Libertad de prensa en América Latina: ¿de qué nos vale?
A través de los años, en la región de América Latina las relaciones entre los medios de comunicación y los Estados han sido complejas. Más allá de los intereses y necesidades del país a largo plazo, lo que muchas veces han hecho los gobiernos es intentar acomodar las regulaciones de la comunicación a su favor, en lugar de formular políticas integrales y duraderas en esa esfera.
Esto se debe a que los gobernantes han reconocido la capacidad de seducción pública de la comunicación. Ella tiene, como ha planteado el catedrático colombiano Omar Rincón, un enorme valor estratégico en lo económico, tecnológico y político. Mediante los medios de comunicación se puede influir en los ciudadanos para la aceptación de un modelo económico, político y social, en el cual se sigan ciertas normas, valores y principios. De ahí que dominar los medios sea el afán de gobiernos, empresarios y actores políticos.
De forma similar a otras partes del mundo, en América Latina las plataformas de comunicación forman parte de conflictos que pueden poner en riesgo la democracia y la paz. Al mismo tiempo, siguen siendo un negocio, un peculiar tipo de empresa que no solo produce capital económico para sus dueños, sino también un capital simbólico útil a los intereses de los grupos dominantes.
Una de las problemáticas en torno al rol de los medios de comunicación en la región está relacionada con la tradición liberal burguesa —herencia históricamente vinculada a la propia formación de los Estados nacionales en este hemisferio—, que no ha podido ser superada ni siquiera en países en los que los llamados gobiernos progresistas han acumulado varios lustros en el poder durante lo que va de siglo. De tal modo, en nombre de la libertad de expresión y de prensa, medios de comunicación han sido cómplices de injustas condenas a líderes de arraigo popular, y han omitido, invisibilizado y descalificado sistemáticamente discursos alternativos a una realidad que para millones de habitantes resulta excluyente.
Mientras, han participado en la formación de actitudes apologéticas hacia políticos y agendas cuyos impactos han resultado nocivos en grandes segmentos de la ciudadanía. A tal punto, importantes emporios mediáticos han contribuido a que ciertos personajes con propuestas falaces, inverosímiles y cuasi irracionales hayan arribado a las máximas instancias de dirección en sus países.
A día de hoy, luchar contra ese estado de cosas no es tarea sencilla.
Frecuentemente se trata de monopolios de la información en los que pocos empresarios son dueños de muchos medios. O lo que es lo mismo: una concentración mediática asociada al poder económico y político, una concentración mediática que existe para el lucro de sus propietarios y para asegurarle la hegemonía a las clases dominantes.
Así lo ha escrito el citado profesor colombiano, especialista en temas de periodismo y comunicación política: “en general, la tendencia es que los medios informan y piensan y hacen política de derecha, y no se quiere ofender ni al poder gobernante ni al poder del anunciante”.
Pero si la libertad de prensa en tales medios de comunicación en América Latina tiene sus asíntotas tan estrechas y está fácticamente subordinada a poderes excluyentes, ¿de qué nos vale?
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