Osleyni, la "fiera" detrás de los éxitos en el paratiro
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Foto: Calixto N. Llanes, enviado especial de JIT
Parece una fiera enjaulada, se resiste a la inmovilidad y cae preso de la impaciencia que provoca no controlar lo que acontece en el Polígono de Tiro de Pudahuel.
Apunta el arma en la mano de otro, tiene que conformarse con que no apretará el disparador, mira a la pantalla para ver la puntuación que sacan sus alumnos y grita enloquecido el acierto.
Se adueña del estrecho pasillo del otro lado de la barda y hace creer que en cualquier momento la vuela de un salto. No quedan dudas, Osleyni Soca va poseído, fuera de sí, quien manda en sus pasos apresurados es la bestia inquieta que ocupó su cuerpo.
Puede olerse el tufo angustioso de su desesperación, paraliza con gritos y atrae la atención de las dianas a su performance con palabrotas... Para algunos puede parecer un alarde la celebración o el lamento, el guión intempestivo y procaz de una película de cine pobre hecha en un barrio conflictivo. Se equivocan.
Solo él sabe y sufre el plan: absorbe como el algodón la presión de Yenigladys Suárez en su silla de ruedas percutiendo dieces con el dedo; es cortina de humo que esconde a Di Angelo Lóriga en una esquina de la fila de tiradores haciendo un camino de plomo hacia la diana; consuela a Alexander Reina, preso de la desconcentración por el error.
No le importa el qué pensarán más que el qué pasará y aguanta la avalancha que amenaza arrollar a los suyos. Los parapeta con su estirpe para que hagan mejor lo que les enseñó y ha hecho durante tantos años con el equipo de atletas en situación de discapacidad.
«Uf, claro que quisiera estar ahí disparando. No es fácil resignarse, pero me toca estar del lado de afuera y guiarlos», exhala luego de abandonar la concentración rigurosa. Entonces explica que no fue tirador, sino que salió de las pesas y se enamoró del tiro como entrenador.
Alarga la comisura de sus labios con una mueca infantil, maldice, mueve los brazos histriónico: los abre bruscamente, se encoge de hombros, guarda las manos en sus bolsillos, se rasca la barbilla, los lanza al aire. Vive la competencia intensamente. Se desgasta.
Vuelve a mirar las pantallas, saca cuentas, se alegra sin vergüenza de que quedó otro rival en el camino y luego rompe a llorar con el éxito. Se disuelve el personaje díscolo y comienza la metamorfosis lenta del animal irracional al hombre sensible que abraza al joven preso de la emoción.
«Estos éxitos son de mucha gente», se refiere a las cuatro medallas alcanzadas en el tiro de los VII Juegos Parapanamericanos de Santiago 2023, dos de oro y dos de plata.
Enumera con prolijidad todos los que aportaron en distintos roles, se mezcla con actores de reparto y rechaza el mérito del protagonista luego del espectáculo.
Alardea, pero no de su incidencia o su guía, sino del talento de la veterana y los benjamines. Recuerda que confió en ellos. «Estaba seguro de que íbamos a tener varias medallas, sabía que iba a pasear mi bandera por aquí». Lo interrumpe otra vez la emoción.
Luego no puede hablar, tanto desgaste le carcome la garganta y se hacen un nudo las evocaciones. Rompe a llorar ahora con vergüenza. Ya acabó el show, pero la vida, piensa, «es eso que pasa cuando estoy ahí adentro».
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