2025, un año difícil
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Comienza 2025 e intentamos ser optimistas porque siempre creemos que con el año llegarán nuevas oportunidades, todo lo bueno. Sin embargo, siendo objetivos y serios, no parece, de verdad, que será mejor de manera general en cuanto a estabilidad mundial respecta.
Pudiera sorprendernos el azar, pero si analizamos el contexto del mundo, con la mira en la economía y la política, estamos muy mal. Ni hablar de todo lo demás, hasta lo que no depende de estos dos factores muestra incertidumbre.
Para occidente (y más) el escenario puede ser previsible porque en breve Donald Trump asumirá la presidencia de Estados Unidos, y visto lo visto, podemos hacernos una idea. Y según esté ese país, estará el mundo. Lamentablemente hablamos de la primera potencia mundial, un cartelito que han sentido amenazado y no quieren perder.
No es que Estados Unidos sea el ombligo del mundo, pero es evidente su incidencia en cada asunto, e, indirectamente, siempre nos atañe. Ejemplos sobran. Son demasiados intereses desperdigados por todo el planeta.
Para empezar, sin mucho esfuerzo adivinamos que más allá del cerco doméstico, el nuevo gobierno tendrá consecuencias para el conflicto entre Ucrania y Rusia, lo ha adelantado, también para los que se desarrollan en Oriente Medio, y, por supuesto, lo intentarán con China, una y otra vez.
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Además, decir Donald Trump es hablar de migrantes deportados, de ajustes locos para que “el estadounidense recupere su status”, es sorprenderse con sus caprichosas ideas, sus desplantes, su acoso y preferencias más que ideológicas.
El presidente electo de Estados Unidos sabe que esta es su última apuesta (¿hasta cuándo?). Por tanto intentará todo. Volver a la Casa Blanca fue un desafío, una extravagancia para demostrar (se) que podía a pesar de tanto que tiene en contra.
Esto demuestra que sus electores son mucho más locos aún en confiarle un país a una persona egocéntrica, errática, impulsiva, déspota, soberbia, petulante, machista, y tanto más. Un político improvisado, sobre la marcha.
El problema no es ser ambicioso, querer crecer, intentar hacer un país mejor, eso está muy bien. El asunto que preocupa ni siquiera es su proyección, aunque es incómodo y maleducado.
Lo que inquieta está relacionado con su manera de alcanzar sus propósitos, con la forma de imponer, con su pensamiento disparatado, narcisista y de superioridad que ya vimos cómo en el pasado alentó comportamientos extremistas.
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El problema, el mismo de siempre, es no dejar al mundo en paz.
Su presidencia coincide con la urgencia de saber que es el ‘ultimo chance para gobernar un país, también con el desarrollo de conflictos por todas partes, con economías inestables, como inestables son los gobiernos de las naciones más importantes, con una región dispersa muy acorde con cualquier plan de intromisión.
Debemos seguir su discurso amenazante; su proceder para nada diplomático, de dividir y establecer escalas de diferencia no solo hacia lo interno.
Los primeros cien días serán cruciales. Adivinamos que vendrán decretos, discusiones, medidas apuradas para aprovechar la fragilidad y fractura actual debido a las tensiones geopolíticas, se crearán alianzas con los gobernantes más radicales, y quien sabe cuánta iniciativa más teniendo en cuenta su historial y promesas.
Sobreviene un año peligroso. 2024 terminó calentito, con desorden en el patio, por lo cual el futuro es incierto porque ya podemos imaginar lo difícil que es enderezar y terminar pleitos. Por tanto no habrá solución a corto plazo. Seguiremos con guerras, con escasez de alimento y combustible, con crisis sanitarias, gente que migra, y todo esto sin contar con el aprieto climático.
Las expectativas son altas, pero no hay espacio para la ingenuidad, está difícil. La idea de solucionar conflictos en 2025, de conseguir un mundo de paz, está muy lejos porque el vecino del norte es importante, la mano estadounidense se encuentra en todo, como manipulando los hilos de una marioneta, a su antojo.
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