Contracrítica: Perugorría, el símbolo
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Seguramente entre los fotogramas de la historia del cine que más vamos a recordar está ese famoso abrazo entre los personajes de David y Diego de la cinta “Fresa y chocolate”. Dos hombres con formaciones diferentes e ideas dispares de lo que es la participación en el seno de lo social se encuentran y se hacen amigos, contra todo pronóstico. Hallan que poseen más en común de lo que creen y sobre esa base cimientan un diálogo que es el que conduce a la película a ser una pieza magistral en las artes cubanas. Jorge Perugorría es uno de los artífices de ese logro de la cultura y acaba de recibir de una forma merecida el Premio Nacional de Cine. Recuerdo haber estado en espacios y congresos a los cuales él también asistió y lo que emana de su persona es libertad y amor por las artes. No solo porque Perugorría evidentemente posee una inmensa sensibilidad, sino porque ha sabido no quedarse en el mismo personaje, se ha reinventado muchas veces y a estas alturas es una especie de epítome de lo que significa en Cuba ser actor.
Perugorría pudiera ser el depositario de la batalla por la libertad en el cine en las últimas décadas, porque en su esencia ha estado presente el legado de los grandes como Titón, quien nunca se conformó con las cuestiones formales de su era y aspiraba a mucho más. Esa pasión por la vanguardia que derribaba los prejuicios y hacía del arte un espacio para la preparación de lo mejor del ser humano, es la escuela de Perugorría. Más allá de que su personaje de Diego se hizo un ícono de la resistencia contra las nimiedades de la incomprensión, se debe reconocer que en películas posteriores siempre pudimos contar con un Jorge Perugorría inmenso, capaz en su momento de compartir con otros del celuloide y de establecer una pléyade en la historia del cine cubano. La consagración, el apego a las tradiciones, pero también la ruptura del canon, hacen de este tipo de legado estético algo irrenunciable. Lo ancestral va en lo que nos distingue como cubanos y que conforma la manera de hacer cine. No hay en Perugorría vergüenza alguna en el apego a lo nuestro, lo identitario, pero existe una búsqueda de lo universal, de lo que nos coloca en el puesto cimero como pueblo.
Hace unos años, en las clases de dramaturgia de mi carrera, aprendí que el tema de “Fresa y chocolate” no era precisamente la sexualidad, sino el derecho de la gente a pensar y actuar sin hipocresía. Más que un cine cimentado sobre la base de la lucha contra prejuicios de género, se trata de una propuesta en la cual todos como pueblo estamos retratados. El tema de la libertad y de la soberanía como país toma cuerpo en las cuestiones individuales y se prueba en la concreta a partir del diálogo cortante de los personajes. Visiones contrapuestas del mundo terminan por hallar un punto intermedio en el cual no hay tales diferencias, sino el encuentro a partir de intereses en común. Quizás Jorge sea a estas alturas un símbolo del hallazgo para el cubano de todas estas certezas en una sola película. Quien se haya acercado al cuento de Senel Paz verá que allí se habla de forma precisa en torno a dichos asuntos y que más allá de la esencia literaria, flota sobre la obra el deseo de que los cubanos busquen y encuentren una conciliación en la cual la patria esté en armonía con los proyectos personales.
A la altura del tiempo que se vive, cuando estamos en una crisis material, apelar a los valores que Perugorría ayudó a cimentar es un gesto hermoso de parte del cine cubano. No solo porque se reconoce el trabajo de un artista, sino por validar el legado de una persona que, aunque se encuentra en plena madurez de la creación, ya lleva varios años bregando por un cambio de mentalidad en el entendimiento de lo que es el cine nacional y su papel en las cuestiones formativas de la identidad. La sabiduría de dedicarle un espacio en el cual no quedaran en el olvido las aportaciones de este actor entra en las muchas rectificaciones de nuestra política cultural que aún tiene que poner en pantalla chica muchas de las producciones nacionales que permanecen sin estrenar en ese formato. Pero todo sea en función del espíritu conciliador del que hablara la pieza de Titón y que se basara en la esencia de una era de debates.
Cuando se estrenó “Fresa y chocolate” la mayoría de las salas de cine del país estaban en activo y cumplían con su cometido social. Recuerdo que yo era pequeño, pero que me llevaron a la proyección de la cinta en Remedios. Era tanto el deseo de las personas por acceder, que rompieron las vidrieras de uno de los cines. Y creo que esa escena se dio en más de un sitio de la geografía cubana. La película, además, se desarrollaba en la misma isla asolada por el periodo especial y la crisis, por la necesidad de esperanza y de construcción de horizontes existenciales. Oír acerca de la tolerancia, del respeto, de los valores y de la importancia de la historia de Cuba era una especie de bálsamo a los cubanos por entonces alelados por tantos problemas. No se trataba de escapismo, sino de que el arte expresaba el dolor colectivo y además lo hacía de una forma inteligente, hermosa, poderosa, comedida. Tras la proyección en todo el país de la cinta, hubo quien la malinterpretó, también quien la quiso tachar de muchas cosas, pero la posteridad ha hecho el mejor juicio.
Ahora que nos hacen falta soluciones desde el arte, porque hemos entrado en un ciclo de carencias materiales, nos enteramos que a Perugorría le entregan un merecido premio. Es el momento de que el cine nacional irrumpa con toda su fuerza en los espacios que permanecen quietos y nos diga las verdades requeridas. Momento para que despertemos a partir del arte y construyamos de forma colectiva la esperanza. En esa cuerda tenemos que interpretar el premio para este actor. Y que nadie diga que los reconocimientos no poseen una función social, cuando en realidad se trata de un acto de justicia hacia alguien que nos ha engrandecido como país y pueblo. Quizás Cuba tenga ahora mismo una producción nacional de cine depauperada por las condiciones materiales, pero seguimos contando con el capital humano, con la fuerza espiritual que nos acompaña y que es en esencia bondadosa. Los valores promovidos por el cine cubano no solo son los de la vida y la construcción del espacio de la colectividad, sino que van hacia regiones ignotas de lo que deseamos ser.
Hay que remontarse a la savia de un Titón que en su “Memorias del subdesarrollo” ya tenía las claves de la construcción de lo social en Cuba con los conflictos que ello acarrea y que en su famosa escena de Sergio Corrieri con el catalejo nos hablaba de la búsqueda de un sentido en medio del caos de lo revolucionario y de lo transformador. Es así como se hace un cine que incide en los procesos y no con el escapismo del mercado. No en balde fue en esa zona de la producción nacional de la cultura en la cual se dieron los debates más ricos el siglo pasado y las polémicas más encendidas. En ese punto de la reflexión en torno al Premio Nacional de cine, hay que decir que en el presente carecemos de esos combates de ideas que pudieran enriquecer el entendimiento y que de alguna manera fueron los motores del desarrollo de la política cultural. Nada como la contraposición para determinar una directriz esencial en lo que se refiere a lo cubano y lo identitario. Y es que lo político tiene que ver con las representaciones de lo que somos y lo que queremos y a ello no escapan ni los grandes clásicos del cine. Si Titón era un maestro de la escuela nacional y había bebido del neorrealismo ello no quería decir que iba a renunciar a los conflictos que eran propios de un aquí y un ahora en los cuales se estaba definiendo el embate crucial. Por ello, el premio a Jorge Perugorría es un recordatorio a que somos mucho más que el páramo y la ausencia, la desolación y la crisis material. Se trata de una vuelta a la grandeza del cine cubano que nos trae el aliento de lo más valioso y valiente.
No solo es un premio para celebrar la justicia de su otorgamiento, sino un acto de fe en que se puede creer en el cambio y en la mejoría. Está la figura de Diego flotando detrás de ese gesto, sobre todo en la escena en la cual dice que de aquí “no se irá ni, aunque le den candela…” Frase que no por vernácula deja de ser una expresión de cubanía y de apego a las raíces y lo nuestro. Especie de resistencia en medio del caos del momento que establece un orden y que proyecta un rayo de esperanza sobre la creación de espacios para el arte dentro del espectro del debate público. En un documental llamado “Nunca será fácil la herejía” que salió hace unos años, varios realizadores y personalidades vinculadas con el cine, decían de sus dolores y esperas pacientes en torno a la creación. Se trataba de una imagen justa de lo que fue el espacio creacional cubano en otras crisis que nos asolaron. Quizás haya que revisitar esos archivos para llevar hasta el presente las enseñanzas. En todo caso, Perugorría pertenece a ese mundo de los grandes que quizás estamos extrañando.
Idos hacia otros debates que ya se extienden demasiado y que no nos han aportado, los que amamos el cine requerimos que se vuelva a hablar en el mismo tono de “Fresa y chocolate” y que las personas cifren sus momentos de angustia en poder entrar a una sala de proyecciones. Sé que las aspiraciones son utópicas en este momento, pero si no creemos en el arte no podemos salvarlo. A fin de cuentas, el espíritu de Diego es ese, cuando miramos su altar lleno de referencias nacionales, desde la Tula hasta Lezama Lima, con los cuadros de Servando flanqueando la sala de estar. En ese mismo tino actúa Sergio cuando empina el catalejo hacia el águila americana del Malecón y no la ve ya que la tormenta social y política la había lanzado en caída libre. En todos esos gestos hay una libertad y un existencialismo que no se quedan callados, sino que poseen la conmoción y el cambio como motores de gesta. El cine nos representa, nos reta y es una especie de clave dentro del laberinto de las cuestiones más complejas. Las personas son capaces de comprender la política cuando consumen una película, pero no leyendo un ensayo teórico. Por eso Diego es importante, pero más aún el actor que defendió dicho papel y que aún en medio de las crisis sucesivas nos acompaña.
Enhorabuena por el premio, es un destello de cordura que nos viene bien como país y que coloca la elocuencia de la cultura en el lado correcto de la historia. Más que eso, nos ilumina el camino y constituye una huella que debemos salvar. Jorge Perugorría es un patrimonio que ya trasciende a su persona, es un símbolo.
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