La Covid en Cuba: Sobre el corredor humanitario y otras buenas intenciones
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Pocos han sido tan solidarios como Cuba durante este pamdemia. La brigada Henry Reeve, la misma que algunos satanizan y quisieran desaparecer, ya está en Matanzas. No es la primera vez que nos movilizamos en Cuba por nosotros mismos, no es nuevo ser tan solidarios hacia dentro como lo somos hacia fuera: sin condiciones, con transparencia, desde el corazón.
Gracias. Esa es, sin dudas, la primera palabra. Pero punto y seguido me llegan algunas preguntas: ¿qué es un corredor humanitario? Le pedí a un amigo diplomático que me diera la respuesta corta: "Un corredor humanitario se apllica en situaciones de conflictos armados,las partes hacen un alto al fuego para que evacúen heridos, traigan alimentos a los civiles, entre la Cruz Roja, etc." ¿Aplica ese mecanismo para la situación de Cuba hoy? Obviamente, no.
Pero releyendo lo del enemigo, la tregua y la guerra, se me ocurre que hay algo que sí aplica y nos sería de gran ayuda. Hace apenas días la diplomacia cubana presentó un pormenorizado informe ante las Naciones Unidas (como todos los años, pero esta vez en medio de la misma crisis sanitaria que argumentan los promotores del corredor humanitario) ¿Qué es eso si no decirle al mundo la situación en que estamos y pedir ayuda? Y encontramos respuesta entre la mayoría de los gobiernos, pero oídos sordos en el que nos ha negado por más de 60 años el acceso a los "corredores" comunes y corrientes a los que tenemos derecho como pueblo y como país.
Entonces ¿por qué no se enfoca el altruismo en pedirle al poderoso enemigo que nos somete a la más desigual y cruel guerra económica, comercial y financiera , que dé al menos una tregua en medio de la pandemia, en lugar de firmar más de cien nuevas medidas como hizo Trump y mantenerlas, tal cual ha hecho el presidente Biden? ¿Por qué no exigir el cese del bloqueo?
Cuba pide y recibe ayuda, siempre lo ha hecho. Hay organizaciones de solidaridad en todo el mundo que tienen claros y engrasados los mecanismos para hacernos llegar sus aportes. Incluso en los propios Estados Unidos ¿o falta alguien por enterarse de todo lo que los Pastores por la Paz, que fundó el Reverendo Lucius Walker, hicieron y hacen, contra viento y marea, para hacernos llegar donaciones?
Por otro lado, en la mayoría de los países desde donde tantos cubanos y cubanas le piden al gobierno de la isla crear una vía para enviar ayuda, tenemos embajadas y consulados que, seguramente, sabrán orientarlos, digo, si la única y traslúcida intención es ayudar.
Como siempre, en las redes he encontrado de todo por estos días, pero me duele tanto mi ciudad de Matanzas, mi país, que voy a quedarme con lo que me gusta, con lo que me fortalece, con lo que me saca las lágrimas de emoción, como el anuncio en el muro de un colega sobre organizaciones de solidaridad con Cuba, que desde Europa se ponen a disposición de los interesados en hacer llegar sus donaciones o la iniciativa del Centro Memorial Martín Luther King Jr. de recibir y encausar las de quienes, desde La Habana, quieren ofrecer también sus contribuciones.
Nadie ha dicho que la ayuda no será bienvenida, la externa y la interna. No es la primera vez que nos movilizamos en Cuba por nosotros mismos, no es nuevo ser tan solidarios hacia dentro como lo somos hacia fuera: sin condiciones, con transparencia, desde el corazón.
Ya conocí a un Alexis Leiva Machado, Kcho, que juntó amigos y plantó campamentos de arte y trabajo codo a codo de Oriente a Occidente, con pala y pincel para rehacer lo deshecho por tres huracanes. Ya admiré, casi sin conocerlos, a un grupo de jóvenes que tomaron un portal de Diez de Octubre por pacífico asalto para recibir y distribuir cuanto alivio fuera posible tras un tornado, entre ellos un científico, Alejandro Palmarola y una madre llamada Dunia D Castillo, que dejó a sus hijos en Matanzas (qué chiquito es el mundo, justamente en Matanzas), para venir a cooperar.
Por supuesto que tomaremos la mano que se extiende, aunque venga vacía, solo con su aliento o su disposición, lo que tenga para dar, "la mano franca", no importa en qué lejana latitud descanse el hombro que la sostiene, ni siquiera importa si la manda un cerebro cubano, con certificaciones archivadas en nuestro registro civil, o uno que piensa desde Oceanía, pero eso sí, tiene que estar colgada a un corazón.
Porque una mano colgada a un corazón no hace chantajes, no te pide el alma a cambio de su ayuda, no te empina el índice en plan de "te lo dije", no coquetea con el verdugo, y si cruza los dedos es para alejar lo malo, nunca para mentir sin vergüenza.
Una mano colgada a un corazón sabe de amores y esperanzas, se junta con las manos que aprietan otras manos y no el cuello de los más débiles.
Una mano colgada a un corazón sabe que si tienes que entregar la dignidad, no te servirá de nada la vida, así que choca los cinco por ti, por los tuyos, te empuja y te levanta para que puedas defenderlas al mismo tiempo.
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Chino
Lisdainy
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