¡Si hasta los árboles se ayudan!
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Foto: Tomada de mott.pe
Por debajo de la tierra, a modo de una red semejante a la Internet, los árboles se comunican pasándose nutrientes, agua y advertencias varias. Entre ellos se transmiten alertas ante posibles peligros como el ataque de insectos y, cuando están enfermos o muriendo, en ocasiones también avisan a los más jóvenes.
Así lo hace saber la prestigiosa Doctora Suzanne Simard, profesora de Ecología forestal de la Universidad de Columbia Británica y líder del Proyecto Árbol Madre.
En su primer libro, Encontrar el árbol madre (Finding the Mother Tree), y también en otros volúmenes, artículos y conferencias que anteceden a ese texto, abunda en la comunicación y contactos entre árboles mediante señales químicas, por el enlace entre sus raíces usando redes de micelios —el sistema radicular de los hongos.
Un árbol madre, por ejemplo, puede conectarse con otros 47 individuos, y «cuando diferentes especies crecen juntas, sus raíces forman esta red con los hongos, la micorriza, un sistema que puede tener varios kilómetros cuadrados bajo tierra», apunta la estudiosa.
Por su parte, el ingeniero forestal Peter Wohlleben, autor del libro La vida secreta de los árboles y también colega de la doctora Simard en sus investigaciones, señala que los árboles tienen memoria y que un viejo tronco cortado se mantendrá vivo, a pesar de no contar con hojas ni ramas que capturen el sol, porque, por debajo, la generosa red común con sus vecinos le proporcionará los nutrientes para vivir.
Si así ocurre hasta entre los árboles, que hasta hace poco los humanos los considerábamos solo una fuente de madera, de pulpa para papel, ¿cómo es posible que existan personas que, en medio de esta pandemia, no actúen de forma solidaria?
Sin embargo, los hay; de lo contrario, no habría acontecido en nuestra Isla este rebrote con sus cifras sombrías de contagiados y fallecidos, y tampoco, a nivel global, estaríamos viendo la situación que hoy mismo se presenta con la vacunación anticovid.
Dos caras y un mismo peligro
Las dos caras de la moneda que es el mundo, una marcada por carencias y discriminaciones; otra, por la abundancia y muchas veces la falta de sensibilidad, andan mirando hoy en una misma dirección: la vacuna contra la COVID-19.
Pero aunque sea un anhelo compartido entre todos los habitantes de este planeta, lo mismo ricos que pobres, acabar de desterrar de nuestras vidas el riesgo del contagio, no son iguales las posibilidades de acceso al medicamento ni los recursos con que cuentan unos y otros.
Que con esto se acentúan las desigualdades es un secreto a voces, pero, en esta crucial coyuntura, la novedad radica en que de poco servirá a las naciones ricas vacunar a toda su población, si los habitantes de los países menos desarrollados no se inmunizan.
La estrategia del «yo primero», del «sálvese el que pueda», no solo deja en riesgo a las personas más pobres y vulnerables del mundo, sino que también es contraproducente, y, en última instancia, acciones de ese tipo solo prolongarán la pandemia, las restricciones necesarias para contenerla y el sufrimiento humano y económico. Así sentenció Tedros Adhanom Ghebreyesus en su enfático discurso ante la Junta Ejecutiva de la OMS.
Los contrastes de vida y muerte que hoy acontecen son tan brutales, que mientras en Canadá, por ejemplo, existen unas 10 dosis de vacuna por habitante, en numerosas naciones del orbe, sobre todo del llamado Tercer Mundo, ni siquiera tienen la esperanza de comenzar a inmunizar por medios propios en un futuro mediato.
«Cuando los árboles madre están heridos o muriendo, también envían mensajes de sabiduría a la siguiente generación de plántulas. Estos dos compuestos incrementan la resistencia de las plántulas a la tensión futura. Así que los árboles hablan», apuntaba la profesora de Ecología forestal, Doctora Simard, arriba citada.
Si ellos se ayudan, ¿por qué los humanos, en medio del bosque, no vemos los árboles?
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