La Alianza y la Comunidad
especiales
La Alianza del Pacífico se constituye sobre la base del libre comercio y un programa de integración diferente a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Con Chile, México, Colombia y Perú como países miembros, la Alianza quedó establecida en junio del 2012 mediante la suscripción del Acuerdo Marco, el cual sentó las bases institucionales del proyecto nacido un año antes con la Declaración de Lima.
Pero sus objetivos superan la libertad comercial y, por tanto, el simple cambio de nombre de un ALCA que Chávez envió a ese lugar lejano a donde todos hemos mandado algo. El maquillaje ha de ser mejor pues ahora el contexto es otro y mecanismos como la Organización de Estados Americanos (OEA) quedaron congelados en la disfuncionalidad.
La Alianza aspira a un papel protagónico, quiere “convertirse en una plataforma de articulación política, de integración económica y comercial, y de proyección al mundo, con especial énfasis en el Asia Pacífico”, de acuerdo con su página web.
Se traduce en un esfuerzo por asegurar la supervivencia del neoliberalismo, garante de la succión –envidia del mismísimo Drácula- de cada uno de los recursos del continente.
Laboratorio de tantas cosas durante el virus dictatorial en el cono sur, América Latina fue además tubo de ensayo para la doctrina neoliberal. El Chile de Pinochet es el ejemplo paradigmático, las consecuencias en el presente de ese país obligan a encerrar la llamada “vuelta a la democracia” en un par de tiránicos –y dolorosos- signos de interrogación.
Para reflexionar Chile a las alturas de la segunda década del siglo XXI, ayuda una sentencia de García Márquez en Panamá: “la educación privada, buena o mala, es la forma más efectiva de la discriminación social.”
Mientras tanto, Colombia se consume en el trauma del narcotráfico, no tan disfrutable como ese mundo de Pablo Escobar que llega en forma de temporadas y nos deja atónitos de entretenimiento.
La pregunta es hasta dónde la doctrina económica que defiende la Alianza del Pacífico es compatible con propósitos de integración auténtica.
“No tengo la menor duda en señalar al proceso de integración de la Alianza del Pacífico como el más importante que ha tenido América Latina en toda su historia”, dijo el presidente colombiano Juan Manuel Santos en el marco de la VII Cumbre de la organización (Cali, Colombia 2013). Una frase tan categórica nos recuerda a todos la importancia de prestar atención a aquellas clases de Historia de América. Ni siquiera el disciplinado derechista Sebastián Piñera fue tan absoluto.
Integración es mucho más que una amalgama para mirar con especial énfasis hacia el Asia Pacífico, borrarle las fronteras al comercio e inflar la macroeconomía. La Alianza no tiene –ni procura- la radicalidad para cerrar venas en este lado del mundo. Un proceso de integración demanda mucho más que una alianza entre cuatro países con cierto aroma a cruzada neoliberal disfrazada de beneficencia.
Se trata más bien de buscar alternativas de desarrollo exentas de las polarizaciones que han hecho de América Latina el continente más desigual. Es preciso actuar como una gran comunidad, donde la impronta colaborativa supere el hálito mercantil.
Mirar primero adentro es la base para el logro, como bloque regional, de una posición sólida internacionalmente.
Como en toda época de rupturas, se asiste en Latinoamérica a la consecuente polarización de fuerzas y poderes que dibujan un panorama complejo.
El respeto a la autodeterminación es la base de la CELAC, por eso la solidez de su proyecto no está en excluir, sino en ofrecer un espacio de cooperación entre los pueblos, decisores, en cualquier instancia, de su destino. Así, la presidencia pro-témpore pasó de Chile a Cuba y la segunda cumbre tiene su sede en La Habana, otra prueba del anacronismo de la OEA a estas alturas del partido.
La CELAC consiste en pensar y hacer América para los pueblos americanos (y no para los norteamericanos), es una Comunidad para despedir aquel Destino Manifiesto.
Añadir nuevo comentario