Bye bye, Justin
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No llegan a dos las semanas cuando se reunió con el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en su “covacha” de la principal sede de la gusanera de origen latinoamericano en Florida, oyendo las diatribas amenazantes sobre los aranceles a los productos importados desde Canadá y -no dudamos- acerca de la ventaja que representaría para su país convertirse en el estado 51 de la Unión.
No pienso que por esto haya sido la gota de agua que colmó la crisis que provocó la renuncia de Justin Trudeau al premierato canadiense y a la presidencia de su Partido Liberal, tras más de nueve años de gobernar ininterrumpidamente, sin haber sufrido nunca derrota electoral alguna.
Carismático, llegó a convertirse en primer ministro en el 2015, con el aval de ser heredero de su padre, Pierre Elliot Trudeau, una persona honesta, progresista y sin tacha, quien no aceptaba imposiciones ni amenazas, por lo que fue un buen amigo de Cuba. Por ello, su hijo realizó una visita de cortesía a nuestro país.
Justin mantuvo al principio la herencia de su progenitor con una narrativa fresca y optimista, logrando posicionarse como un líder progresista que priorizó el cambio climático, la diversidad y la reconciliación con los pueblos indígenas.
Sin embargo, su gobierno también enfrentó críticas crecientes en sus últimos años. A pesar de prometer “caminos soleados”, su administración fue golpeada por una economía estancada, una creciente desigualdad social y cuestionamientos sobre su estilo de liderazgo.
El contexto político y social de Canadá da pistas claras sobre su decisión. El descontento ciudadano se intensificó en los últimos años, debido al aumento del costo de la vida, una inflación persistente y percepciones de un gobierno desconectado. Momentos emblemáticos, como el enfrentamiento público con un trabajador del acero que lo acusó de no hacer nada por la clase trabajadora, reflejan el creciente malestar.
Por otro lado, el ascenso de Pierre Poilievre, líder del opositor Partido Conservador, ha transformado el panorama político. Con un discurso cercano al pueblo y combativo, Poilievre ha logrado construir una ventaja de más de 20 puntos en las encuestas, dejando a los liberales en su peor posición en más de una década.
Justin también enfrentó desafíos internos. La renuncia de Chrystia Freeland, su viceprimera ministra y ministra de Finanzas, fue un golpe significativo para su administración. En su carta de dimisión, la susodicha cuestionó las políticas económicas del gobierno, calificándolas de “trucos políticos” destinados a ganar votos a corto plazo, una crítica que dejó en evidencia tensiones profundas dentro del Partido Liberal.
DESCONECTADO DE LA REALIDAD
En los últimos años de su mandato, mantuvo una política exterior adscrita a la política guerrerista de Estados Unidos, contribuyendo económicamente y con militares a las agresiones norteamericanas contra estados más pequeños, además de cerrar fila con Washington en su utilización del régimen nazi de Ucrania para agredir a Rusia.
En este contexto, Justin tuvo que pedir disculpas por ocultar que numerosos integrantes de la gobernanza de Adolf Hitler han residido secretamente en Canadá desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Paul Wells, periodista político canadiense y autor de un libro centrado en su figura, dijo recientemente a la British Brodcasting Corporation que cree que Trudeau será recordado "como un primer ministro importante", sobre todo por haber ofrecido un liderazgo genuino en temas como la reconciliación indígena y, hasta cierto punto, la política climática.
Pero Wells cree que Trudeau es alguien "que se percibía cada vez más desconectado de la opinión pública y cada vez más incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos".
Había destacado en el anuncio de su adiós los aspectos de su gestión de los que está más orgulloso, incluida la gestión del caos de la pandemia de COVID, la renegociación de un acuerdo de libre comercio con el anterior gobierno de Donald Trump en Estados Unidos y la implementación de un subsidio infantil ampliamente considerado como una ayuda para aliviar la pobreza.
Pero una serie de escándalos comenzaron a quitarle brillo a su gobierno: se descubrió que había violado las reglas federales sobre conflictos de intereses en el manejo de una investigación de corrupción (el asunto SNC-Lavalin) y en viajes de lujo a las Bahamas.
En el 2020 recibió críticas por elegir a una organización benéfica vinculada a su familia para gestionar un importante programa gubernamental.
En las elecciones generales del año anterior, su partido quedó reducido a una minoría, por lo que los liberales empezaron s depender del apoyo de otros partidos para mantenerse en el poder.
Las elecciones anticipadas del 2021 no mejoraron su suerte.
Más recientemente, Trudeau y su popularidad se vieron golpeados por el aumento del costo de vida y la inflación, que han contribuido a reveses electorales sufridos por gobiernos en todo el mundo.
Su promoción de una agenda demasiado cargada de grandes promesas contribuyó a engordar la insatisfacción.
Su manejo de la inmigración también generó descontento. El año pasado los liberales abandonaron su política tradicional de puertas abiertas y recortaron significativamente el número de extranjeros que recibieron autorización para instalarse en Canadá.
En ocasiones Trudeau les dio munición fácil a sus rivales, como cuando trascendió que se había pintado el rostro de negro para disfrazarse de un personaje afro cuando era un veinteañero, una práctica hoy vista por muchos como racista y que resultaba particularmente embarazosa para un gobernante que se presentaba como ejemplo de tolerancia y progresismo.
Más recientemente, una serie de reveses políticos habían dejado claro que Trudeau había agotado su crédito.
Con 53 años de edad, su renuncia marca el inicio de una etapa de incertidumbre para el Partido Liberal y el futuro político de Canadá.
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