Bukele se deschava
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Marco Rubio y Nayib Bukele en El Salvador. Imagen: Mark Schiefelbein/AFP
Siempre pensé que un dirigente con tanto apoyo popular podría aprovecharlo para las causas justas, contra viento y marea, marcando el paso a seguir, pensando que aquellos que lo combatían se encontraban obnubilados, debido a esa misma aceptación que pudiera ocasionar cierta lógica y razonable envidia.
Y aunque algunos ya lo auguraban desde el principio, acertados o no, bastó nada más unos pocos días, con la llegada al poder de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, para que en una sucesión de hechos de difícil explicación, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se deschavara y diera a conocer el lado malo -algunos le dicen oscuro- de su naturaleza.
El idilio con el trumpismo lo encendió al máximo el canciller norteamericano de lamentable origen cubano, Marco Rubio, quien lo calificó como un gran amigo de Estados Unidos con quien había llegado a un acuerdo sin precedentes de aceptar criminales de las cárceles norteamericanas para ubicarlos en la megacárcel de la nación centroamericana, símbolo de la lucha emprendida por el mandatario salvadoreño para atacar victoriosamente las consecuencias de la criminalidad, lo que le valió una enorme aceptación popular, que incluso ha llegado al 95%.
El idilio entre Bukele y Rubio quedó plasmado en una foto donde ambos están en un balcón con vistas a una extensa superficie de agua, tras lo cual el propio presidente salvadoreño especificó que pone a disposición para este fin el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la polémica megacárcel de máxima seguridad, que tiene una capacidad para unos 40 000 presidiarios. Dijo que lo hará a cambio de una "tarifa" relativamente baja para Estados Unidos, pero "significativa" para hacer sostenible el sistema penitenciario de El Salvador.
ELUCUBRANDO
¿Qué detalles se esconden tras las palabras de amistad entre Rubio y Bukele?
En declaraciones a la agencia alemana Deutsche Welle, el abogado y especialista en políticas públicas José Marinero recuerda que en Estados Unidos hay cabecillas de la pandilla MS-13 que están siendo procesados por casos que podrían tener implicación con la tregua que, según investigaciones de medios locales, negoció en su día el gobierno de Bukele con las pandillas MS-13 y Calle 18.
Logrando su deportación, El Salvador retomaría el control sobre personas que, "ante un juez, podrían exponer evidencia que compruebe que el gobierno salvadoreño ya con Bukele, negoció y acordó tratos con las pandillas”, dice Marinero.
Pero, para ser justos, hay que ver otra posible contraprestación: un trato más favorable a los salvadoreños que están en Estados Unidos.
Lo cierto es que el trato supone el espaldarazo estadounidense a las controvertidas políticas de seguridad llevadas a cabo por Bukele en los últimos años, en su objetivo de acabar con las pandillas y la criminalidad.
"El acuerdo de Rubio con El Salvador viene a darle relevancia a lo que se ha hecho en seguridad pública en nuestro país”, destaca Luis Contreras, asesor político y de seguridad ciudadana. Si EE.UU. envía criminales al CECOT, es porque confía en que "no van a tener posibilidad de escape”, subraya Contreras.
La criminalidad, ciertamente, ha experimentado un descenso muy acusado en los últimos años en El Salvador, donde hay instaurado un régimen de excepción desde el 2022 para combatir el problema, medida que ya es considerada como política de Estado.
"En El Salvador, la Justicia no es independiente y el sistema penal se torció para detener masivamente a decenas de miles de personas sin certeza legal de que todas ellas hayan delinquido”, dice Tamara Taraciuk, directora del programa Peter Bell sobre Estado de Derecho en el think tank The Dialogue.
Muchos de ellos están precisamente en el CECOT. "Encerrar a delincuentes con otros que no fueron debidamente investigados y sancionados en una cárcel de este tipo abre la puerta a crear una escuela para delincuentes donde, en vez de combatir el delito, se promueve un caldo de cultivo para que se expanda”, valora Taraciuk.
En el marco de la visita de Rubio, Estados Unidos y El Salvador suscribieron un acuerdo de cooperación sobre energía nuclear para "promover la cooperación nuclear pacífica", según dijo el Departamento de Estado de Estados Unidos en un comunicado. Está por ver si se concreta un proyecto ya anunciado hace un tiempo por Bukele para abaratar el precio de la energía y no depender del contexto geopolítico.
Por otro lado, el renovado acercamiento de Bukele a su vecino del norte no solo implica acoger criminales en el CECOT, sino que contribuye a dar una victoria mediática a Trump.
Y es porque ni bajará el delito ni dejará de haber migración ilegal por enviar a unos cuantos miles de personas a la afamada cárcel de Bukele, pero el acuerdo sirve para anunciar a "bombo y platillos”, la eficacia del trumpismo para "limpiar” el país de delincuentes y migrantes irregulares.
OJO CON EL NADA BLONDO
Desde la oposición republicana Rubio defendió la política de Bukele ante las arremetidas del anterior gobierno de Joe Biden.
Con el agua hasta el cuello, Bukele abrazó a Rubio y, empujado por la ultraderechista ARENA, sucumbió ante el Fondo Monetario Internacional y estuvo abierto a concesiones políticas y económicas, como desistir de su apuesta por el Bitcoin.
Quizás algún día Bukele se dará cuenta de que Rubio tiene aliados pasajeros. En el 2017, el hoy canciller trumpista llamó al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández -condenado en Estados Unidos por narcotráfico- “aliado contra el tráfico de drogas”. Al caer en desgracia, ni el entonces senador ni otros supuestos aliados de Hernández salieron en defensa del hondureño.
Además, en el caso de los migrantes venezolanos, Bukele ha asumido también el rol de intermediario en una operación que busca extorsionar a Venezuela, ofreciendo a sus ciudadanos como moneda de cambio en un eventual canje de "prisioneros". Esta lógica perversa —donde los seres humanos son tratados como fichas en un tablero— sitúa a El Salvador como agente activo de la guerra híbrida contra Venezuela, en alianza servil con Washington.
Lo que se juega en El Salvador no es un episodio aislado, sino un ensayo general de una arquitectura represiva internacional donde los países del Sur Global son convertidos en cárceles por encargo. Y el precedente es gravísimo: si se permite que un país encarcele personas a pedido de otro, sin base legal propia, se dinamita cualquier posibilidad de aplicación de justicia.
Bajo esta lógica, el gobierno de Nayib Bukele en El Salvador ha dado un paso más allá: no solo acepta el papel de gendarme regional, sino que se ofrece como prisión tercerizada del Norte Global, deteniendo en su territorio a migrantes deportados desde Estados Unidos, sin juicio previo ni debido proceso.
En este esquema, el migrante no es sujeto de derecho, sino una mercancía geopolítica. Y el Estado salvadoreño, lejos de ser soberano, se convierte en el operador logístico de una arquitectura represiva transnacional, donde los muros son más rentables cuando están lejos de casa. Y todavía hay mucho que decir.
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