ESTRENOS DE CINE: Bailando con Margot

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ESTRENOS DE CINE: Bailando con Margot
Fecha de publicación: 
8 Marzo 2016
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Después de hacer una exitosa carrera en los videos musicales cubanos, Arturo Santana debuta con su ópera prima con un proyecto que comenzó en 1996 y que se estrena esta semana en los cines de la capital bajo el nombre de Bailando con Margot.

La película se enmarca en tres tiempos diferentes de La Habana de las primeras décadas del siglo XX. Desde el majestuoso actual Museo de Artes Decorativas del Vedado, se desarrolla lo que inicialmente fue una película retro sobre boxeo.

En la casa de una acaudalada viuda, Margot de Zárate se ha cometido el robo de un valioso cuadro, el original de La niña de las cañas, de Romañach. Edwin Fernández encarna al detective privado que cubre el caso.  A medida que este detective desentraña la trama de la historia, se revela el pasado de Margot, quien –descubrimos- ha tenido una vida muy versátil: pasó de ser prostituta a esposa de un magnate con ínfulas de gánster y luego, viuda inconsolable y ostentosa señora de una mansión en el Vedado.

Para delimitar las épocas en las que transcurre la historia se exhibe uno de los mejores logros de la película, el asombroso manejo del color y la fotografía que aporta una visualidad específica para cada periodo –el mérito es del fotógrafo Ángel Alderete, la dirección de arte y la postproducción.

Bailando con Margot clasifica dentro del llamado cine retro y neonoir, pues toma numerosos elementos del cine negro norteamericano (detective, narración en primera persona, corrupción en el mundo del boxeo, el valor de los recuerdos, la culpa) aunque también son manipulados otros géneros como el melodrama, el cine deportivo y el musical, entre otros.

La cinta no disimula sus numerosas intertextualidades a la literatura y al cine clásico, de los cuales asume códigos. De ahí que recuerde lo mismo a la novela Al último adiós de Raymond Chandler que al El halcón maltés de Dashiell Hammet, lo mismo a detectives privados de renombre como Humphrey Bogart que a Phillip Marlowe.

Si bien la idea de la confluencia de géneros de la película tiene cierto magnetismo, la cinta no logra asumir con fluidez esta intención. Lo mismo pasa con los saltos temporales del filme, que se suceden sin explicación ni coherencia.

Por otra parte, el argumento es, de tan predecible, hilarante. Un robo con dos sospechosos no es una situación demasiado conflictiva para nadie. Y si al menos el personaje que encarna Mirta Ibarra hubiera sido –al estilo tan grandilocuente de Hércules Poirot- una sospechosa más, pero al parecer el hecho de ser la dueña del cuadro la eximía de responsabilidad en el asunto.

Asunto que, por demás, no tenía demasiada importancia. Porque ni la dueña del cuadro quería el cuadro, ni necesitaba el dinero que este implicaba. Así que aún después de la exquisita música de los créditos –la banda sonora de la película es magnífica, del compositor Rembert Egües, el que hizo los dos filmes animados de Vampiros en La Habana- el espectador puede entender que todo, absolutamente todo, desde la justificación para que el detective tuviera un caso hasta los viajes temporales por una Habana que tenía prostitución, rebeldes alzados en la Sierra, contrabando de tabaco y negros que se alzan con palas para salvarle la vida a ciertas damas, es apenas una justificación de Santana para hacer una película; su película.

Y para colmo, esos personajes tan planos. Mirta Ibarra se esfuerza por darle vida a su Margot, que algo hace referencia a su viudez del siempre grande Titón. Pero… en vano.

Agradezcamos las buenas actuaciones de la cinta, porque Bailando con Margot no es mucho más que esto. Y para más colmo, esas etiquetas que definen la personalidad de todos y que no se corresponden con lo que son: La chica que se contonea no llega a desnudarse; el homosexual –“maricón” dice la Ibarra- si acaso da un beso; el detective, apenas si tiene el vestuario.

Pero no pidamos demasiado. Bailando con Margot cuenta, como lo dijo su mismo director “una historia de detectives a la cubana”. Y ya sabemos, (recordemos Omertá), que el cine negro no es el fuerte de la cinematografía de la Isla.

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