Un tope beisbolero con una historia tremenda (II parte)
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Días antes de que el béisbol debutara en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el tope de béisbol entre Cuba y Estados Unidos tuvo sede compartida entre la ciudad de Holguín (tres partidos) y tres estados norteños (cuatro juegos), con balance final de cinco éxitos (16-1, 17-6, 11-7, 8-2 y 6-0) para los antillanos con par de reveses (2-8 y 0-3).
Un total de 60 carreras anotó nuestro conjunto –la más alta en la historia de estos enfrentamientos- y solo permitió 27 de sus adversarios en siete desafíos, con destaque ofensivo para una tríada de respeto mundial: Omar Linares, Antonio Pacheco y Orestes Kindelán, quienes pegaron par de cuadrangulares cada uno.
La historia continuó en 1993, otra vez con asiento en los dos países, pero con un éxito parcial más cerrado para los cubanos. En la visita a Kansas y Tennessee, los nuestros dividieron honores con dos sonrisas (4-3 y 12-8) e igual cantidad de fracasos (1-9 y 3-6), en tanto Sancti Spíritus los vio ganar en par de ocasiones (5-3 y 8-3) con un solitario revés (2-4).
Apenas dos enfrentamientos se celebraron en 1994, ambos 3-1 a la cuenta de la tropa que dirigía Jorge Fuentes, mientras el descalabro más grande de una selección tricolor en estos topes aconteció en 1995, cuando fuimos barridos en cuatro choques que tuvieron una vez como guarida la ciudad de Milington, Tennessee.
Las pizarras 7-6, 4-1, 5-3 y 6-5 movieron una preocupación enorme entre la afición cubana en un año sin grandes compromisos mundiales, pero antesala de la segunda participación oficial del béisbol en el calendario olímpico, precisamente en Atlanta 1996, año en que se le pondría punto final a una idea noble, amistosa y necesaria para las dos federaciones.
Por excepcionalidad, Estados Unidos sirvió de anfitriona dos veces consecutiva de estas series y el desquite de Cuba llegó con el triunfo parcial, al dominar en tres pleitos (5-1, 4-2 y 7-2), al tiempo que cayeron derrotados 11-10 y 8-4 por un conjunto universitario que se asemejó mucho al que diera inicio en 1987 a estos “dual meet”.
Una nueva directiva en el béisbol amateur estadounidense decidió suspender estos topes desde 1997 hasta su retorno en el 2012 en el estadio Latinoamericano. Bajo la dirección de Víctor Mesa y con decisiones bien cerradas (cuatro de los cinco encuentros se decidieron por una rayita), nuestro equipo fue el mejor por la mínima (7-6, 9-8 y 5-2), frente a unos jóvenes que demostraron talento y muchas ganas de irrespetar a cualquier rival (4-3 y 5-4).
En las once versiones efectuadas, los peloteros antillanos han sido dominantes en ocho y acumulan cinco lechadas, tres nocaos y trece éxitos por diferencia de una carrera. Quizás el punto más alto de emociones corrió a cargo de las primeras vivencias en 1987 y 1988, pero la nómina actual de los estadounidenses (repiten cinco jugadores del 2012) promete cinco juegos bien peleados del 18 al 23 de julio, en los estados de Iowa, Nebraska y Carolina del Norte.
La historia bien contada de este tope demuestra que ha sido más provechoso para ambas federaciones en la medida que más talento han podido reunir los norteños. Decenas de jugadores que han intervenido estuvieron o están hoy en las Grandes Ligas y no es descartable que muchos de los que veremos en acción ahora sean firmados como peloteros profesionales en los próximos meses.
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