La segunda deportación de Martí
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La segunda deportación de José Martí de Cuba ocurrió el 25 de septiembre de 1879 y estuvo estrechamente relacionada con el derrotero del movimiento independentista en la Mayor de las Antillas.
Un mes antes había comenzado la que se conoció en la historia como Guerra Chiquita. Con el seudónimo “Anáhuac”, el joven Martí estaba vinculado a las conspiraciones previas, extendidas por gran parte del territorio insular. De hecho, era él quien tenía organizados los contactos para un alzamiento en Güines.
Sin embargo, el 17 de septiembre, luego de un almuerzo en casa de Carmen Zayas Bazán, según escritos del profesor Pedro Antonio García, aparecieron allí militares españoles con la orden de detener al Héroe Nacional. Sin atender a los debidos procedimientos legales vigentes, el patriota fue puesto en el vapor correo Alfonso XII, en el que lo enviaron al otro lado del Atlántico el 25 de septiembre. Poco tiempo después, su amigo Juan Gualberto Gómez, quien también se encontraba en aquel almuerzo, resultaría igualmente detenido y deportado.
Como consecuencia de estos sucesos, se perdió la posibilidad de la materialización de pronunciamientos armados en Occidente. De haberse logrado tales alzamientos, la Guerra Chiquita hubiera ganado en solidez y habría marcado una superioridad respecto a anteriores esfuerzos independentistas.
Pero con la medida del destierro las autoridades coloniales no lograrían apartar del camino a uno de los principales revolucionarios cubanos. Una vez en España, el autor del soneto “¡10 de octubre!” logró fugarse del territorio metropolitano y llegar a Nueva York. En la floreciente ciudad norteamericana fue designado, el 9 de enero de 1880, vocal del Comité Revolucionario. Esta estructura, encabezada por Calixto García, dirigía las labores patrióticas desde la emigración.
El general holguinero se había convertido en el máximo dirigente de esa etapa de luchas. Pero, según una fuente citada por el historiador español Antonio Pirala, para los empeños separatistas solo había obtenido 2 031 pesos, “después de ir de puerta en puerta”. En esa situación, delegó en el recién llegado la misión organizativa en el extranjero.
A partir de entonces, los trabajos de proselitismo y recaudación de fondos cobraron fuerza. Las dotes de Martí para el convencimiento eran más apropiadas que la vocación militar y menos persuasiva de los veteranos guerreros. Con su exquisita prédica, inmediatamente se dio a la tarea de despertar entre los emigrados la conciencia sobre la necesidad de apoyar a los que combatían en la patria.
En sus declaraciones públicas como parte de la dirección del Comité, el Apóstol criticaría la indiferencia ante la guerra, denunciaría a políticos oportunistas y los perjuicios de la corriente autonomista, reprocharía el derrotismo derivado de la paz del Zanjón, subyacente en no pocos patriotas, y arremetería contra la propaganda española que oportunistamente relacionaba al combate emancipador con una supuesta guerra de razas.
Su discurso en Steck Hall, Nueva York, el 24 de enero de 1880, ha trascendido por el valor patriótico de su contenido y el elegante estilo lingüístico con que Martí lo pronunció. Dice uno de sus fragmentos:
“Así surgió la guerra; con estos elementos se mantiene; viene a la historia con un hermoso timbre, ya apuntado, y que no fuera prudente repetir. Cordura y cólera, razón y hambre, honor y reflexión la engendran”.
A pesar de que el nuevo intento independentista sucumbió poco después por la fuerza de las circunstancias, con la Guerra Chiquita Martí devino un dirigente de alcance nacional: transitó de un club en La Habana a ser una figura política imprescindible dentro del movimiento anticolonial. El historiador cubano Oscar Loyola Vega escribió que fue en ese periodo cuando el Héroe Nacional “entró en contacto con las masas populares emigradas, su futura base social”.
Martí pudo percatarse, como ningún otro líder revolucionario, de los errores y desaciertos cometidos hasta entonces, y halló las soluciones correctas para enmendarlos en la próxima guerra.
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