Cuba: Un país, una cultura
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Asumamos que cultura es mucho más que arte y literatura: es el gran patrimonio de la humanidad, el conjunto de valores que sostiene a la sociedad, el espíritu de una nación… Asumamos que cultura es también historia, tradiciones, filosofía, ciencia… Con un concepto tan amplio, es innegable que la esencia de cualquier proceso revolucionario es necesariamente cultural.
Y cultural es, por tanto, la transformación a la que aspira el socialismo. La Revolución cubana tiene entonces el compromiso de garantizar que todos los ciudadanos tengan el pleno acceso a todas las manifestaciones culturales, pues es la única garantía —ya lo dijo Martí— de acceder a una libertad plena.
Esa ha sido una prioridad desde 1959. El proceso se ha llevado a cabo con no pocas dificultades y errores, pero el historial de realizaciones es extraordinario. Puede decirse sin temor: el triunfo de la Revolución significó un auténtico, radical cambio de época.
El sistema de la cultura en Cuba tiene ahora mismo un nuevo desafío: estar a la altura de las transformaciones que vive el país. En medio de circunstancias económicas adversas, siempre será necesario un importante respaldo financiero a las actividades artísticas, que casi nunca lo encontrarían en un contexto meramente mercantilista. Pero hay que entender que las subvenciones tienen que estar dirigidas a los que las merecen.
El igualitarismo que durante tantos años ha lastrado el trabajo de las instituciones tiene que ser desterrado de una vez por todas. El país no puede permitirse sostener proyectos con pocos o nulos resultados cualitativos; tampoco debería asumir los presupuestos de otros que pudieran entrar, sin menoscabo de sus propuestas, en el ámbito empresarial.
La vanguardia artística de la nación precisa un reconocimiento especial, no puede recibir los mismos recursos, el mismo tratamiento que los creadores mediocres. Hay que defender la idea de que la cultura debe ser patrimonio de todos, pero no la de que “hacer” arte —arte auténtico— es una posibilidad de todo el mundo.
Se hace imprescindible reconocer jerarquías (o crearlas si es necesario); los esquemas económicos tendrían que respetarlas. Eso no significa que haya que cerrar la puerta de la creación, pero ya están concebidos los espacios para el movimiento de artistas aficionados, que debe ser una cantera, pero también un válido escenario de realización personal.
El Ministerio de Cultura, el sindicato y las organizaciones profesionales, tienen que reducir el apabullante aparato burocrático que todavía persiste. La homologación casi obligada de entidades nacionales en niveles provinciales, e incluso municipales, solo ha conseguido crear plantillas excesivas y disfuncionales, poco vinculadas a la creación.
El país ya cuenta con una infraestructura cultural establecida, es hora de adecuar las estrategias. Y también es necesario trascender las fronteras del sector, porque la cultura está en todas partes, desde las ofertas al turismo hasta en las alternativas de recreación para la familia y los jóvenes.
La inmensa obra cultural de la Revolución es referente en el mundo, en momentos de crisis en que muchos países han reducido sus programas sociales. Pero el país necesita hacer más eficientes todos sus ámbitos, incluidos los que no tienen que ver directamente con la producción.
La cultura cubana es el sostén de la nación, su materia misma. Engrandecerla es engrandecernos.
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