Las aventuras de una Cinemateca sesentona
especiales
1968 es considerado como un año parteaguas en disímiles ámbitos de los que el cine no podía ser excluido —y el nuestro legaba dos clásicos al cine iberoamericano como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez y Lucía, de Humberto Solás. Uno de sus paladines, François Truffaut, se las ingeniaba para hallar tiempo con el fin de concluir el rodaje de Besos robados y asistir a las manifestaciones de los cineastas en protesta por la destitución de Henri Langlois, fundador y presidente de la Cinemateca que acunaba la nueva ola francesa con un influjo imposible de resistir o negar.
Para el joven italiano Bernardo Bertolucci, contagiado por aquel hervidero, la mejor escuela de cine del mundo era la cinemateca parisina y el mejor profesor Langlois, que vivió por y para el séptimo arte y al que debemos la salvación no pocas de sus obras condenadas a la desaparición por la alarmante desidia imperante. «La única escuela de cine es ir al cine y no perder el tiempo estudiando teoría en una escuela», opinaba quien hiciera bailar a un Stanley (Brando) Kowalski, un último tango compuesto con los acordes del rosarino Gato Barbieri.
«Todo lo que sé lo aprendí del cine, a través de sus películas. —escribió Truffaut años después de propinar un enésimo golpe a la indiferencia—. Del cine se aprende su historia, su pasado y presente en la Cinemateca. Solo en ella se aprende. Es una enseñanza perpetua. Yo formo parte de la gente que necesita volver a ver siempre viejos filmes, los del cine mudo y parlante. Por lo tanto, me paso la vida en la Cinemateca, excepto cuando estoy filmando». En La Habana que nunca pudo conocer, un grupo de cinéfilos era convocado por la institución análoga fundada el 6 de febrero de 1960 por Héctor García Mesa y la decisiva colaboración de Alfredo Guevara. Como a Langlois y sus seguidores, los unía el ferviente deseo de descubrir en las funciones de la sala oscura y modelar un espectador activo, cualitativamente superior.
Seis décadas después, no obstante logros incuestionables —entre estos promover ¡y lograr!, la inscripción en la Memoria del Mundo de la UNESCO, de los negativos del Noticiero ICAIC Latinoamericano y de la colección de carteles cubanos de cine—, la Cinemateca de Cuba, inconforme por naturaleza, acomete acciones impostergables destinadas a la salvaguarda de patrimonio fílmico nacional bajo su custodia. Todo esfuerzo destinado a su restauración y preservación, reclama la mayor atención y recursos posibles. Cada día que transcurre sin acometer alguna tentativa por rescatar al menos un minuto de imágenes de toda época y en cualquier soporte, es un día perdido de consecuencias imprevisibles para el presente y el futuro.
Simultáneamente, persevera en su vocación de exhibir lo mejor del cine del mundo en una programación lo más equilibrada posible, no siempre apreciada con la pasión que demanda reunir tantos títulos en el devenir del arte de las imágenes en movimiento. Frente a nuevos desafíos nadie puede refugiarse en la añoranza por la década prodigiosa de los sesenta durante la cual el ICAIC y consigo la Cinemateca, fomentaron el nacimiento del nuevo cine cubano y, con él, el cine móvil, la concepción de museo ambulante por toda la Isla, el cine de animación con un criterio artístico, la llamada Escuela Documental Cubana, la revista Cine Cubano, la más longeva de su tipo en el continente, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, una cartelística cinematográfica con genuinos rasgos distintivos y el único movimiento de dimensión continental en el devenir del cine, generador del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Numerosas investigaciones y publicaciones avalan la labor paciente y tenaz desplegada a lo largo de más de seis decenios. Llegue nuestra más sincera congratulación a un equipo que, a veces, en el silencio, sin que nada ni nadie pueda perturbar la búsqueda de un esclarecedor dato perdido, ilumina con su labor anónima esa historia de luces y de sombras que representa cada cinematografía, y la nuestra no significa una excepción.
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