Malanga, el mito más grande de la rumba

Malanga, el mito más grande de la rumba
Fecha de publicación: 
17 Enero 2023
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El cuerpo se le quedó inmóvil y el alma voló quién sabe adónde; todavía tenía los ojos abiertos y en aquella boca que amó tempestades brillaba un hilo fino de sangre. José Rosario Oviedo, Malanga, el timbero mayor que hacía solo un rato se había sumergido en el goce de la rumba, estaba ahora helado como un muerto, porque ya lo era.

La víspera tuvo un extraño sueño: una mujer sin rostro lo tomaba de la mano y conducía por un sendero en el que únicamente rondaba el vaho del silencio. Despertó y el vértigo lo hizo sentir en la cama como barco a punto de zozobrar; a duras penas se asomó a la ventana y las ráfagas frías lo estremecieron: poco a poco logró sobreponerse; tenía que ser así porque para él hoy sería un día grande; lo esperaban los braceros para bailar y allí, ante todos, debía demostrar que seguía siendo el rey, el elegido de la diosa Rumba.

Camino a su destino encontró a un viejo que se le acercó y le dijo: “Malanga, no vayas, regresa, vas a tener un mal encuentro”. El bailarín soltó su risa y los dientes pequeños y cortantes centellearon; resuelto, volvió a echar a andar deseoso del desafío, porque había pensado que donde hay hombres sobran los fantasmas.

Antes de llegar, se detuvo imaginando la rítmica del cajón y las cucharas, y ensayó los pasos de la columbia, baile exclusivo de hombres, aunque Andrea Baró y Chichí Armenteros se hicieron célebres ejecutándolo. Bateó a las mil maravillas, toreó con un paso magistral burlando al novillo dispuesto a embestirlo fieramente; luego se dispuso a empinar un papalote empeñado en escapar allí donde el horizonte es más azul…Como un bailarín de ballet trazaba los más complicados pasillos siempre con la punta de los pies.

Y el jolgorio había empezado. Chenche y Mulenze, con su acostumbrada maestría, dieron una magnífica disertación a la concurrencia. Después, José Rosario, que nunca salía el primero, bailó y bailó ganando la admiración de todos. Pequeño, regordete, con sus gestos rápidos, se arriesgó con una botella sobre la cabeza bien erguida y, a continuación, de la cintura extrajo varios afilados cuchillos, y en una danza única, violenta, febril, arrancó aplausos al asombro de los presentes. Luego, se le vio divertido, jaranero, pasearse con orgullo entre las mujeres; llevaba en la mano un vaso en el que quedaban unos tragos de aguardiente barato.

La noche se mecía en un oleaje de brillantes estrellas cuando de pronto el timbero mayor soltó la bebida y se llevó las manos al estómago adolorido; ahora su mirada vagaba perdida en el vacío; las piernas se le aflojaron y cayó pesadamente haciendo un ruido seco. Alguien solícito preguntó: “Malanga, Malanga, hermano ¿qué te pasa?”. El rumbero quiso responder, pero las palabras se le ahogaban. Lo cargaron y, al poco rato, expiró.

¿Quién fue el asesino?, ¿Qué mano echó en su vaso el cristal molido?, ¿Despecho de amor?, ¿Venganza?, ¿Rivalidad con otro rumbero? ¿Quizás la política? Porque a no dudarlo Malanga se había buscado sus enemigos con su defensa a ultranza del Partido Liberal del cual era sargento político. Cada quien dio su versión de los hechos; sin embargo, la verdad nunca se supo; quedó tan oculta como la losa donde reposa el famosísimo rumbero. A partir de aquel momento, la leyenda echó a rodar, alimentada por la fantasía popular. Hoy, no hay baile de rumberos donde no se oiga este sincero lamento: Malabé, Malabé/ siento una voz que dice: /Areniyé, eh/Malanga murió/Unión de Reyes llora/ murió el timbero mayor/ que viene regando flores/ desde Matanzas a Morón.

SIN AUSENCIAS

Dicen que nació el 5 de octubre de 1885, en la finca La Esperanza, en Alacranes; otros afirman que fue en Unión de Reyes, en las propiedades de un rico hacendado de apellido Oviedo.

Simpático, con la piel picada de viruela, con los ojos saltones, el apodo de Malanga le creció desde la niñez como la fama que habría de acompañarlo. Era un negro colorado que navegaba con maestría en la rumba y la tocaba muy bien.
 
En Güines tenía clientela fija que no se perdía una función en los portales del café La Bombilla, al lado de una tabaquería. Malanga se desplazaba a menudo a ese lugar para gozar de las rumbas y los comerciantes se lo agradecían de veras; porque los parroquianos aumentaban en esos días. Con los braceros viajaba preferentemente a Ciego de Ávila, a los cortes de caña. Hay una anécdota que refleja su vocación por la rumba. Una vez fueron a buscarlo al cañaveral; lo necesitaban con urgencia. El mar de cañas se extendía en un verdeamarillo interminable, y las voces sacudían la tarde: “¡Malanga, Malangaaaaaaa!”, pero él no aparecía. Alguien lanzó la sugerencia: “¿Caballeros, por qué no tocamos un cajón?” Dicho y hecho y, en efecto, al poco rato allí estaba Malanga bailando con una guataca en la mano.

Aseguraban que llegó a ser tan célebre que el club Atenas, sitio exclusivo de la intelectualidad mestiza de La Habana, le abrió las puertas porque de boca en boca corrían sus prodigios danzarios. Otro dato interesante es el que lo refleja en la escena del teatro Alhambra en competencia de baile con el actor Pepe Serna. Malanga había creado el grupo Los Timberos de Unión de Reyes y con esta agrupación se movía por distintas regiones del país.

No solo alegrías hubo en la vida de José Rosario; pues sufrió la muerte de su hija Bernarda al mes de nacida y las relaciones estables que en ese momento llevaba con la mamá de la niña se rompieron; algunos de sus amigos murieron en la famosa Guerrita de Agosto de la que es posible que él participara.

En Unión de Reyes le pidió a su amigo Faustino Dreke que lo acompañara a Camagüey, donde se celebraban grandes fiestas.

Un viejo músico de aquella época Cecilio Campanería-Campana Naveró- atestiguó que a él y a otros rumberos los invitó Chenche y Mulenze para ir a Morón a “correrla en grande”, pero que todos “olieron la traición” y se negaron; solo Malanga, impetuoso y desafiante salió en busca de la parca. No valieron las advertencias, las súplicas; no entraba en razones.

“Yo lo vi emprender aquel viaje sin regreso… y sigo diciendo que fue la envidia, la envidia de Chenche y Mulenze. El veneno salió de sus manos”.

¿Dónde están los restos de Malanga? Es otra incógnita, pues un enterrador de la época que lo conoció aseveraba que no le dio sepultura en el camposanto de Ciego de Ávila; entonces, si murió allí como muchos afirman, ¿a qué sitio lo llevaron? ¿Acaso su cadáver fue ocultado para interrumpir las averiguaciones? ¿Se trata en realidad de un crimen?

Varias indagaciones no han logrado arrojar más luz sobre este hecho que conmovió a los rumberos; sí se sabe que fue en la década de 1920, presumiblemente en 1926 o 1927, y que en Unión de Reyes, al conocerse la noticia, el alcalde Ramón González Quevedo decretó tres días de fiestas; así se cantaba a la tristeza, como homenaje al timbero mayor. Su amigo Faustino Dreke, el último que lo vio con vida en la zona de Vuelta Arriba, lleno de pena se inspiró en un guaguancó que dice: Un dolor, que lástima Malanga murió en el Ciego, /Unión de Reyes llora como Malanga murió. /Le preguntaba a los rumberos Chenche Mulenze, quién lo mató/ y ellos le contestaban Unión de Reyes llora, como Malanga murió. A lo largo del tiempo el número ha sufrido variaciones. En La Habana, lo hizo popular Roncona.

En Unión de Reyes existe el Parque de la Rumba José Rosario Oviedo, y los músicos continúan haciendo que repiqueteen largo los cueros, para que Malanga siga viviendo. No, no hay ausencias para este hombre clavado en el fuego de la luna, tan negro, tan rumbero.

 

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