Consolidación de la ultraderecha: Cuando pierde, es fraude; y si gana, es democracia
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Casi la mitad del mundo estuvo en elecciones de todo tipo en el 2024 y, como se puede ver, la ultraderecha continuó su avance, aprovechando el ahondamiento de las desigualdades socioeconómicas que conlleva la denominada democracia representativa -que no participativa- en perenne crisis.
Este fenómeno negativo para la humanidad tuvo su comienzo más significativo en el 2022, cuando en Europa partidos de la ultraderecha lograron acceder al gobierno en Italia, con Giorgia Meloni como primera ministra; y Suecia, donde un partido de raíces neonazis fue el segundo más votado y se convirtió en socio clave de una coalición de gobierno de derecha. Finlandia se unió a ese grupo.
Esta situación se dio también en Israel con la vuelta al poder del corrupto y genocida Benjamin Netanyahu, pero, realmente, ello sucede generalmente con cualquier gobierno sionista, siempre apoyado en sus depredaciones por Estados Unidos.
En Francia, la ultranacionalista Marine Le Pen perdió por segunda vez consecutiva el balotaje presidencial, pero logró reforzar su base electoral y su formación pasó a ser la primera fuerza opositora en el Parlamento.
En el continente americano se quedó a las puertas en Colombia y Brasil, a la vez que sigue teniendo un importante peso en Estados Unidos, y más ahora con la próxima asunción de Donald Trump, mientras en el extremo sur Javier Milei aprovechó las desandanzas de anteriores gobiernos para llegar al poder en Argentina y, por estos días, consolidarse en Paraguay, con la aquiescencia israelí.
Para el historiador italiano Steven Forti esas formaciones políticas supieron ofrecer “respuestas sencillas a problemas complejos y encontrar un importante o nada desdeñable apoyo popular".
A su vez, la centroizquierda avaló todas las reformas del neoliberalismo y cedió la discusión política, que quedó en una cuestión de forma, mientras la distribución dejó de ser lo que debiera ser y eso las mayorías lo sufrieron -y sufren-, lo cual favoreció la idea de que no hay diferencias entre los partidos.
DESCONFIANZA
Esta situación se engloba dentro de la denominada crisis de la democracia liberal que está asociada a una creciente desconfianza de la población hacia las instituciones políticas, el desalineamiento de los partidos tradicionales -que dejaron de ser la "correa de transmisión" entre la ciudadanía y los territorios- y una sociedad cada vez más atomizada.
La globalización neoliberal generó también una especie de reacción cultural, que se opone a los cambios sociales conectados a este fenómeno, como la inmigración y la aprobación de leyes a favor del divorcio, el aborto o la comunidad LGTB.
Estos cambios están en el centro del "discurso y de la propaganda de la extrema derecha", ya que son temas polarizadores que esta "cabalga" y utiliza para convertirlos muchas veces en "odio".
En la misma línea, estas formaciones explotan las inseguridades que provoca un mundo en constante cambio, por lo cual es muy difícil prever lo que puede pasar, no dentro de 20 años, sino en dos. El último bienio entre la pandemia y la guerra en Ucrania es la prueba más fehaciente.
En fin, los partidos de ultraderecha entendieron que necesitan polarizar la sociedad, no solo ideológicamente sino también a nivel afectivo, para poder "pescar en río revuelto" y obtener con mayor facilidad consensos.
Para ello, es vital el papel que han tenido las nuevas tecnologías, tanto para viralizar su discurso político como para aumentar la desconfianza con la difusión de fake news y ultraderechizar el espacio público.
Es algo muy importante porque las nuevas tecnologías marcan nuestra vida, tienen un peso cada vez mayor en la política y las extremas derechas del nuevo milenio las han sabido utilizar antes y mejor que los demás, y eso quiere decir que habrá mucha más gente que antes que será proclive a votarlas.
La relevancia de esta estrategia comunicativa fue también destacada por varios especialistas, quienes consideran que estas formaciones tienen una especie de control del debate público, porque lo único que cultivan son los enojos, mientras carecen de propuestas articuladoras y constructivas.
CABALLO DE BATALLA
Milei, Trump y compañía ponen el foco en las "guerras culturales" por cuestiones migratorias, familiares, morales o de género. Lo hacen porque es su principal caballo de batalla, porque tienen que destacar los puntos en los que convergen. Es una forma de reducir todos los demás aspectos en los que pueden diferir.
Milei no escatima en referencias militares, habla de una "legión romana", de "imponerse" al resto. Y no sólo tira de citas históricas; también apela al conflicto, señala al enemigo. Los "buenos", los partidos de extrema derecha, están "solos" ante el peligro. "Las legiones romanas no tuvieron éxito por numerosas, sino por estrictas en su disciplina y por la buena coordinación de sus tácticas. Milei quiere que la internacional reaccionaria se organice en estos términos; recoge esta obsesión que tienen muchos líderes de extrema derecha por el imperio romano, un tema vinculado a la masculinidad hegemónica que quieren rescatar e imponer.
En términos globales, la extrema derecha ha conseguido forjar una red que es francamente poderosa, una internacional reaccionaria, algo que va más allá de las divergencias y demuestra que esos grupos son capaces de trabajar de manera conjunta.
“Estos partidos tienen un objetivo principal: imponer y consolidar la hegemonía de su ideología política, aprovechando la crisis que atraviesan las grandes formaciones conservadoras, socialdemócratas y liberales desde los años ochenta. Lo que buscan es afianzarse como una alternativa política seria y normalizada, con todas las implicaciones que esto tiene para las democracias y el respeto de los derechos fundamentales", expone Anna López Ortega, politóloga española y experta en extremas derechas.
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