Un adiós a Capuchino

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Un adiós a Capuchino
Fecha de publicación: 
15 Diciembre 2023
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Imagen ilustrativa. Foto: Internet

Mi amiga de la infancia me llama al borde del llanto: «tuve que decirle adiós a Capuchino».

Entonces fuimos dos tratando de contener las lágrimas.

Capuchino no es una mascota y mucho menos esa variante en la preparación del café. Era un perro de peluche, pero no cualquiera, sino el último juguete, con toda su carga de recuerdos y añoranzas de una niñez que quedó atrás hace mucho.

Tanto, que Capuchino era de cuando existía la venta de juguetes por la libreta, un básico y dos adicionales, y se marcaba por días en colas interminables, en dependencia del día que te hubiera tocado comprar.

Y aquel peluche había sido el juguete que pudo comprar mi amiga en aquella puja que entonces resultaba angustiosa y que ahora quizás muchos desearan. Pero fue la última oportunidad en que se vendieron de esa forma juguetes en la Isla.

Le pusimos juntas el nombre. Lo llamamos Capuchino porque era amarillo y con una expresión tan dulce como un cake de capuchino. Jugamos con él durante mucho tiempo, y luego, pasó a ser el compañero de sueño de mi amiga para, finalmente, adornar su cama, hasta que decidió resguardarlo de la intemperie en un cuidadoso envoltorio.

Así protegido pasó a ocupar espacio en el closet, pero no olvidado como esos objetos que una no se atreve a desechar, pero que molestan por ocupar valioso espacio.

Aquel juguete no era un estorbo, sino la única conexión física, tangible, que quedaba de nuestra infancia, y más de una vez, cuando la visitaba, hablamos de él.

Pero llegaron estos tiempos de billeteras y refrigeradores angustiados; tiempos en que una buena parte de los habitantes de esta Isla se han vuelto comerciantes y venden todo lo que pueden para tratar de enfrentar, no siempre con éxito, la subida de precios.

Ahora, más que nunca antes, se constata aquel refrán de que el vivo vive del bobo. Y como mi amiga no es de los vivos —entiéndase, en este caso, ladrones, abusadores, corruptos, estafadores y otras miserias humanas—, tuvo que echarle mano a Capuchino.

Estuvo tratando de preservarlo casi contra viento y marea, pero cuenta que una mañana no le quedó más remedio que sacarlo de su envoltura, acomodarle su amarillo pelaje y llevarlo a vender.

Por suerte, fue una amable señora quien lo compró para su hijita, así que Capuchino ha comenzado una segunda vida y quizás esa niña, cuando peine canas, escriba de su peluche amarillo. ¿Cuáles serán sus historias?

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