Corea: Halcones no apuestan por la paz
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Trump y Kim en la cumbre 2018 en Singapur. SAUL LOEB / AFP
Hace dos años, los principales dirigentes coreanos. Kim Jong-un, de la República Popular Democrática de Corea, y Moon Jae-in, de la República de Corea, acordaron en Panmunjon lo que pudiera calificarse de distensión total en un probable camino hacia la futura reunificación del país, dividido desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
Incluso se buscó la fórmula para el cese total del estado de guerra aún latente desde el conflicto de tres años iniciado en 1950, la desnuclearización de la península, la reapertura de la participación surcoreana en el complejo de Kaesong y el cese de propaganda inamistosa e irrespetuosa.
El mandatario surcoreano apenas consultó con el gobierno de Trump y dio por buena la apertura, pensando que solo procediendo así pudiera llegar a su sueño de una Corea unida.
Se volvieron a invertir capitales surcoreanos en Kaesong y se reanudaron los encuentros entre familias, mientras los halcones en Washington barruntaban la oposición a la aproximación entre las partes, que estaba llevando incluso a la decisión de Pyongyang de bajar las tensiones con Estados Unidos, si ello ayudaba a la paz en la nación.
Ladinamente, Trump no sólo ocultó su disgusto por la “travesura” de Moon, sino que llegó a reunirse con su par del Norte, algo histórico.
Pero sólo eso: un encuentro con promesas a Kim que no han sido cumplidas, mientras se presionaba al Norte para que se deshiciera de su programa nuclear e intensificaban una campaña de desprestigio contra Pyongyang, utilizando globos, altavoces y movimientos de elementos provocadores cerca de la línea divisoria, todo ello violatorio del acuerdo entre las dos partes.
Ello ha llevado al Norte a conminar a Moon a que suprima las acciones antinorcoreanas, cuestión que no ha tenido eco, debido a presiones norteamericanas y de opositores en el Congreso surcoreano, lo cual ha puesto en peligro la participación de las inversiones del Sur en Kaesong, las importantes y mutuas comunicaciones civiles y militares y la distensión castrense en la Línea de Demarcación Militar.
O sea, todo ha salido como lo elaboró el gabinete de Trump, quien ha vuelto a ordenar a sus barcos de guerra a que se aproximen a las costas norcoreanas, con el fin de dar el tiro de gracia a cualquier intento de reconciliación, que pondría en peligro la estadía de las bases militares y 27 000 soldados ocupantes en el Sur, donde se presume EE.UU. tenga instalados misiles con cabezas nucleares.
BALANDRONADAS
Lo cierto es que no puede arrojar resultados satisfactorios ir a la consecución de una península pacífica con la existencia de las balandronadas de los halcones, presiones a Seúl para que siga fiel a los dictados de Washington y la política de Trump de exigir a Corea Democrática que se desarme, mientras no solo mantiene, sino aumenta las sanciones a Pyongyang.
Kim, un joven dirigente, ha mantenido una paciencia hermética para no estallar ante las calumnias de Pompeo y compañía, a lo que se suma la ignorancia de un presidente que en varias ocasiones ha afirmado erróneamente que Corea “solía ser parte de China”, algo que demuestra sus escasas aptitudes para abordar la política internacional.
Su insistencia en hacer pagar a sus aliados el precio de la presencia norteamericana (disfrazando la presencia militar de EE.UU. de gesto altruista) despertó ampollas en Corea del Sur.
En este contexto también están palabras más recientes del presidente norteamericano, cuando afirmó haber pedido a Seúl que pague por el sistema antimisiles que Estados Unidos ha desplegado en territorio surcoreano contra Pyongyang y Beijing.
En tanto, Moon Jae-in, quien aún goza de la simpatía popular, ha sido amenazado por el Imperio, molesto por su acercamiento al Norte, algo que no es nuevo en él y lo hace diferente a otros mandatarios surcoreanos.
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