Carlos Enríquez, de amor y ausencia
especiales
Sensuales rostros le llenaron de ardor el corazón, para luego estrangular sueños. El desamparo mordió la vida del pintor cubano Carlos Enríquez: estaba prisionero del delirio. ¿Por qué se ahoga el pecho? ¿Y los remeros se burlan de su barca ya vacía para siempre? ¡Ah ¡, si yo pudiera...”, el grito se apaga en los labios, sólo el silencio crece.
Suma de dolores, siente próximo el final; tal vez en este momento supremo piensa en la infeliz Santillana, niña amada, o recuerda a Eva, la ingrata que en las noches le descubría el secreto de cada estrella; todo es tan borroso ahora. Sus enemigos lo han llamado “pintor loco”, lo califican de “artista maldito”, pero el alza su obra luminosa, carta de triunfo contra esos convencionalismos que en su última etapa lo hacen refugiarse en su casa del Hurón Azul.
DE SU VIDA
En Zulueta, antigua provincia de Las Villas, nació en 1900 el pintor, cuya infancia transcurre entre la algarabía de los juegos y reposadas lecturas. Muy joven marcha a Estados Unidos a estudiar contabilidad. Seducido por la pintura, matricula en el Pennsylvania Academy of Fine Arts y pronto se revela contra el naturalismo académico que orienta la escuela.
Su regreso a Cuba es época de búsqueda y tanteos en la que realiza muchos dibujos para varias publicaciones. En 1927 participa en el Salón de Bellas Artes. Visita Estados Unidos y vuelve a La Habana, en 1930, donde una exposición suya es suspendida con el pretexto de que tiene un fuerte contenido político y por el tratamiento del desnudo. Ese mismo año viaja a Europa, en un recorrido que lo llevó por distintos países: Francia, España, Italia, Gran Bretaña. Profundiza en el surrealismo y se pone en contacto con las tendencias vanguardistas. Muy importante fue su estancia en España. Enfatiza en el expresionismo y lo onírico.
Combate.
Muestra exposiciones en Madrid y Oviedo. Los tonos oscuros y grises son muy utilizados por el pintor durante esta etapa europea. Aflora en sus cuadros la sombría nostalgia por la muerte de su hija Santillana, nacida de su casamiento en 1925 con la pintora norteamericana Alice Neel, con quien tuvo otra hija criada por las hermanas de Carlos. El matrimonio se separó.
Retorna a la Isla. Hay para él como un redescubrimiento de Cuba. Se siente vivir de nuevo y asume el color tropical que añade a sus cuadros ricas resonancias mágicas. La eclosión del color marca su exaltada sensibilidad; de este período son sus cuadros premiados en el Salón de Pintura y Escultura de la Secretaria de Educación: El rey de los campos de Cuba, 1935, y El rapto de las mulatas, 1938, su obra más conocida.
SARA, LA MODELO
Soñé contigo anoche/ qué tortura/ era un claro de luna/ que aparente desgarraba la desnudez de tu hermosura/ como el agua que resbala en la cascada/ pasé veloz por tu garganta impía/ me detuve como inquieta golondrina/ ay, Sara, si estabas dormida.
-Esos versos todavía los escucho en su voz como si fuera ayer y, sin embargo, han pasado tantos años; muchas veces me los recitó al oído allá en mi habitación del Hurón Azul, me cuenta Sara Echeméndez y por su mirada pasa una ráfaga de nostalgia.
Cuando la conocí hace más de tres décadas, había inspirado con su bella imagen a varios pintores famosos; entre ellos a Carlos Enríquez de quien aseguraba fue la modelo de El rapto de las mulatas.
Narrando realidades o en la maraña de la fabulación, Sara con 70 años encima, tenía una interesante anecdotario del mundo artístico porque modeló para pintores y escultores de su época.
Empezó a posar a los diez años: el escultor Casagrán necesitaba una niña para sus trazos y la solicitó en un anuncio del Diario de la Marina; ella fue la elegida. Luego, muy joven continuó en esa labor que le resultaba grata.
De Carlos Enríquez, me dijo:
-La primera vez que lo vi me impresioné de tal manera que no pude quitarle los ojos de encima. Sucedió precisamente en el estudio de Casagrán; cuando entró, una rara fascinación me envolvió; tal vez fue el olor a colonia fuerte, su personalidad, sus manos... ¡Qué manos tan distintas tenía!
-Me convertí en su modelo. Él hizo una especie de trato con mi madre; la ayudaba en lo económico y buscó que yo tuviera una educación buena. Me enseñó modales, a vestirme; le gustaban las telas vaporosas, de gasa, esa transparencia que tienen sus cuadros captada tan maravillosamente.
-La gente cuenta muchas historias; relaciono El rapto de las mulatas con un episodio de mi propia vida: yo andaba metida en trajines revolucionarios con un músico que se llamaba Avelino, de la orquesta Hermanos Martínez, muy famosa. Un día, con otros lo acompañé y no pude regresar esa noche a mi casa porque la policía nos perseguía. Mi mamá conversó con Carlos y le dijo que Avelino tenía que casarse conmigo, pues su hija no podía dormir fuera de su casa; así se preparó mi matrimonio y esa idea del rapto que no fue le quedó rondando en la cabeza a Carlos y me figuro que le dio pie para hacer su obra más célebre.
El Rapto de las mulatas.
-Mucho tiempo viví en el Hurón Azul. Tenía mi habitación y desde allí veía como él se mecía en la hamaca. Cuando se dedicó a pintar El rapto fui su modelo; recuerdo que mandó a fustigar el caballo y yo allí arriba creía morirme del susto.
- A Carlos le gustaba pintar más bien de día; de noche solo las flores: le encantaba hablar de plantas, raíces y pulpa de las frutas y lo hacía con mucha picardía. Lo que sí puedo decir es que era un hombre muy bueno, muy generoso; siempre dispuesto a dar todo lo que tenía y, ya ves, murió en la más grande de las miserias.
Aquel día me despedí de Sara de quien más nunca supe. Ella, según me aseguró, modeló para obras de Manuel Vega, Leopoldo Romañach, Teodoro Ramos, Fidelio Ponce y otros.
EL HURÓN AZUL
En este sitio, el pincel feliz creó y la pluma hizo crecer historias. Dicen que Enríquez la construyó con materiales buscados en los rastros un día y otros: tablones viejos, de madera dura: una reja que imita una lira y hasta un medio punto, uno de sus detalles más hermosos; aunque lo más insólito es la chimenea en pleno trópico. La construcción data de 1939, en la finca recibida como herencia paterna.
La casa de Carlos Enríquez, Hurón Azul
La casa está llena de rarezas, incluso el nombre. Se afirma que tal denominación es producto de su fervor surrealista; algunos aseguran que trajo cuatro hurones de su viaje a Haití y a uno lo disecó y, luego, lo tiñó de azul. Los restantes dieron pronto muestras de su voracidad y hubo que desaparecerlos.
Deslumbraba la vegetación ceñida de verdes, en cuyo copas los árboles mecían sus cabelleras, Carlos Enríquez sembró plantas traídas de lejanos países y la riqueza de enormes maderables.
EVA AMOR
Fruto de su amor más angustioso es el famoso desnudo Eva saliendo del baño. Después de su ruptura con la francesa Eva Frejaville, el artista quiso borrar la figura de quien con tanta pasión amó y recubrió el óleo con una espesa capa de pintura.
Luego de la muerte del artista, su amigo Fernández de Castro recuperó la puerta y la pintura fue sometida a una paciente restauración que hizo que Eva volviera a vivir para regocijo de sus admiradores.
Eva saliendo del baño
La residencia se convirtió en un espacio cultural muy visitado por escritores, poetas y pintores. Frecuentaban el lugar, entre otros, Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Fidelio Ponce, Fernando Alonso, Juan Marinello, Juan David y René Portocarrero.
Carlos Enríquez dejó memorables obras entre las que se encuentran Campesinos felices, Dos Ríos, Combate. Paisaje criollo, Virgen del Cobre. La actualidad política compulsó en cada momento al artista, que sintió siempre la rebeldía contra lo injusto. En 1933, daría a conocer uno de sus óleos de más aliento Crimen en el aire, fuerte denuncia contra el fascismo. Otro: A un día y una hora, dedicado al poeta y dirigente, Rubén Martínez Villena. También había ilustrado la edición extranjera de La pupila insomne. Notabilísimas son las ilustraciones que hizo para El son entero y la Elegía a Jesús Menéndez, de nuestro poeta nacional Nicolás Guillén. Realizó la escenografía del ballet Antes del Alba y escribió las novelas La vuelta de Chencho, Tilín García y la Feria de Guaicanamara.
Detalle de la muerte de Martí
El artista falleció en 1957. Su última morada en la que conoció días felices y los de desesperanza, sumido en el alcohol, es hoy una Casa-Museo, que atesora libros, cartas personales, pinturas y objetos pertenecientes a la alucinante atmósfera que lo envolvió.
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