Resaca madridista
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Nunca antes vi tan confiados a los seguidores madridistas antes de un partido importante. No sé si era la épica de las remontadas recientes, que era un rival conocido, que llegaba con algunos problemas físicos, o las siete finales consecutivas ganadas. Lo cierto es que todos daban por hecho que se levantaría la Orejona número 14.
Por supuesto, en el terreno todo fue mucho más complicado, y nuevamente Thibaut Courtois sacó las castañas del fuego. Una vez más, el Madrid supo sufrir y capear el temporal, y en la segunda mitad las cosas se emparejaron.
El gol anulado a Karim Benzema pudo haber subido al marcador, pero la polémica empañaría el triunfo de los blancos, así que mejor dejarlo así. En cualquier caso, se parece mucho al que dejó a España sin título en la final de Liga de Naciones, y en aquel momento se generó mucho debate, así que lo mejor fue evitar eso, para no despertar los fantasmas de los amargados antimadridistas.
No fue el mejor Madrid, ni en la final ni en la mayoría de los partidos, pero es lo que tiene este club, que no es esclavo de las formas y prefiere adornar sus vitrinas con un título que llevarse las crónicas de la prensa elogiando la magia de su juego. Claro que si se puede hacer eso último no se desecha, pero la prioridad es la victoria, y en la Casa Blanca del fútbol la máxima es que las finales están para ganarlas.
Al Liverpool le pasó factura el desgaste realizado en pos de la Liga inglesa, pues aunque alineó con sus mejores hombres, ni Mohamed Salah, ni Thiago Alcántara ni Fabinho estaban al ciento por ciento de sus capacidades físicas, y eso se vio de manera muy evidente en el Stade de France, sobre todo en el caso del egipcio, que si tenía una espina clavada ya va por tres, sumando la de cuartos de final del año pasado.
Fue un partido también raro porque empezó con más de media hora de retraso, pero repito, en las filas madridistas se respiraba confianza y tranquilidad.
Los técnicos jugaron sus bazas, pero las cosas les salieron mejor a Ancelotti, que hace historia al convertirse en el primero en la historia en conquistar cuatro títulos de Champions (dos con el Milán AC y dos con el Madrid) y disputar cinco finales (perdió una con los rossoneri).
La filosofía flemática y de complicidad del italiano con ese vestuario que ya conocía en parte fue la clave para la buena temporada de los merengues, en la cual alzaron la Supercopa de España y la Liga también. Se ratifica una vez más que al banquillo del Bernabéu debe sentarse alguien conciliador, y no un técnico que quiera más protagonismo que los jugadores.
Fue además un premio de lujo para Vinicius, que de un año a otro dio un salto de calidad enorme. Con pocas opciones al ataque porque los suyos no tuvieron mucho el balón, el brasileño capitalizó la única que tuvo en sus pies, esa misma que hubiese ido a las gradas meses atrás.
La euforia se desató desde el pitazo final y miles de seguidores llenaron la plaza de Cibeles hasta la madrugada, cuando el presidente Florentino Pérez aclaró que la celebración allí sería en la tarde dominical. Ah, y de momento todos se olvidaron de Mbappé.
La resaca en el Madrid dura menos que en cualquier otro club, allí se piensa ya en el siguiente título, porque la sed de trofeos es inacabable, aunque cambien las generaciones.
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