Geopolítica: Los días que estremecen al mundo

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Geopolítica: Los días que estremecen al mundo
Fecha de publicación: 
5 Febrero 2025
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Los primeros diez días del presidente Trump en el poder han sido tan estrepitosos como duros para algunas de las comunidades más vulnerables ante sus medidas. Tanto en política exterior como interior, el movimiento MAGA se ha propuesto una transformación que redefina tales campos a partir de ingenierías sociales. En lo doméstico el tema de la emigración está marcando una peligrosa tendencia iliberal en la cual se inscribe la ultraderecha de ese país: el rechazo a todo lo que no es blanco, anglosajón y protestante. En lo geopolítico, prima el expansionismo al menos a nivel de discurso, así como la rotura de las buenas relaciones con los aliados tradicionales, a quienes se les trata como un lastre en materia económica.

Más de una vez, los análisis sobre la política del presidente chocan con una base trumpista que no acepta que sean desmontadas las matrices y que se casa únicamente con la realidad dictada por el discurso de dicha figura. Cualquier cosa que sea dicha y que no vaya en la dirección que ellos quieren ya es descalificada. El debate, de esta manera, no dista mucho de la cultura de la cancelación que estableció la facción progre liberal del Partido Demócrata y que, en temas de apertura y de discusión de las narrativas, hizo tanto daño. De manera que tanto uno como otro partido están siguiendo estrategias discursivas iguales para mantener una base y luchar por la hegemonía en la sociedad. La marca de lo postliberal está ahí, en la ausencia de instituciones dentro de las facciones políticas que sean capaces de llevar a tales grupos a una posición seria dentro de la democracia y al respeto a la opinión ajena.

¿La cancelación tiene signo político? Pareciera que es el momento de repensar a Occidente a partir de la aparición de marcas legales y sociales que lo convierten no ya en ese lugar en el cual se debate y construye una identidad desde la diferencia y la contradicción, como era tradicional desde la antigua Grecia, sino que se está apostando por el dogma, lo inamovible y la aparición de construcciones políticas en las cuales prima la tendencia hacia gobiernos de oligarquía. El propio Biden, al dejar la Casa Blanca, advirtió sobre el peligro de un grupo de personas que concentran el poder y que podían de hecho atentar contra la liberal división estamentos dentro del Estado. Hay que recordar que esa nación, que en estos momentos es el centro de Occidente y por ende su paradigma, es una unión de países en la cual debe primar el respeto por determinadas instituciones establecidas desde el tratado fundacional. Cuando tales cosas no se contemplen se puede estar ante procesos de separación como el que se avizora con California a partir del 2028.
 
Lo que se está viviendo en Occidente es una rotura del contrato social del liberalismo que existe desde las revoluciones burguesas y tiene que ver con la movida a nivel geopolítico que se está dando con el mundo multipolar que hará que sea imposible sostener la deuda pública de los Estados Unidos imprimiendo más billetes sin respaldo. En la medida en que el déficit comercial norteamericano aumenta, se produce un déficit fiscal que no logra el control de la moneda y su caída en picada. Todos esos dólares que se producen no hallan en el mercado interno un sitio porque la actividad industrial no la respalda. La salida es exportar la moneda, obligando al mundo al darle artículos de uso a Estados Unidos a cambio de papel entintado. Pero, ¿hasta cuándo? La militarización del sistema financiero y la imposición del dólar tienen como trasfondo el carácter existencial de ese proceso para la potencia de Washington. Ello lo convierte en un gigante débil, que ante la menor conmoción se ve afectado en su propia identidad como unión de países o de estados. Y es que California, que es la quinta economía mundial y la primera de los Estados Unidos, no va a pagar una deuda que la empobrece, ni asumir el costo de la vida de otros países de la unión, que estarían a un nivel tercermundista en un panorama geopolítico sin el dominio del dólar.

Ante el déficit comercial con China y otros países, incluso con Rusia, Estados Unidos ha asumido el proteccionismo con terquedad, obviando que se está en la era de la interconexión en la cual es imposible sostenerse sin que sea en un marco deslocalizado y globalmente universal. Ello pareciera una medida alocada, sobre todo cuando se traduce en aranceles que les encarecen los productos a los ciudadanos de a pie de los propios Estados Unidos y por ende se genera una caída imparable del nivel de vida y de la ideología de consumo que es la base del consenso de la unión. Dicho en otras palabras, aislarse para potenciar determinado sector competitivo en la economía interna solo va a empobrecer a los ciudadanos, hará el mercado menos diverso y avanzado y traerá que la transferencia tecnológica deje en desventaja a los Estados Unidos. La jugada de China con Deep Seek en la última semana de enero del 2025 es un indicio de lo que les espera a los norteamericanos con las medias proteccionistas. No solo la nueva inteligencia artificial asiática es superior y más barata, sino que en cuatro días desestabilizó las acciones del mercado en Occidente a partir de las ventajas y del código abierto que hace palidecer los esfuerzos de Nvidia, la corporación norteamericana supuestamente puntera.

La Inteligencia Artificial, que es el tema bajo el cual se está definiendo el poder en el nuevo siglo, es un debate que acontece entre las élites y se hallaba entre las propuestas de la presidencia de Trump para “hacer a América Grande otra vez”. O sea, un salto en lo tecnológico que dejase a los competidores al campo, sin poderse mover de sus posiciones y que colocara a los Estados Unidos una vez más por delante. Pero lo que estamos viendo es que China con su poder inteligente y su ventaja en infraestructura y con el dominio comercial del mundo les está imponiendo a los norteamericanos una carrera en desventaja. Y es que, si analizamos la historia, para que un imperio florezca tiene que crear una sociedad que lo acompañe en esa empresa y eso se traduce en recursos de tipo educacional y cultural. La sociedad china posee en estos momentos el diseño exacto para el siglo de la Inteligencia Artificial y ha solucionado los problemas que podían colocarla en desventaja. Desde las condiciones de estudio, la infraestructura, el acceso a las tecnologías y las fundaciones de compañías hasta el financiamiento efectivo; la potencia asiática no ha perdido el tiempo en devaneos entre facciones, ni en la batalla cultural del género que desgasta a Occidente.

La paradoja de la historia es que, mientras Occidente se vuelve iliberal y proteccionista en lo político y lo económico, China y el mundo naciente pasan del estatismo a la apertura de mercados y el software abierto. Y aunque las consignas libertarias de derecha y centroderecha digan que en Estados Unidos y Europa se sigue dirimiendo la realidad política del mundo, lo cierto es que en las clases políticas de esas latitudes se observa cada vez menos autonomía de vuelo y más medidas erráticas que colocan en peligro el estado de derecho y la estabilidad de los mercados. El proteccionismo, que se une a un proteccionismo racial y étnico de expulsión de emigrantes, solo puede recordar que en esta era tales formas no van con la moral liberal proclamada como triunfante en 1991, por lo que el famoso fin de la historia queda totalmente desmentido. Los sucesos de la humanidad prosiguen en forma de espiral y mientras se ve un descenso en Occidente, hay un ascenso en el Oriente en cuanto al debate de cuáles valores deben acompañar el sistema imperante en este siglo si para el 2028 China es la primera superpotencia del mundo.

Analistas serios, como el famoso financista Ray Dalio, advirtieron en la reunión del Foro Económico Mundial de Davos de este año sobre el peligro del aumento de la deuda en los países del Occidente. Ello es un impacto nefasto en el gasto social y por ende en el crecimiento de la economía y en el sostén de las potencias tradicionales en dicho puesto. El caso del Reino Unido con su inestabilidad política, social y económica es icónico, máxime cuando se trata de un país otrora modelo del sistema liberal capitalista y el centro financiero por excelencia. ¿Qué pasa si cae la City Londinense? El efecto sobre los mercados occidentales sería tan devastador como lo está siendo la sospecha de que el dólar pudiera no ser la divisa de este siglo. Todo eso lleva por un lado a los liberales a asumir alarmas que en lo político se traducen en medidas iliberales: cierre de fronteras, paralización del intercambio global desregulado, proteccionismo del empresariado nacional, monopolios, concentración de poder y eliminación de contrapesos políticos, apuesta por el autoritarismo y no por la democracia abierta y la coexistencia. Eso explica la llegada de Trump y la aceptación en Occidente de su pensamiento y medidas. Pero nada de eso va a parar la expansión del nuevo mundo, como el proteccionismo británico en sus colonias en el siglo XX no detuvo la entrada en esos mercados de los productos norteamericanos y de la competencia de los Estados Unidos.

La derrota de Occidente en la carrera por la Inteligencia Artificial puede ser el punto de quiebre de un nuevo orden mundial. Hasta ahora hay que anotar que los costos para Estados Unidos son mucho mayores y ya sabemos qué le pasó a la Unión Soviética cuando tuvo que pagar por encima de sus posibilidades por una carrera espacial y atómica con Occidente: el gasto depauperó la economía y su competitividad en los mercados y la convirtió en un país tercermundista con una tecnología primermundista en varias zonas industriales y tecnológicas. Pero el resultado fue la derrota ideológica y la caída del sistema político por implosión.

En todo esto hay una parte de predicción inexacta y de equilibrio de análisis que debe ser tenida en cuenta a la hora de elaborar tendencias geopolíticas. Trump ha dicho que basará su proyección internacional exclusivamente en los poderes totales para su país y en el restablecimiento de la condición de potencia. ¿Podrá lograrlo? En la caída de los Estados Unidos además están pesando los intereses globalistas financieros que no poseen otro objeto que la preservación de su status grupal y familiar, además del proyecto de un gobierno mundial que resguarde las riquezas para esa élite y logre contener a los pueblos en un decrecimiento demográfico. Pero esa agenda pareciera no estar en Trump, que está apostando por el proteccionismo, las fuerzas empresariales del conglomerado oligárquico y por las facciones ultraderechistas de la sociedad y su proyección de pureza racial y étnica. Son dos versiones de un mismo imperio que busca su sostén, en una el capital globalista es lo que prevalece, la exportación del dólar y su impresión ilimitada a pesar de la deuda y la devaluación, las acciones bursátiles y el movimiento de empresas hacia mercados rentables; en la otra, el proteccionismo, la bajada de impuestos a nacionales y la subida de aranceles a extranjeros, las amenazas a empresas propias para que vuelvan a los Estados Unidos, la apropiación de recursos de otras naciones a partir del militarismo para generar oportunidades internas de expansión de mercado y de acceso a materias primas, el rechazo a las políticas woke de género que eran la manera en que el globalismo creaba su hegemonía ideológica para mantener a la sociedad bajo los comandos de miedo y de dominio. Todo eso está sobre la mesa y el choque de facciones no ha terminado, con todo lo que ello implica hacia lo interno y externo de la entidad Estados Unidos.

Estableciendo un paralelismo, hay que ir a la crisis del Imperio Británico cuando dos facciones estaban en pugna en su clase política. Por un lado, la posición de control proteccionista de las colonias y la exclusión de oportunidades a las burguesías locales tanto para crear su propio valor industrial como para relacionarse comercialmente con otros estados capitalistas; todo ello con la consecuencia de empobrecimiento, atraso y problemas de gobernabilidad que podía crear en tales territorios. Por otro lado, en el propio Imperio Británico había una facción reformista que sabía que era imposible que Inglaterra siguiera siendo quien único accediera a los mercados, materias primas y competencia en sus colonias y por ende impulsaban una autonomía local que permitiese cierto desarrollo del cual la metrópoli por sus lazos culturales y políticos podía sacar ventaja. Salvando las distancias, el choque entre reformistas del Imperio y conservadores se dirimió en las dos guerras mundiales, que obligaron a Inglaterra a industrializar sus colonias, sobre todo la India, para el aporte bélico y por ende a entrar en la esfera de influencia de los Estados Unidos. La solución de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth) llegó tarde y para su implementación la propia Inglaterra era ya deudora hacia los Estados Unidos.

El combate cultural y político, geopolítico, entre globalismo y postliberalismo (puede llamarse también postglobalismo) es propio de esta modernidad líquida que vivimos, que parece por momentos premodernidad. O sea, la aparición de marcas en el poder que pueden ser llamadas feudales e incluso esclavistas son a ojos vistas. La denigración de seres humanos como “inferiores” por su procedencia o por carecer de papeles legales nos recuerda el tratamiento de Roma a los extranjeros. La clasificación de ciudadanos entre identidades (cosa que hace tanto el wokismo como el trumpismo) nos lleva a la Edad Media y su estratificación inamovible de categorías sociales. Y es que la desintegración del orden liberal no ha dado paso a algo nuevo, a pesar de que sí se está produciendo un reemplazo mundial de superpotencias. Pero en materia de filosofía política nos movemos en las clasificaciones del siglo XX y su crisis perenne. Si los Estados Unidos eran la meca liberal, China se erige como heredera del debate entre socialismo y capitalismo, cuestión que sigue teniendo lugar hacia el interior de su sociedad. Y de todo eso se nos envían señales que deberíamos tener en cuenta a la hora de analizar hacia donde se mueve la humanidad. Pareciera que la lucha entre facciones y las oposiciones geopolíticas nos separan, nos clasifican y nos etiquetan y ello detiene la evolución de las contradicciones.

El siglo XXI pudiera ser el de un reemplazo, pero también el de un quiebre bélico o el de la aparición de un nuevo modelo de gestión política; todo eso está sobre la mesa y hace más interesante este momento. Por ahora, los primeros días de Trump nos sirven para elaborar los diseños de análisis y ceñirnos a la crisis liberal como causa que sustenta el caos de su gestión y las consecuencias sociales que ya vamos viendo. La política no se basa en caprichos o en percepciones, no es algo que dependa de los deseos por muy poderoso que se sea. Hay que evaluar aquí los balances, los quiebres, las contradicciones y el avance o retroceso de grandes fuerzas.

 

 

 

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