La epidemia de las flacas

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La epidemia de las flacas
Fecha de publicación: 
4 Enero 2025
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Esto de la delgadez es una enfermedad mental que se instala, sobre todo en mujeres. La publicidad, los medios, la farándula, todo apunta a esa obsesión que va más allá de la operación biquini para el verano. Vivimos manipulados. Nos miramos en el espejo y no nos gustamos. Nos encaprichamos en caber en una talla S que solo usábamos a los quince años de edad.

Estamos siempre inconformes con como somos, con todo cuanto la naturaleza y los genes nos dieron. Sentimos culpa, roña. Pasamos hambre, nos sometemos a todo tipo de remedio milagroso para intentar entrar en la línea que nos creemos es para nosotras. ¿Y qué logramos? Frustración.

Esa es la palabra de orden para muchas mujeres que no consiguen tener el “cuerpo perfecto”, ese que le venden y se cree para sí, pero que muchas veces es construido.

Ya sé. Nada de esto es nuevo y mucho muchísimo se ha hablado del tema, pero hoy me motiva, desde mi propia experiencia de adolescente inconforme, no con mi peso, sino con las formas y proporciones de mi cuerpo, que es peor, pues no es posible cambiarlo ni subiendo ni bajando kilogramos en la balanza.

La industria de la moda nos hace mal. Nos impone patrones. Nos dice que para las rellenitas no hay lugar, que las de caderas estrechas tenemos un problema más allá de que se nos caigan los pantalones. La utopía del 90-60-90 es una locura que nos envuelve en ese bucle de mujeres con forma de reloj de arena, nos dice que es la única forma de cuerpo bonita, como si estuviera bien ser aceptadas unas y rechazadas otras.

Por eso las etiquetas son tan malas. Es una trampa de inconformidad y búsqueda constante amplificada por todas las vías posibles. Esa idea de tener la mejor versión de nosotros mismos es un señuelo para decirnos que estamos mal, entonces cambiamos hábitos y asumimos todos los retos de desalimentación y ejercicio físico posible. Satanizamos los helados y las harinas, y ¡es tan triste la vida sin esos placeres! El miedo a la comida es lo que está mal.

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Imagen tomada de https://www.gemmatendero.es

Esa influencia insistente nos hace caer en ciclos continuos de restricción y excesos, de inconformidad y sentimientos de culpa y remordimiento. Con lo difícil que es comer en Cuba, querer hacer una dieta restrictiva es más que chifladura. Pero lo alarmante es dejarnos llevar por la presión estética y depositar en esos regímenes una fe ciega como si fuera religión, la solución a nuestro “problema” de no encajar.

Las redes sociales han llegado para que tengamos el bombardeo de información más al alcance de la mano, constantemente, día y noche a la distancia de un clic. Nos muestran dietas prodigiosas capaces de dejarnos secas como un palo de ahora para ahorita, y les creemos todas las fórmulas detox, todos los testimonios hasta de supuestos nutricionistas que nos explican y convencen, como si no supiéramos que si el papel aguanta todo, los medios también son mu engañadores.

El culto a la delgadez no está bien. No existe modelo ideal. Ese es un pensamiento muy superficial que solo infunda vergüenza e insatisfacción. Y estar a la moda está bien, quererse ver lindo es bueno mientras no genere un estado psíquico enfermizo de terquedad y desaliento. El cuerpo correcto es el que tenemos, el que nos sostiene y nos permite la vida. Lo más importante para ostentar debería ser nuestra condición física, la salud de hierro que tenemos porque nos cuidamos, porque evitamos todo aquello que nos pudriría en poco tiempo.

Lo objetivamente significativo debería ser darle al cuerpo lo que en realidad necesita: movimiento, nutrición, goce, y no esas condenas mentales porque tenemos una pseudobarriguita. Aceptarnos es respetarlo porque el cuerpo humano es el templo, es magnífico, y somos diversos. Por eso no deberíamos pretender que solo un tipo de forma sea la que exista, es antinatural y aburrido.

La culpa es de los estereotipos, de esos cánones de falsa belleza en un mundo repleto de gordofóbicos exagerados que ven alto índice de masa corporal en cuerpos “normales”. La sociedad nos hace odiarnos, y nos dice que si estamos “masuitos”, es un problema, y si estamos flacos, ¡oh! es uno peor porque estaremos enfermos. No se queda bien con nadie.

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