunca dudó el francés en darle su mayor apoyo.

Nacida en 1938, en Viena, ella descendía de una dinastía de artistas integrada por su abuela Rosa, su padre Wolf Albach-Retty, y su madre, la también actriz Magda Schneider.

La joven estudió idiomas y se interesaba por el diseño de modas; durante un tiempo estuvo en un internado de monjas. Su primer papel en el celuloide fue en la cinta Lilas blancas, junto a su mamá. Luego vendría la trilogía de Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, que la convirtieron en la favorita de numerosos cinéfilos en distintas partes del mundo. Aquellas primeras películas de corte romántico, almibarado, fueron rechazadas posteriormente por la actriz no obstante que con ellas había ganado la notoriedad; no tuvo reparos en decir que las consideraba como “producto típico y cursi de los años 50 que casi me avergüenzan”.

Ansiaba papeles de verdadera intensidad dramática, que expresaran su dominio de la actuación. De la mano de Luchino Visconti le llegó la primera oportunidad y un gran éxito en la versión para la TV de Lástima que sea tan puta, junto a Alain Delon.

Ella mostró su agradecimiento a Claude Sautet, quien la dirigió en Las cosas de la vida, a Pierre Granier Deferre, en El tren, y a Jacques Deray, realizador de La piscina, quienes le permitieron llevar a la pantalla mujeres de carne y hueso, roles que exigían gran desempeño en la pantalla.

Sentía una particular devoción por Sautet pues la cinta premiada Las cosas de la vida junto a Michel Piccoli, marcó un giro en su carrera en Francia por lo cual manifestó: “Le debo a esta película todo porque después de actuar en ella, los directores me han visto de otra manera, han confiado en mí”.

Sautet la llevaría de nuevo al éxito con Una vida de mujer (Una historia simple), de la que ella, explicó:

-La creación de esta cinta me concierne de cerca, ya que yo le pedí a Sautet y a su guionista que escribiera una historia pensando en mí, en la mujer que me he convertido, próxima a los cuarenta años.

En esos momentos se sentía dichosa, había filmado con grandes directores e incluso ganado dos premios César. Gozaba de las pequeñas alegrías familiares junto a su marido Daniel y sus hijos David y Sarah. Sin embargo, después comenzaron a asomar los nubarrones que empañaron su felicidad.

Mientras rodaba Pasajera sin miedo, Romy sufría un ataque nefrítico. Operación quirúrgica. Un riñón extirpado. Crisis matrimonial. Otro divorcio.

Cuando parecía reponerse de sus desventuras sucedió la gran tragedia que destrozó su vida: la muerte de su hijo David, de 16 años, atravesado por una lanza de hierro cuando intentaba saltar al jardín de sus abuelos.

Marcada por tan dolorosos sucesos: la guerra que conoció de niña, el divorcio de sus padres, el suicidio de su primer marido, la separación de Alain Delon, su novio durante cinco años y la muerte de David, solo tenía un deseo: morir.

En esa etapa de desesperación siempre Delon estuvo a su lado mimándola, dándole ánimos. Ella decidió volver al celuloide para lo cual había suscrito cinco nuevos contratos.

Entre su deseo de recuperar su trabajo por su hija Sarah y las crisis emocionales que la sacudían, tomando fuertes dosis de tranquilizantes transcurrían los días.

La actriz que vivió tantos dramas en la pantalla se sentía sin fuerzas para vivir el suyo, y su corazón, pájaro ya sin alas se quedó un día dormido para siempre.

A los 43 años, falleció en París el 29 de mayo de 1982, al no practicársele la autopsia nunca se supo si murió por una crisis cardiaca o fue un suicidio. Aunque llegó a rodar 63 películas se encontraba prácticamente en la ruina. Amigos muy allegados y, principalmente el propio Delon costearon su funeral en París, el país que la había encumbrado.

Durante toda su vida y más aún hoy en la vejez, Delon la recuerda y, tal vez, en su soledad una nostálgica lágrima asome a sus ojos.

Romy obtuvo dos premios César de actuación: uno por Una historia simple, de Claude Sautet, y el otro por Lo importante es amar, de Andrzej Zulawski.

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