Geopolítica: Las elecciones norteamericanas y la crisis del globalismo
especiales
El resultado en las elecciones de los Estados Unidos apunta hacia una reconfiguración de las fuerzas políticas que moverán el mundo en los próximos cuatro años. A pesar de que las encuestas daban un margen mínimo entre ambos candidatos, finalmente pudiéramos estar hablando de un mapa en el cual los republicanos controlen los poderes del estado casi sin oposición lo cual debería preocuparles a unos demócratas que estuvieron apostando por fórmulas de campaña que no se conectaron con su electorado tradicional y que no lograron que los votantes péndulos se definieran por las propuestas de Kamala. Pero más allá de lo que con evidente contundencia pasó, ¿cuáles son las causas de que se haya dado una derrota tan apabullante del partido azul?
La economía norteamericana, si bien presenta números de recuperación a nivel macro, aún no demuestra en lo doméstico los resultados esperados por las personas trabajadoras. Un arreglo de los indicadores de mercado y un ajuste de la deuda pública son las prioridades para la clase política norteamericana, pero a su vez no se ha tenido en cuenta que ello forma parte de las aspiraciones del común de la gente y que fueron cuatro años de administración Biden en los cuales las personas esperaron una bajada de los precios que no se dio. Eso pasa factura y por ende incidió en el voto contra Kamala, a quien se percibió todo el tiempo como parte de ese gobierno y por tanto como un elemento conservador en el sentido del mantenimiento de esas condiciones materiales. La clase trabajadora, que tradicionalmente es la base del partido, no vio llenas sus expectativas que en el año 2020 llevaron a millones a votar por Biden. Eso a nivel de percepción o sea de manejo emocional de campaña, el partido azul no lo supo manejar y cayó en un retoricismo de inclusión que en la práctica el electorado vio como algo distante y vacío, como algo que no estaba dentro de sus aspiraciones.
Esa corrección política basada en cuestiones de género, en apariencia muy progresista, fue algo que en el fondo conspiró contra la movilización de las personas. La clase trabajadora no quiere saber de discursos culturales que no estén en la realidad concreta de sus días. En realidad, esos temas son percibidos por buena parte del pueblo sencillo como cuestiones de índole burguesa de la clase dominante y no como una aspiración legítima de los trabajadores. Y no es que las minorías no quieran inclusión, sino que el uso de la inclusión como elemento partidista y de campaña ya no prende, ya no genera las mismas olas de antaño porque cuatro años de una economía doméstica en crisis fueron mucho más pesados para la conciencia colectiva. El patriarcado etéreo no va a llevar a votar a las personas en su contra, sino que el voto efectivo se hace cuando existe una conexión al menos emocional con las frustraciones reales. En ese sentido, si bien desde la manipulación, la campaña de Trump acertó y ello explica el radicalismo de su discurso que en apariencia era desconcertante y caótico. Los asesores sabían que eso era lo que las masas iban a necesitar desde el punto de vista emotivo, ya que no racional ni lógico. Una vez más, la democracia burguesa enseña que sus mecanismos de participación pueden ir preñados de elementos que no se fundan en explicaciones, sino en sentimientos y en anhelos subjetivos.
Trump repite en la presidencia y ahora mismo es un enigma. Si logra el control de los poderes del estado sin oposición podrá llevar adelante incluso sus propuestas más radicales de campaña. La emigración está en el ojo del huracán y lo que se derive de las medidas a aprobar. Sin embargo, en sitios claves de la nación, los latinos fueron mayoría republicana y llegaron a ser determinantes. Ello de forma contradictoria, lo cual evidencia el desgaste demócrata que no logró ni siquiera captar el favor de esa masa de personas que, si se aplica la lógica de Trump, son deportables. Estados Unidos de cualquier forma necesita de la emigración como mano de obra y se beneficia en parte de un tipo de personas cualificadas que provienen de sectores profesionales del tercer mundo. Además, la clase política norteamericana sabe que no se está en tiempos de aislacionismo y que la globalización, en buena medida hecha a imagen y semejanza de Occidente, requiere de una red de comercio que hace interdependiente a los países y que gracias a eso se sostiene el nivel de vida de los propios ciudadanos. Todo eso apunta a que las cuestiones del proteccionismo y de blindar a los Estados Unidos y luego hacer que retornen el empresariado y el capital serán muy difíciles en una agenda de gobierno que quiere actuar en tantos frentes. Los republicanos, como representantes de la clase política y por ende parte del establishment, saben que el sistema de alianzas y de tratados posterior a 1945 está en crisis y que el sostén del dólar depende en gran medida de sostener ese “consenso” cada vez más frágil que se basa en la unidad siempre conflictiva con Europa y el resto de aliados occidentales. La emergencia de un nuevo parto global y la amenaza que ello representa para Estados Unidos pareciera ser el peor momento para el aislacionismo. En cuatro años de aplicación de políticas de excepcionalidad pudiera haberse perdido ese mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial con lo cual ya seria tarde para los globalistas demócratas y sus pactos internacionales, así como sus políticas de control social y natal.
En 1917, el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson rompió el aislacionismo de su país al intervenir en una guerra europea. Hasta entonces, la aplicación de la Doctrina Monroe declaraba que América era para los americanos, con lo cual se dejaba a los viejos imperios una supuesta mano libre en el resto del mundo. Desde entonces, los norteamericanos han estado presentes en los pactos y conflictos internacionales como una importante potencia de contrapeso a otros poderes. Si en pleno 2024, se vuelve a la posición anterior a 1917, la influencia de los Estados Unidos se verá afectada y ya no se cuenta con el peso industrial necesario para que los países acepten un tratado consensual que preferencia a la divisa norteamericana. De hecho, no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, que el dólar reinó en el planeta definitivamente como tasa de cambio con total equivalencia. El orden que tenemos actualmente en el sistema financiero es el salido de la dinámica de repartos del siglo XX, en el cual primero la guerra entre los imperios y luego el enfrentamiento ideológico entre el este y el oeste configuraron la realidad política. Pero ya a las puertas del segundo cuarto del siglo XXI, pareciera que se está viviendo una era de cambios que no es ni superficial ni pasajera, sí definitiva.
Trump representa la vuelta al nacionalismo de una parte de la clase política conectada de forma emocional con el electorado trabajador; esa mezcla hace que en términos de campaña la fórmula prendiera más que las ideas globalistas y cosmopolitas de los demócratas. Pero en cuanto a la política concreta, se imponen otros vectores de análisis.
¿Veremos quizás un pragmatismo en el cual se respetarán los pactos que ahora mismo Trump pareciera querer cancelar sobre todo con los aliados de Europa? ¿Habrá un acercamiento con aquellos países que pudieran servir para fragmentar el bloque emergente de nuevas potencias? La política exterior es el gran signo de interrogación porque además de eso depende la configuración del escenario para este siglo y la evolución más rápida o lenta de los cambios que se avecinan.
¿Y qué pasará con los demócratas y el globalismo cultural y político? Por una parte, se está dando hacia el interior del partido un análisis de factores como el liderazgo, el discurso político y la conexión con las bases, la organización interna y el posicionamiento de agendas culturales que desfavorecieron la elección de Kamala, la no realización de reformas internas en el plano de la seguridad y el proteccionismo de clase trabajadora que le dio el voto a Biden en el 2020, el incumplimiento de las promesas de campaña, la corrupción y los negocios personales, la implicación de los Estados Unidos en conflictos que no lo favorecen y el mal manejo de las alianzas de política exterior. Todo ello conforma un todo que incide en la percepción ahora mismo de un partido que no conecta, que no representa y que en el mapa político cedió casi todo lo que era tradicionalmente suyo a excepción de estados como California, que es la economía puntera de los Estados Unidos y se mantiene como un bastión de los valores de los demócratas. Y es precisamente el tema de las causas sociales lo que está en el candelero, ya que los ideólogos del partido tienen que darle un vuelco al enfoque de ese asunto. Por un lado, dividir a la población entre mujeres y hombres y usar el tema del feminismo a la manera pequeñoburguesa de criminalizar la masculinidad per se no solo va contra la propia lógica universal de los derechos humanos, sino que lanzó a los votantes varones en las manos de Trump. Por otro, el énfasis en los derechos reproductivos de la mujer y en la diversidad sexual requiere un abordaje más humanista y menos radical, que se conecte de manera orgánica con aspiraciones como la seguridad social y de salud, los precios y la familia; valores estos últimos que los demócratas dejaron casi de forma exclusiva en el campo republicano. Estados Unidos sigue sosteniendo visiones conservadoras que están en el sustrato de la nación y que no necesariamente son negativos, solo son parte de la identidad del país. El manejo de esos puntos de vista desde la política es el que está desacertado tanto desde un partido como de otro y en parte ahí radica la fuente de la polarización vigente.
El gran miedo de una parte de la clase intelectual es la radicalización de las propuestas de ambas agendas y por ende vimos unas elecciones marcadas por el voto de los trabajadores y de los norteamericanos más humildes. La mayoría de Biden del 2020 no fue alcanzada por ninguno de los dos candidatos, con lo cual hay una parte de los votantes que no se vieron representados y que por ende no fueron a la elección. Ello marca otro punto resultante de la polarización: la no participación social. El segundo en la fórmula de Trump, JD Vance, declaró que estamos en una era post liberal o sea que los valores del liberalismo en lo político pudieran quedarse en un segundo plano ante el salvamento de lo que es de interés supremo para la burguesía: la propiedad. Ello explica no solo la radicalidad y el recorte en el margen de debate en el mundo occidental, sino el principio de una agenda de control social a gran escala que se sirve de las agencias de influencia que ya son las dueñas de las redes sociales. El corporativismo y el empresariado sustituyen a la clase política tradicional y controlan los hilos directos de la política, para así desalojar los vestigios de las libertades liberales heredadas de las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX.
La llegada de Trump marca una crisis del globalismo en la cual pudiéramos hallar muchos ingredientes de interés para otro análisis: proteccionismo inoperante (no es posible el comercio sin China), aislacionismo autodestructivo (el imperio globalista se sostiene a partir de las alianzas occidentales), medidas que intenta llamar a los empresarios de vuelta (que en la práctica no son realistas en términos de mercado y que al aplicarse con coerción logran el efecto contrario), presión internacional hacia enemigos regionales desde posiciones meramente de fuerza (habría que ver cómo se concretan y si tienen efecto en un mundo que no es el de 2019). La crisis de los globalistas es tal que da paso a la llegada de un presidente antiglobalista de derecha que propone un orden que pareciera utópico en un mundo como el vigente. En realidad, son las grandes conmociones las que dan a luz los sujetos más estrambóticos y las expresiones más exageradas. Y aunque haya quien crea que la realidad es equivalente al discurso, en realidad la primera se impone con fuerza y domeña hasta a los más tozudos. Por ello, hay que esperar para el curso de la actual administración emergente y no confundir la campaña con lo que será su mandato. En una frase, hay que ser tan pragmáticos como el momento nos lo pide.
Los globalistas intentarán bloquear a Trump con todo lo que tengan y ello puede degenerar en un caos mayor y una polarización en los Estados Unidos, o pueden preparar un candidato que venga con un estilo emocional y una conexión diferente, lo cual implica mover la matriz ideológica del partido hacia el centro. La administración es antiglobalista en el sentido de la agenda cultural, pero tendría que reconocer en las alianzas internacionales y en la existencia del occidente colectivo a sus herramientas pragmáticas de poder o acelerará la caída del hegemonismo del dólar.
Comentarios
Javier Hernández Fernández
Añadir nuevo comentario