La Doctrina Monroe: la historia y la histeria doscientos años después

La Doctrina Monroe: la historia y la histeria doscientos años después
Fecha de publicación: 
2 Diciembre 2023
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En la historia de las relaciones Estados Unidos-América Latina, se distingue una constante cuyo desenvolvimiento y permanencia aporta el marco ideológico y geopolítico dentro del cual se definen los llamados intereses de seguridad nacional al sur del Río Bravo y se viabiliza la dominación: la Doctrina Monroe, útil concepción e instrumento del expansionismo, injerencia y control, consustanciales a la política latinoamericana de Estados Unidos. Su función ha sido doble, o expresado de otro modo, ha operado en un doble plano político: el interno, propiciando el consenso de legitimación necesario dentro de ese país, y el exterior, aportando enfoque a la plataforma para justificar desempeños en el ámbito de lo que Martí llamaría Nuestra América.

Desde el punto de vista histórico, el Monroísmo ha sido soporte y eje articulador de la política aludida, desde el siglo XIX hasta el XXI. Expresa la línea de continuidad, en términos teórico-doctrinales y práctico-políticos, de una pauta cuyas variaciones responden a contextos específicos, y al ejercicio peculiar de los gobiernos norteamericanos de turno, que acomodan su lenguaje y acciones a la esencia de la mencionada concepción.

Aunque se formaliza públicamente el 2 de diciembre de 1823, la Doctrina Monroe estaba prefigurada desde antes, al darse a conocer en abril de ese año lo que se conoció como la “ley de la gravitación política” o “teoría de la fruta madura”, que definía las tempranas apetencias imperiales sobre Cuba, considerada desde entonces como pieza funcional de la política hacia América Latina y el Caribe. Ella se solapa o superpone con la narrativa del Destino Manifiesto --uno de los mitos que sostienen tempranamente la expansión continental y la dominación mundial norteamericana, que se materializa con el apoderamiento de gran parte de los territorios mexicanos, en los años de 1840. Queda orgánicamente ensamblada con el Panamericanismo, desde su nacimiento entre 1889 y 1890, implicado en el involucramiento norteamericano en la guerra de 1898, complementado con añadidos ulteriores, como el Corolario Roosevelt en 1904 y completado desde el punto de vista institucional con las herramientas del Sistema Interamericano, luego de la Segunda Guerra Mundial, en el decenio de 1940, al surgir el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización de Estados Americanos (OEA), a lo que se sumaría en 1994 un nuevo mecanismo, de total vigencia: el de las Cumbres de las Américas.  
        
La Doctrina Monroe, que en su origen tenía el sentido de valladar opuesto a la eventual intervención de las potencias coloniales europeas, se convirtió realmente en garantía ideológica de la geopolítica norteamericana. Se reafirmó con el tiempo el principio fundacional de “América para los americanos” y el derecho de soberanía tácita sobre todos los territorios del continente, entendido preferentemente como el hemisferio occidental.

En las primeras décadas del siglo XX, la expansión económica, política y territorial de Estados Unidos en América Latina atestigua la profundización del Monroísmo a través de políticas sucesivas y diversas: la Diplomacia de las Cañoneras, el Gran Garrote, el Buen Vecino, la Alianza para el Progreso, entre otras, que amplifican el alcance de dicha doctrina, fijando desde el nacimiento de ésta los contenidos básicos de la noción de seguridad hemisférica, concebida a la manera norteamericana.

Ello establecería el antecedente del patrón de relación contemporánea con América Latina y el Caribe, tal y como lo proyecta Estados Unidos desde la presidencia de Dwight Eisenhower hasta la de Joseph Biden, compartida en buena medida, sin desconocer particularidades, por gobiernos demócratas y republicanos. Ayer, la región era “protegida” ante la influencia soviética comunista. Hoy, se procura limitar el alcance de China y Rusia. Nuestra América permanece como patio trasero, enfrentando lo que se considera como amenazas externas o extra continentales Así, simplemente se revisten, con ropaje distinto, los presupuestos ideológicos y geopolíticos de tiempos decimonónicos.

En otras palabras, se trata de que la divisa recordada, “América para los americanos”, que refrendaba como legítima la injerencia y supuesta salvaguarda de Estados Unidos en América Latina, troqueló, de hecho, el marco eje ideológico dentro del cual se definen las denominadas concepciones de seguridad nacional que cristalizarán ulteriormente, bajo otras circunstancias históricas, inspirando la proyección geopolítica mediante la ocupación o control --económico, financiero, político, militar, diplomático, ideológico-- de los espacios de poder. Inicialmente, se trataba del geográfico (territorial, marítimo, aéreo). En la actualidad, incluye el espacio cultural, cibernético, digital, aeroespacial.

La Doctrina Monroe ha proyectado en la historia contemporánea su silueta desde las invasiones a Guatemala en 1954, Cuba en 1961, República Dominicana en 1965, Granada en 1983 y Panamá en 1989. Desde la I Cumbre de las Américas, realizada en Miami en 1994, hasta la IX, llevada a cabo en Los Ángeles, en 2022. Desde el golpe de Estado en Chile, con formato convencional, en 1973, hace cincuenta años, hasta el de Honduras, con ropaje democrático, en 2009. Ha nutrido las guerras irregulares, al estilo de la contrainsurgencia del decenio de 1960, los conflictos de baja intensidad en el de 1980 y la guerra no convencional, en el de 2010. Ha inspirado la prolongada política agresiva contra la Revolución Cubana, la Sandinista, la Bolivariana, la Ciudadana en Ecuador y la Democrático-Cultural en Bolivia, cosechando éxitos en estos dos últimos casos.

La conmemoración del bicentenario del Monroísmo aconseja renovada atención. Su enfoque promueve, argumenta, fabrica y hace creíbles percepciones de amenaza a la seguridad nacional en América Latina y propugna la necesidad de “protegerla”, confundiendo a ingenuos, desinformados y a desconocedores de la historia. Le hace el juego a los mal intencionados. Estimuló ayer la histeria anticomunista y hoy la que sataniza los procesos, fuerzas políticas y líderes revolucionarios. Enmascara el interés de Estados Unidos en ejercer su control y dominio, que nunca ha concebido a la región como sujeto de su propia seguridad, sino como objeto de la llamada seguridad norteamericana. La guerra de las Malvinas dejó claro, en 1982, la falacia del Monroísmo. El esperado agresor extra continental no fue un país comunista, sino una potencia imperialista, Inglaterra, que Estados Unidos no confrontó, sino respaldó.

*Sociólogo y politólogo cubano. Profesor e Investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana, institución de la que fue su director durante casi 20 años.

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