Contra el olvido: los pueblos indios originarios y la identidad de Estados Unidos

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Contra el olvido: los pueblos indios originarios y la identidad de Estados Unidos
Fecha de publicación: 
4 Enero 2024
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El cine norteamericano produjo y difundió un género clásico que, en la mayor parte de los países del mundo, Cuba incluido, adquiriría una popularidad sobresaliente a partir de finales de los años de 1940, manteniendo aún su presencia a través de la televisión. Sobre la base real de la expansión continental y auge del capitalismo en Estados Unidos, en etapa pre monopolista, entretenía y fascinaba a las audiencias, con un formato atractivo. Se arraigaba, así, una visión en la cultura de esa nación y más allá de sus fronteras, que, tras la imagen aguerrida y heroica de los colonos que se desplazaban a caballo en pos de la conquista de territorios vírgenes y abatían a contrincantes, escamoteaba y distorsionaba el proceso de despojo, etnocidio y exterminio de los pueblos originarios norteamericanos. Con ello se fomentaba una concepción falaz de la identidad estadounidense, que el mundo aceptaría como legítima.

Se trata de las familiares películas de vaqueros -o del Oeste, también conocidas como westerns o de cowboys-, la primera de las cuales ve la luz a inicios del siglo pasado, en el cine aún silente, en blanco y negro, pero que se universalizan y alcanzan su máximo esplendor más tarde, con el sonido y el color, exponiendo paisajes que resaltaban praderas, llanuras, montañas, bosques, ríos, entornos agrestes y desérticos, con un cielo azul infinito y un sol intenso, todo lo cual servía de marco a escenarios que se repetían una y otra vez. Ranchos aislados, pueblos típicos, en los que no faltaban las cantinas, con tragos, juegos de cartas, riñas, duelos y balaceras, ni los bancos, que serían asaltados, o la oficina del alguacil, comisario o sheriff, con su correspondiente celda, improvisados patíbulos y eventuales ahorcamientos, junto a personajes como el barbero, que funcionaba a la vez como dentista, y el enterrador. Idealizando a pistoleros honestos o justicieros, supuestamente defensores del orden y la tranquilidad ciudadana, que enfrentaban a pandilleros, así como a las gallardas tropas militares de la Caballería, con sus uniformes azules, cual símbolos de la lucha del espíritu civilizatorio e ilustrado contra la barbarie de los indios, tales películas divulgaban un modelo de sociedad individualista en la que prevalecía la ley del más fuerte. La visión estereotipada de las numerosas tribus indias (apaches, navajos, comanches, sioux, entre las más conocidas), cuya piel cobriza dio lugar al calificativo discriminatorio de “pieles rojas”, caracterizados con una ferocidad y crueldad justificativa de su exterminio masivo y brutal, se establecería, así, un denigrante patrón racista que se sumaba al prototipo del esclavo de piel negra, de origen africano. Como la otra cara de la misma moneda: la de la intolerancia y la supremacía blanca.

Con una cifra aproximada que oscila hoy entre 6 y 9 millones, según registros censales de 2020 y estimaciones estadísticas actualizadas ulteriormente, entre 2022 y 2023 -que no permiten precisiones de mayor exactitud-, la población india nativa, perteneciente a unas 570 tribus, que representan menos del 3 % de los habitantes de Estados Unidos, radica principalmente en zonas denominadas reservaciones, en las cuales se les ubicó en el último decenio del siglo XIX. El estado con mayor concentración es California, mientras que la localidad con mayor población está asentada en los alrededores de la ciudad de Nueva York, en comunidades a menudo cooptadas por el american way of life, en las que funcionan casinos y donde la figura del indio se explota de modo degradante, con fines turísticos, mediante espectáculos religiosos, con danzas y cantos tradicionales. Tales territorios son inherentemente soberanos, si bien se trata de una soberanía limitada, en tanto que legalmente son dependientes del gobierno federal norteamericano. En términos de derechos humanos, el indio no ha dejado, aún hoy, de ser discriminado, ni ha logrado una plena integración social. La realidad actual de esos pueblos originarios, diezmados y sometidos, sigue reproduciendo relaciones de segregación y dominación, aunque no estén totalmente ausentes reacciones de resistencia cultural y legal, que no alcanzan una capacidad de convocatoria ni respaldo a escala nacional.

Los 29 de diciembre se cumplen otro aniversario de uno de los acontecimientos más patéticos y estremecedores de la historia de Estados Unidos, desfigurado en libros escolares de texto, en medios de prensa y en los imaginarios de la vida cotidiana, cuya significación no debe pasarse por alto. Es una elocuente evidencia o expresión de la forma adoptada y de las consecuencias provocadas por el desarrollo del capitalismo y de transición a la etapa imperialista en dicho país. En la sociedad norteamericana el indio ha sido reiteradamente presentado como un elemento negativo y adulterado.
 
En la mañana del mencionado día, en 1890, tuvo lugar la masacre de aproximadamente trescientos indios, incluyendo mujeres, ancianos y niños, en la localidad de Wounded Knee -en el área de Pine Ridge, en el estado de Dakota del Sur, donde aún permanece la reservación, entendida como área de confinamiento-, por parte de los soldados del Séptimo Regimiento de Caballería. Fue la última y definitiva acción del gobierno estadounidense en el proceso de doblegar y someter a los auténticos pobladores originarios de los territorios de América del Norte.

Al convertirse en 1889 el territorio nombrado en un nuevo estado de la nación estadounidense, es que se produce una aguda reacción defensiva por parte de los indios sioux, que se manifestó, entre otras cosas, mediante la celebración de una práctica ritual religiosa llamada la “danza de los espíritus”, basada en la creencia de que así regresarían sus antepasados, recuperarían sus tierras y desaparecerían los blancos por castigo divino. Las ceremonias generaron temor sobre un posible alzamiento inminente, que propició la movilización del Séptimo Regimiento de Caballería y condujo a la represión atroz de la comunidad india, que conllevó el asesinato del célebre cacique Toro Sentado y a la ulterior masacre en Wounded Knee.

Si bien con la matanza se selló una etapa, al concluir con ese hecho el proceso de conquista y expropiación de los territorios de los indios nativos norteamericanos, el drama y la lucha de éstos proseguiría, a lo largo del siglo XX, en la medida en que el confinamiento de su vida a las reservaciones pisoteaba derechos humanos elementales y Sus voces y reclamaciones han continuado a través del Movimiento Indio Norteamericano, mediante acciones reivindicativas, de denuncia y de desobediencia civil. Uno de sus líderes, el activista de origen sioux Leonard Peltier, fue apresado y condenado injustamente hace cincuenta años, en 1973, por actos de protesta que propiciaron acusaciones falsas, a dos cadenas perpetuas, guardando aún prisión.

 Tales actividades no han desaparecido de la escena sociopolítica ni legal, si bien los aparatos ideológicos y medios de comunicación dominantes han silenciado en lo posible o minimizado su resonancia. Dicho movimiento ha mantenido exigencias, por ejemplo, al amparo de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, en torno a temas relacionados con la soberanía de los territorios de residencia y jurisdicciones tribales, presentando mociones, con poco éxito, ante la Corte Suprema, y han demandado, con escasos logros, a través de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) ciertos derechos laborales, ya que, aunque los indios de Estados Unidos son generalmente ciudadanos norteamericanos, ante todo se definen como ciudadanos de sus propias afiliaciones tribales y de sus asentamientos geográficos en las reservaciones de que se trate.

Expansionismo y racismo, en resumen, como común denominador en una historia de violencia y opresión, que perdura y se extiende a otras comunidades, como las llamadas “minorías”, y entre ellas, la población negra y la de inmigrantes, que conforman el complejo mosaico multicultural, multiétnico y multirracial que es Estados Unidos, una nación que ha perdido la memoria y el contacto con su propia historia. Se impone la lucha contra el olvido y la manipulación.

Hoy, la esencia de la defensa de la identidad norteamericana, que promueve la lucha contra todo aquello que constituya una manifestación de “antinorteamericanismo”, asume que lo auténtico es la condición del blanco, anglosajón y protestante, es decir, aquella que simboliza a quienes fundaron las trece colonias, devenidas en la naciente nación estadounidense, el 4 de julio de 1776, fruto de la Revolución de Independencia. Así, la cultura dominante impone una historia “oficial” que omite a los pueblos originarios, a los indios nativos, como los genuinos, autóctonos, sujetos de esa historia. 

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