Amores de trapo
especiales
Foto: @meirivonerocha
En Brasil una mujer de 37 años se casa con un muñeco de trapo y al año, celebra el cumpleaños de su hijo, también de trapo; un hongkonés decidió formalizar su unión con una muñeca de plástico que representa a Asuka Langley Soryu, personaje de un anime japonés; y en Perú, otra mujer se matrimonió con su perro Chiki en una clínica veterinaria.
Foto: tomada de 13.cl2
Sin dudas, algo está pasando, porque, además, no son los únicos ni es tampoco lo único que parece estar haciendo estallar las normas. Además, y solo para sumar otro ejemplo, han creado un accesorio para móviles, una especie de almohadilla adosada al celular, que permite besar a distancia.
Un nuevo gadget permite besar a través de videollamadas. Foto: tomada de lasexta.com
Pareciera que las normas más ancladas se hacen trizas. Sin embargo, el asunto no es arremeter como caballero medieval con las tradiciones en ristre como lanzas.
Si así fuera el caso, cuestiones como el movimiento LGBTIQ+ nunca se hubieran hecho espacio en el mundo, y mucho menos en Cuba, donde el reciente Código de Familias ha aprobado el matrimonio entre personas de un mismo género, por solo mencionar un argumento.
Valdría quizás preguntarse cómo y por qué están sucediendo fenómenos como los descritos al inicio (y en nada relacionados con el movimiento arriba mencionado).
Sin dudas, el antropomorfismo —esa tendencia de atribuir rasgos, emociones o intenciones humanas a entidades no humanas u objetos inanimados como muñecos de trapo, de silicona, accesorios que representan bocas…— es una tendencia innata de la psicología y ha sido estudiada por esta y otras disciplinas, como la sociología y la filosofía.
Foto: tomada de somoskudasai.com
Las motivaciones actuales para practicarlo pueden asociarse con la soledad, el aislamiento social, la falta de afecto, el deseo de control, la curiosidad, la diversión y hasta la creatividad.
También la necesidad de proyectar la propia subjetividad sobre la realidad exterior, la búsqueda de sentidos y de trascendencia en un mundo materialista y nihilista, la concreción de fantasías o de un ideal inalcanzable en la realidad, podrían anotarse entre los motivos. Sin obviar la posibilidad de una crisis existencial o una alienación social.
Los efectos de tales conductas poco usuales —o al menos no mayoritarias— son de muy diverso orden. Entre los de signo positivo cabe decir que podrían generar alivio del estrés, aumento de la autoestima, desarrollo de la empatía, satisfacción de necesidades emocionales o sexuales al reemplazar relaciones humanas insatisfactorias o conflictivas.
En busca de datos sobre la extensión y frecuencia de tales conductas humanas, CubaSí tuvo que conformarse con una imprecisa respuesta por parte de la Inteligencia Artificial: «es difícil de estimar, ya que se trata de un comportamiento privado y muchas veces oculto por vergüenza o temor al rechazo social.
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«Sin embargo, algunos estudios han intentado medir esta tendencia mediante encuestas o experimentos. Por ejemplo, un estudio realizado en Japón en 2013 encontró que el 2.4% de los hombres y el 1.8% de las mujeres habían tenido relaciones sexuales con muñecas de silicona. Otro estudio realizado en Estados Unidos en 2017 encontró que el 28% de los adultos había besado alguna vez un objeto inanimado que representaba una boca», acotó la IA.
Evidentemente, no son datos recientes ni indican tendencias.
Humanos, ¿qué pasa?
Aun cuando parece no ser posible determinar cuán extendidas están tales conductas de casarse con muñecos, con animales; de besar bocas de plástico, y otras igual de singulares, sí que merece el tema hacer un alto y detenerse a meditar en él.
En reflexionar, por ejemplo, en la soledad como fenómeno que afecta a la especie humana en la actualidad, y que no pocas veces se relaciona con la desintegración de valores clásicos y también con lo que distingue a la sociedad moderna, donde, más de lo deseado, se desdibujan el sentido de comunidad, la solidaridad, el respeto al prójimo y, a veces, hasta a uno mismo.
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Ese individualismo exacerbado, esa competencia feroz por tener, consumir, brillar a toda costa, no pocas veces generan aislamiento, frustración, un vacío existencial de la mano de esa soledad que abruma aun cuando se está rodeado por muchos.
El sociólogo francés Émile Durkheim acuñó el concepto de «anomia» para referirse a la falta de normas sociales que regulen la conducta humana y generen cohesión social, en tanto el filósofo alemán Erich Fromm se refería al fenómeno de la «alienación» como a la pérdida de contacto con uno mismo y con los demás a resultas de las condiciones económicas y políticas de la sociedad industrial.
Por su parte, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, en su Teoría de la motivación humana, al jerarquizar las necesidades del humano, posicionaba en niveles altos de la pirámide las necesidades de amor, de autoestima y de autorrealización para llegar a ser uno mismo.
Estos y otros postulados y consideraciones se relacionan de diferentes formas con el tema de las conductas mencionadas, a las cuales quizás sea precipitado, considerando el actual contexto y sus singularidades, endilgarles una etiqueta determinada, un calificativo específico, ya sea el de antropomorfismo o tildarlas, digamos, de agalmatofilia —la afección sentida por muñecas, estatuas u objetos inanimados—, o de objetofilia, una nueva forma de sexualidad, por la cual una persona se siente atraída sexual y afectivamente por un objeto, con la idea de que estos tienen alma, inteligencia y vida.
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Lo cierto es que dichas conductas son variadas y dependen del contexto cultural, histórico y ético en el que se sitúan. Y dependiendo del mismo pueden ser aceptadas como una forma legítima y libre de expresión individual, o rechazadas como una expresión patológica, desviada, del comportamiento humano.
Se trata de un fenómeno complejo y multifacético que singulariza a los humanos que lo practican y a la sociedad en la que viven. Merece ser más estudiado para comprender mejor sus causas, consecuencias, y significados.
De esa forma, quizás pudiera entonces evitarse, o no, la ambivalencia que remite al agua de un florero que se descompone, mientras que otros asumen dicha agua putrefacta como novedosa evidencia de la continuidad de la flor.
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