La caída de Machado: de la mediación de Welles a la huelga general

El comienzo de la huelga general en Cuba que pondría fin a la tiranía de Gerardo Machado ocurrió el 5 de agosto de 1933. A partir de esa fecha, la lucha popular se radicalizó. Pero para entender las últimas horas del régimen es preciso comentar sobre el contexto en que se dio la huida del dictador. 

Cuba había vivido los últimos años bajo un gobierno entreguista, corrupto y altamente represivo. En 1933, la crisis en la Mayor de las Antillas se agudizaba cada vez más con el paso de los días. De ahí que el presidente estadounidense Franklin Roosevelt enviara a su amigo personal Benjamin Sumner Welles a La Habana, a fin de que mediara entre el ejecutivo y las distintas fuerzas políticas de la oposición, muy heterogénea y dividida. Aunque la Enmienda Platt —que confería al país norteño el derecho de intervención en la Isla— estaba vigente, el demócrata Roosevelt evitaba una intrusión militar, práctica que hubiera ido en sentido contrario a su política del “buen vecino”. Desde luego, la Casa Blanca no dejaría de defender sus intereses imperialistas, pero en esa ocasión optó por métodos más diplomáticos. 

Welles arribó a la Mayor de las Antillas a principios de mayo de 1933. La maniobra injerencista enseguida halló la anuencia de organizaciones representativas de la burguesía y la pequeña burguesía, las que trataban de evitar una salida radical a la crisis que pusiera en riesgo su status. Con distintas aspiraciones, participaron en la mediación la Unión Nacionalista, los seguidores de Miguel Mariano Gómez, ABC y otros grupos. El general Mario García Menocal desestimó el proceso, según ha trascendido, porque percibió que no tributaba a sus expectativas. Por su parte, el Partido Comunista, las organizaciones que este controlaba, el ABC Radical, los seguidores del joven Antonio Guiteras y el Directorio Estudiantil Universitario se posicionaron contra las gestiones de Welles. 

Para el imperialismo y la burguesía nacional aliada, Machado resultó prescindible, siempre que su salida del poder se organizara de forma pacífica y legal, sin que las bases estructurales del sistema fueran socavadas. Pretendían evitar que el panorama desembocara en caos. Sin embargo, el astuto Welles tardó en percatarse de que para sus planes no contaba con dos sectores de gran importancia nacional: la clase obrera y el estudiantado. Así, mientras sesionaban las reuniones mediacionistas a puertas cerradas entre junio y agosto, en la calle el pueblo continuaba enfrentando a la tiranía en la misma medida en que aumentaba la represión. 

De acuerdo con el texto Historia de Cuba. La Neocolonia. Organización y crisis, la huelga general tuvo como detonante un paro de los trabajadores de algunas empresas de ómnibus de la capital. “A ella se unieron, en breves días, todos los demás sectores obreros de la nación, que bajo la dirección del PCC y de la CNOC, plantearon demandas económicas y sociales y exigieron el cese de la tiranía”. 

Un aspecto menos divulgado de lo acontecido esas jornadas de agosto de 1933 es que, en un punto de la crisis, la dirección del Partido Comunista estuvo dispuesta a poner fin a la huelga, a cambio de concesiones que el dictador ofreció en un intento de aplacar la situación. El citado libro, del Instituto de Historia de Cuba, y otras fuentes historiográficas han abordado ese pasaje desde diversos enfoques. En cualquier caso, las contradicciones habían llegado a un punto de no retorno: a pesar de que la dirección comunista propuso la negociación con el gobierno, “los trabajadores decidieron, en asambleas generales, no aceptar las ofertas del tirano”. 

La huelga general, cuyo principal artífice fue el revolucionario Rubén Martínez Villena, no cesó hasta que Machado abandonó la Isla el 12 de agosto.