Europa, aún más a la derecha
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La ultraderecha acaba de cuadruplicar su número de votos en las elecciones parlamentarias celebradas en Portugal, por lo que el país luso contará con un gobierno de ese tipo, al aprovechar la convocatoria anticipada al respecto, por presuntos delitos de corrupción, tráfico de influencias y prevaricación que hicieron renunciar al primer ministro Antonio Costa, del Partido Socialista (PS), tras ocho años en el poder.
Hasta el 7 de noviembre, Costa gobernaba de forma relativamente cómoda, con una mayoría absoluta en la Asamblea de la República. Sin embargo, fue vinculado por la fiscalía en tales delitos, que fueron luego prácticamente desestimados por los jueces del proceso, pero insistió en renunciar a su cargo y provocó que el presidente Marcelo Rebelo de Sousa convocase las elecciones para este 10 de marzo.
Con el 99,01% de los sufragios escrutados, el PS obtuvo el 28,66% de los votos (77 escaños) frente a Acción Democrática (AD), que logró el 28,63% de los sufragios, que se suman al 0,86% conseguido por los partidos que integran esa alianza de derecha en Madeira, llegando a 79 asientos.
A esto se une el ultraderechista Chega, con el 18,06% de los sufragios (48 escaños), seguido de Iniciativa Liberal, que logró 5,08% votos (8 escaños).
Por detrás, están el Bloque de Izquierda, con el 4,46% de los sufragios y cinco escaños; la alianza de comunistas y verdes, CDU-PCP, con el 3,30% de sufragios y cuatro escaños; el ecologista Livre, con el 3,26% y cuatro diputados; y el animalista PAN, con el 1,9% y un asiento.
El dirigente del PS, Pedro Nuno Santos, salió a conceder la victoria a AD y anunció que lideraría la oposición:
"A pesar de la diferencia tangencial entre nosotros y AD sin menospreciar los votos de los círculos electorales de nuestras comunidades (en el extranjero), todo indica que el resultado no permitirá al PS ser el partido más votado".
PELIGROSA MARCHA
La extrema derecha se sigue afianzando. Aunque es evidente que la tendencia es de alcance mundial y se extiende desde Nueva Delhi hasta Washington, hay un continente que ha experimentado una deriva sorprendentemente unificada hacia ello: Europa.
La deriva hacia la extrema derecha en Europa invita de manera irremediable a hacer comparaciones históricas. Una de las principales ha sido que el continente pasa por un retorno a la década de 1930, una época de auge de las fuerzas extremistas. Sin embargo, la comparación carece de fuerza en muchos frentes. Los fascistas europeos, por ejemplo, llegaron al poder en un periodo de intensa confrontación social: Hitler y Mussolini se impusieron después de que los movimientos obreros intentaron impulsar revoluciones. Hoy el proletariado fuerte brilla por su ausencia en la escena europea, herido de muerte por la desindustrialización y la laxitud de los mercados laborales.
Al contrario de la década de 1930, cuando la violencia fascista floreció en las calles, la extrema derecha contemporánea se nutre de la desmovilización:
El partido de Meloni obtuvo la mayoría de los votos en unas elecciones en las que casi cuatro de cada 10 italianos se quedaron en casa, con una participación que disminuyó casi un 10% en comparación con las elecciones anteriores.
En Francia, desde hace tiempo, el partido Agrupación Nacional de Le Pen ha obtenido sus mejores resultados en las zonas del país con mayor índice de abstención.
Y en Polonia, la familia Kaczynski del partido Ley y Justicia gobierna un país en el que menos del uno por ciento de los ciudadanos es miembro de un partido político.
También existe otra diferencia crítica. Hitler y Mussolini les prometieron a sus élites nacionales el equivalente de los imperios coloniales que sus competidores franceses y británicos habían adquirido hacía tiempo. La extrema derecha actual tiene una visión alternativa del mundo. En lugar de expandirse hacia el exterior, su principal deseo es blindar a Europa del resto del mundo. Han aceptado que el continente ya no será protagonista en el siglo XXI; a lo más que se puede aspirar es a protegerse de las hordas.
La estrategia internacional de la extrema derecha, empezando por la Unión Europea, se caracteriza por sus escasas ambiciones. Durante décadas, los partidos de extrema derecha centraron su ira en las limitaciones antidemocráticas del bloque e incluso defendieron la salida de la unión. Ese desafío ya no existe. Sus políticos siguen arremetiendo contra las leyes de migración, pero no hablan tanto de la dependencia de sus países de los fondos europeos.
Por otro lado, la Unión Europea depende cada vez más de Estados Unidos en términos geopolíticos y su industria está perdiendo terreno frente a China. Mientras que Hitler buscó romper el orden angloamericano y apostó por el dominio mundial, los nuevos autoritarios de Europa se conforman con ocupar un nicho dentro de la estructura existente del poder. El objetivo es adaptarse al declive, no revertirlo.
Y AHORA PORTUGAL
En 18 de los 27 países de la Unión, las principales formaciones ultraconservadoras y populistas de derechas aumentaron los votos recibidos en las últimas elecciones, alcanzando cuotas de poder que hace una década parecían imposibles. En 17 superan los dobles dígitos en votos. El espejismo es ya un oasis para la llamada internacional reaccionaria.
La punta de lanza ultra en el continente se alza desde Hungría y Polonia, los dos únicos países en los que la extrema derecha gobierna desde hace años con abrumadoras mayorías, aunque Orbán discrepa de medidas que apoyan incondicionalmente al fascista gobierno ucraniano -fuera de la UE- en la confrontación con Rusia.
Otros países donde la extrema derecha gobierna como socios minoritarios de coalición son Estonia, Letonia y Eslovaquia, único miembro de la UE que, además, cuenta con presencia neonazi en su parlamento. Todos comparten una posición nacionalista. En 2013, el entonces líder ultra estonio Martin Helme resumió así su política migratoria: “Si eres negro, vete”.
Suecia ya se ha unido a esta lista, siempre en concordancia con la política antirrusa. El partido ultra Demócratas Suecos está presente en el Ejecutivo.
En Alemania, la extrema derecha irrumpió en el parlamento federal en 2017 por primera vez desde la reunificación, pero desde entonces se ha deshinchado tras aplicársele un cordón sanitario para aislar a la formación.
En España, Vox ha logrado en apenas tres años convertirse en la tercera fuerza parlamentaria, llegar al gobierno autonómico de Castilla y León, forzar aún más el giro hacia la derecha de su socio, el Partido Popular, e influenciar la agenda política nacional.
En Finlandia y Eslovenia, la ultraderecha ya ha superado a los democristianos y lideran la oposición. En Bélgica es la segunda mayor fuerza. En Dinamarca y en Austria han retrocedido y son la tercera, pero solo después que los socialdemócratas daneses y los cristianodemócratas austríacos, ambos en el poder, mimetizasen su discurso. En República Checa y Países Bajos, se mantienen sobre el 10% rodeadas de partidos liberal-conservadores. En Croacia y Rumanía, nuevas formaciones ultra se catapultaron en las últimas elecciones y ya son la alternativa a las tradicionales.
Grecia, Chipre, Bulgaria y Luxemburgo son los países donde la extrema derecha ocupa una menor posición en sus parlamentos. Aun así, gobernar no es la única vía para que estas políticas ancladas en el pasado regresen al presente, pues su influencia ha servido para desplazar a la derecha la balanza de lo políticamente aceptable. Sin ningún diputado ultra, Lituania, Malta e Irlanda son las raras excepciones a este ascenso reaccionario cada vez más fuerte en la UE.
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