DEL FESTIVAL DE CINE: Tener el pelo malo
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Tener el «pelo malo» no puede ser un estigma, y querer alisárselo, tampoco, aunque se trate de un varón. Eso es lo que no entiende la mamá de Junior y hasta llega a llamar a su hijo, que es solo un niño, «maricón».
Ver una situación así de frente es bien chocante. Pelo malo, el filme venezolano de Mariana Rondón, es una historia cruda y triste. No creo que pueda existir algo más doloroso que una madre que no quiere a su hijo.
Junior vive en un barrio pobre de Venezuela, con su mamá y su hermanito bebé. La madre, desempleada y bajo investigación, es una mujer aparentemente resuelta, que batalla cada día por salir adelante con los dos niños. Poco a poco la película la muestra como lo que realmente es: un ser frustrado, ignorante e infeliz, incapaz de comprender a su hijo ni de compartir sus ilusiones.
Junior tiene el pelo rizo y quiere cambiarlo para hacerse la foto del colegio, vestido de cantante famoso. Su abuela paterna comienza a ayudarlo con ese plan, pero su intención es quedarse con el niño y criarlo, ya que la madre no tiene dinero para mantenerlo.
En medio de un ambiente familiar hostil, y en una ciudad donde reinan los disparos y la violencia, Junior encuentra refugio en la amistad de su vecinita, en la música y en el joven que vende periódicos debajo de su edificio. Este último es siempre amable con él y se convierte en el ideal de belleza del niño.
Pelo malo es una denuncia a la homofobia, una crítica a las familias desmembradas, a las mujeres que no saben ser madres y a quienes toman el camino más fácil, sin darse cuenta del daño que le hacen a otros.
Pelo malo, que habla de la violencia interpersonal más allá de las calles de una ciudad corrupta, ha participado en disímiles festivales y se ha ganado las ovaciones del público y la crítica. En la 61º edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián mereció la Concha de Oro a la mejor película.
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