Estados Unidos 1984: la reelección de Reagan y la “Revolución Conservadora” 40 años después (II)

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Estados Unidos 1984: la reelección de Reagan y la “Revolución Conservadora” 40 años después (II)
Fecha de publicación: 
29 Noviembre 2024
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Según se examinó en el artículo anterior que introdujo el tema, en su primera parte, es oportuno recordar, a la luz de la repercusión que sigue teniendo el llamado “trumpismo”. No se trata, desde luego, de una situación idéntica, pero si de un contexto en el que queda claro que Estados Unidos no es ni el símbolo o emblema del pensamiento liberal burgués que se nutriría de las mejores conquistas sobre la democracia y los derechos humanos que aportó la Revolución Francesa, ni del patrimonio de los Padres Fundadores que fijaron las bases de la Declaración de Independencia y la Declaración de Filadelfia.

Ya se ha dicho que el arraigo del “trumpismo” no es un fenómeno nuevo en la sociedad norteamericana, cada vez más atrapada en las contradicciones entre lo que cree ser la nación y lo que es. Su vertiginosa presencia en la escena política durante la campaña presidencial de 2016 --al pasar de las esferas en que se le conocía, como la divulgada por los medios televisivos en los que tenía gran imagen pública, y la financiera, al moverse en el mundo de la alta oligarquía de Wall Street, en Nueva York--, respondería al ambiente de insatisfacción que dejó, la doble Administración de Obama a pesar de la simpatía que de otro despertó y de los logros de su gobierno en diversos planos. Como se sabe, sus aires renovadores, dejando atrás los problemas de los gobiernos precedentes de W. Bush, el discurso que le identificó comprometido con el Partido Demócrata con alientos ideológicos de cierto liberalismo, provocó la reacción de amplios sectores conservadores. Y eso que, en rigor, ese aliento fue un pálido reflejo de lo que constituyó durante años la auténtica tradición liberal. En parte debido a su rejuego retórico discursivo, en parte por las percepciones que de su ideario se forjó a través de la propaganda, y en parte por las necesidades subjetivas de una población que deseaba cambios, ante la acumulada etapa conservadora del presidente saliente, se identificó erróneamente a Obama con una tendencia ideológica de ese tipo.

Dentro del marco aludido, se reavivaron a lo largo y ancho de gran parte del tejido social y político los prejuicios de la supremacía blanca, la ofensiva racista, nativista y xenofóbica, asumidos por Trump con beneplácito, quién agregó a ello atributos propios, como el de la misoginia, la homofobia y la postura de odio hacia los inmigrantes y todo aquello que, en su opinión, era expresión de anti-norteamericanismo. Entonces, el despegue de Trump, que al comienzo de las elecciones primarias se ubicaba en sitios partidistas de orientación libertaria, antes de su paso a las filas republicanas, entre las cuales no encontró total respaldo. Para algunos segmentos del conservadurismo convencional y de los neoconservadores, Trump no encajaba en sus concepciones ni se percibía con condiciones para desarrollar un liderazgo creíble entre republicanos y conservadores. Sólo en la etapa final de aquella contienda eleccionaria, afloró una conciencia bastante generalizada, y sumamente tardía, entre quienes intentaron articular una alternativa.
 
Al reflexionar acerca de los acontecimientos relacionados con las elecciones de 2020, en la que conducta de Trump desafió las reglas de la democracia estadounidense, desconoció la institucionalidad del sistema electoral, alentó a la violencia conducente al asalto al Capitolio, llevó consigo el activismo y promoción de los grupos de odio, lo más significativo radica en la comprensión de que existía un conjunto de condiciones que lo hicieron posible. Su voluntarismo se manifestó con alcances que aún perduran y siguen ocupando espacios con capacidad persuasiva en la opinión pública, entre políticos e intelectuales, marcando pauta en la vida nacional, abonando a diario una cultura de intolerancia...
 
En aproximaciones previas publicadas por Cubasí se han compartido puntos de vista sobre la evolución del proceso electoral de 2024 en Estados Unidos a lo largo del presente año, conjugándose  variadas miradas y abundantes informaciones a fin de mantener actualizados a los lectores desde ese portal, que amplían a ratos las perspectivas de análisis con referencias a las dinámicas más amplias en que se inserta la problemática específica norteamericana y la compleja secuencia electoral, a menudo difícil de entender y seguir. En ese trayecto, han sido fundamentales las contribuciones de Arnaldo Musa, no menos valiosas las que con menor asiduidad comparte Mauricio Escuela y a lo que el autor de estas añade, en ocasiones, algún que otro complemento, procurando la interacción en sus páginas de la actualidad con la historia.

Siguiendo esa línea, es que parece conveniente, aprovechando que en la memoria permanece aún la reelección de Reagan en 1984, cuarenta años atrás, cuando la sociedad norteamericana atestiguó el alcance de un movimiento conservador integrado por distintas corrientes que, a pesar de sus singularidades, convergían en la certeza de que el país requería de nuevas miradas y proyecciones, que le devolvieran su tradicional prestigio como Nación Imprescindible, tal como se le consideró, prácticamente, desde su surgimiento como nación.

La Revolución Conservadora aportaría el cimiento de un edificio o la siembra de una cosecha cuyos frutos se hicieron visibles entonces, de inmediato, pero quizás lo sobresaliente haya sido que, como en una oportunidad señaló William Schneider en aquel entorno, sus efectos se palparían décadas después. En el anterior artículo se explicaba que Reagan terminó por convencer incluso a muchos votantes del Partido Demócrata, que dieron la espalda a su candidato, Walter Mondale, para favorecer la reelección del presidente republicano. Conviene recalcar que su cuerpo ideológico conformaba una coalición o árbol, que cobijaba concepciones con un tronco conservador común, pero con distintas ramificaciones o expresiones.

En el lenguaje popular, una frase ganó celebridad, al valorar los resultados de 1984, en los que Reagan arrasó, con una agenda y promesas al estilo de Trump: “Los comicios fueron un abuso”.  Y es que, como se veía, los republicanos ganaron en todos los estados menos en Minnesota --del que procedía Mondale--, y la ciudad de Washington o Distrito de Columbia, lo que se tradujo en 525 votos electorales de 538 posibles. En cuanto al voto popular, no hubo muchas dudas con el recuento: el vencedor logró 54 millones de votos, en contraste con los 37 millones de su rival. Y con ese espaldarazo masivo, Reagan regresó a la Casa Blanca para ser nuevamente investido en enero de 1985, estableciendo otro récord: a sus 73 años se convirtió en el presidente de mayor edad en el momento de asumir el cargo. Más hacia acá, el tema de la edad avanzada surge con fuerza, como tema incómodo. Como se ha indicado con reiteración, el presidente aún en funciones, Joseph Biden, a sus 81 años, ya fue el de más edad en la historia del país... Y el rival, Donald Trump, ya arribó a los 78.

La importancia de no perder de vista tales antecedentes tiene que ver, ante todo, con el entendimiento de que la sociedad norteamericana está fertilizada con concepciones como las que se han venido mencionando, que recrean de modo casi cíclico, o pudiendo afirmarse que, incluso, nunca han abandonado del todo su sitio en la cultura política y hasta más allá, o sea, en la cultura nacional. Es el caso del pensamiento conservador que se manifiesta tanto a nivel familiar, comunitario, territorial, como partidista y gubernamental. No se trata solo del Partido Republicano, movimientos como el Tea Party o los grupos de odio y de la lo que se ha llamado “derecha alternativa”. Las informaciones a veces pueden saturar, abrumar, confundir al lector entre tantas denominaciones diferentes. Pero lo sustantivo es que ponen de relieve la presencia de ideas conservadoras, posturas de populistas y de derecha radical o extremismo político, mezcladas con conceptos fascistoides.

El fenómeno es transversal, atraviesa la estructura social y de clases, impregna el imaginario popular, sin desconocer, claro está, la coexistencia con posiciones de izquierda, de liberalismo moderado y hasta visiones aristocráticas, todo combinado entre simpatizantes de la globalización, el nacionalismo, el librecambismo, el proteccionismo, en medio del proceso más amplio de declinación imperial relativa, que lleva a inquietarse por la recuperación del lugar de “Estados Unidos primero”, “Recuperar la grandeza del país”, estilo Trump, o de “reconstruir el alma de la nación”, según Biden. Esa fue una de las bases de la Revolución Conservadora, desde el primer gobierno de Reagan, reforzado con su relección.
 
Cuando se examina la problemática ideológica y sociopolítica que caracteriza a Estados Unidos al comenzar el siglo XXI, una vez establecida la Administración republicana de George W. Bush, se constata esa gravitación conservadora, que había quedado en estado latente, sumergido, durante los períodos de gobierno demócrata de William Clinton en los años de 1990, pero que nunca desapareció, solo estaba bajo la superficie.

El predominio del conservadurismo en todas aquellas esferas, niveles o estructuras en las que se define el curso de la vida nacional, dentro y fuera del país --a través del discurso de los funcionarios y líderes gubernamentales de la rama ejecutiva, de los debates en la rama legislativa, de los trabajos académicos escritos por especialistas e instituciones de las ciencias sociales y de los medios de difusión masiva--, reaparecería configurando un nuevo clima ideológico y cultural, bajo la reacción ante los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Si se compara con la situación que existía en el citado período, examinado en la primera parte de este análisis, publicado anteriormente, se advierte una pauta de continuidad, si bien expresada dentro de nuevas coordenadas históricas. Sobre todo, esa persistencia se advierte en lo concerniente al Neoconservadurismo, que fue la corriente más conocida, identificada como la de mayor influencia durante la doble Administración de W. Bush, considerándose además que, en cierta medida, el gobierno de Obama mostraría incluso algunos elementos de la misma, en una mezcla ecléctica con otros, tomados de lo que podría ubicarse como Realismo Conservador o Conservadurismo Pragmático. Sin embargo, no puede desconocerse que ambas tendencias coexistieron con otras expresiones del pensamiento de derecha que, en un sentido más amplio, prevalecería en Estados Unidos desde la época en que Revolución Conservadora se afianza, dejando una huella perdurable en la cultura política nacional de ese país, constituyendo un fenómeno que trasciende la coyuntura de ayer y de hoy, proyectándose hacia el futuro. De ahí que la sociedad norteamericana se encuentre aún en un proceso de transición, que se aleja del liberalismo y que cada vez más se inserta en estructuras de pensamiento y de prácticas afines, cercanas o identificables, desde el punto de vista cultural, con el conservadurismo, como sombrilla general, que, entre otras vertientes específicas, cobija a los neoconservadores.

Desde el decenio de 1980 se advertía la pujanza de aquella coalición partía de un movimiento que respaldaba en la campaña presidencial de 1980 la candidatura de Reagan. Se trataba, según se ha indicado, de una coalición de fuerzas conservadoras, con diferente signo, a lo cual se aludió en la referida primer parte. En aquel contexto se podían identificar distintos grupos. Uno de ellos, de composición diversa, alcanzaba su identidad, sin embargo, a partir de la definición de propuestas ampliamente argumentadas de políticas económicas, de índole neoliberal, caracterizándose por su afán en presentar enfoques alternativos capaces de nutrir el proceso de formulación de opciones gubernamentales, o sea, de ofrecer recomendaciones viables. El Monetarismo y enfoque denominado Economía Orientada hacia la Oferta eran las principales corrientes en ese caso, enfrascadas en la reducción del papel del Estado y de los programas sociales, sugiriendo al gobierno rebajar impuestos, mayor incentivo a la inversión. Fue muy conocido el rol de los “Chicago Boys”, la “Escuela de Chicago”, y figuras como la de Milton Friedman.

Otro grupo estaba constituido por el segmento conservador tradicional dentro del Partido Republicano, conocido como Vieja Derecha o Derecha Tradicional, que se había transformado a partir de 1964, cuando su candidato a la presidencia, Barry Goldwater (en aquél momento senador por el estado de Arizona), pierde la elección. Se trataba de una orientación ideológica de naturaleza sectaria, proclive al populismo, cuyos vasos comunicantes con expresiones de extremismo político, al estilo del Ku-Klux-Klan y del movimiento nativista, claramente comprometidos con posiciones racistas, de intolerancia étnica, religiosa y de marcada xenofobia. A raíz del revés de Goldwater, se despliega una tendencia encaminada a la recomposición de ese partido, que lo va tornando en un foro crecientemente conservador, afincado en las posturas del conservadurismo tradicional.

Esa vertiente fue destacada, renovada y alejada de lo que había sido la Vieja Derecha o Derecha Tradicional aludida, que, si bien se mantenía, había perdido dinamismo. Entonces, reaparece, pero con otro rostro, presentada con una mezcla de júbilo, sorpresa, admiración, por publicistas del mundo político, periodístico y académico, valorada por muchos como la orientación ideológica más importante, era la que configuraba al tercer grupo. Haciendo suya una vocación y una agenda pretendidamente novedosa, enfocada hacia un rescate de la identidad norteamericana y a la defensa de los intereses de la nación, este grupo se caracterizaba, sobre todo, por su capacidad de movilización política en el terreno electoral, en la medida en que conseguía convocar la participación ciudadana ante las urnas. Ese movimiento fue bautizado, entonces, como la Nueva Derecha, y en ella convergían posiciones que, si bien no eran homogéneas, compartían la convicción sobre la legitimidad del conservadurismo, siempre y cuando se le remozara, a la luz de las circunstancias de la época, y en ese sentido se apartaban un tanto de la prédica y de las prácticas políticas de la derecha tradicional, atrincherada en las viejas filas republicanas. Se trataba de un mosaico de perspectivas más que de un enfoque monolítico. Esa tendencia estaba constituida por varias orientaciones o agrupaciones.  

Por otro lado, se identificaba a otro grupo, que en corto tiempo alcanzó un gran impacto en la vida nacional, con capacidad de comunicación y movilización masiva, cuyo lenguaje tenía gran aceptación en la tradición religiosa de la sociedad estadounidense. Esta orientación era la conocida como Derecha Religiosa o Evangélica, de ascendencia fundamentalista, en virtud de la fidelidad que proclamaban, con respecto a la manera de asumir los textos bíblicos. Se trataba de un sector dentro de los evangélicos que desde los años de 1920 se había radicalizado y era muy conservador, propugnando enfoques que rozaban con el fanatismo, definidos por posturas reaccionarias desde el punto de vista moral, político y cultural. En esta orientación se ubicaban figuras como quien fuera el popular reverendo Jerry Falwell y la agrupación llamada Moral Majority.

Por último, se distinguía otra tendencia, que expresaba propuestas teóricas, elaboradas sobre la base del lenguaje académico, focalizada en el análisis sobre el lugar y papel mundial de Estados Unidos, preocupada por la pérdida del prestigio universal de ese país, por el deterioro de su imagen, inquieta ante la crisis de hegemonía internacional que sufría la nación. Este cuarto grupo constituía la fuerza que entonces se identificó como la Neoconservadora. Desde la actualidad, en rigor, podría denominarse como el movimiento neoconservador de primera generación, toda vez que en el siglo XXI se aprecia otro grupo de neoconservadores, sobre el cual ha sido casi que constante la referencia en la literatura especializada, pero que vendría a ser un movimiento neoconservador de segunda generación, el que renace luego del año 2000 y se reactiva en tiempo reciente.

Aquel grupo originario estaba conformado por importantes intelectuales y políticos, entre los cuales se encontraban conocidos profesores universitarios de ciencias políticas, analistas internacionales, editorialistas destacados. A la par, se trataba, en muchos de los casos, de figuras que habían tenido una definida filiación demócrata, que compartían el desencanto ante las debilidades del partido al que pertenecían, y habían convertido su desilusión en una fuerte posición de crítica hacia el liberalismo político, los gobiernos demócratas y en especial, contra las bases sociales y el discurso que definían la llamada coalición del New Deal. Entre esos personajes, disgustados sobre todo con la actuación del gobierno de James Carter, estaban intelectuales como Jeane Kirkpatrick, que mantuvo su adscripción demócrata hasta 1984, y se declara por primera vez republicana en el marco de la reelección de Reagan. Otros prominentes partidarios del neoconservadurismo fueron figuras como Irving Kristol, Norman Podhoretz, Robert Tucker, Edward Luttwak, quienes contribuyeron decisivamente a argumentar la agenda anticomunista de la Administración Reagan y sentaron las bases para la recuperación del pensamiento geopolítico, estimulando el clima de nueva Guerra Fría en la década de 1980. Instituciones académicas como el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, ubicado inicialmente en la Universidad de Georgetown, el American Enterprise Institute, y publicaciones como Commentary y National Interest, sirvieron de portavoz en la difusión del mensaje de dicho grupo.

En resumen, éstos eran los grupos fundamentales que conformaron la coalición conservadora durante el referido decenio, y que nutrieron con propuestas y asesoramiento al presidente Reagan. De ellos, los dos que han dejado mayor huella hasta nuestros días, han sido la Nueva Derecha, que se transforma, incrementando su definición y compromiso religioso, y que en la actualidad se ha superpuesto con el grupo de la Derecha Evangélica; y el Neoconservadurismo, que se desarrolla y transforma, y que a la luz del siglo XXI podría calificársele, en rigor, como el movimiento neoconservador de segunda generación, tal vez ya en proceso de una nueva mutación, apuntando a una tercera generación. En términos ideológicos, esa vitalidad responde a necesidades de legitimación del sistema y su estructura de poder, que no es homogénea ni monolítica, de modo que se trata de satisfacer intereses diversos, en ocasiones hasta contrapuestos, aunque no sean totalmente antagónicos. Puede pensarse, a modo de ilustración, sencilla en sectores cuyo asentamiento geográfico (en la costa Este o en la Oeste, en el Sur o el Noreste), actividad principal (financiera, comercial, productiva) o ámbito de acción (energético, bienes raíces o constructivo, transporte, militar) o posicionamiento sociopolítico  (movimientos de izquierda, como el afroamericano, el de latinos, ambientalistas, homosexuales, feministas, pacifistas, sindicalistas) y partidista (demócratas, republicanos, comunistas, trotskistas, anarquistas), lleva consigo miradas, expectativas y reclamos disímiles.   

El apresurado e incompleto recorrido ha pretendido, solamente, colocar sobre la mesa de la reflexión y análisis de los lectores interesados, elementos que puedan apoyar, si lo desean, una visión con mayor contextualización y antecedentes, al mirar la complicada situación de hoy en Estados Unidos, a punto de concluir la inusual contienda presidencial de 2024. En ella sigue presente lo que el viento no se llevó: el espíritu de la Revolución Conservadora, de alguna manera prolongado, reavivado primero con W. Bush hace veinte años, y amplificado y enriquecido con Trump. Como se ha insistido en artículos precedentes, que los árboles no impidan ver el bosque y viceversa, acudiendo a la historia y reteniendo a los procesos bajo el lente en su movimiento, contradicciones, desigualdades e interrelaciones, conjugando lo objetivo y lo subjetivo, vinculando a los sujetos con sus pertenencias clasistas y condicionamientos culturales. En un entorno como el del imperialismo en Estados Unidos, en proceso de transición y decadencia, en un mundo en transformación. Y las tendencias de esa nación se proyectan más allá de los resultados de las elecciones.

*Profesor e investigador universitario

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