De miedos y tormentos
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Fotografía tomada de https://edye.com
El miedo es una sensación de angustia muy desagradable y subjetiva, provocada por la percepción de sentirnos vulnerables ante un riesgo, real o imaginario. Es una manifestación emocional difícil de evitar cuando nos encontramos ante una amenaza, y no importa si a otra persona le parece tonto o exagerado, las fobias por momentos son así de irracionales y diversas.
Aunque en ocasiones tiene un sentido lógico, por ejemplo, el miedo ante la probabilidad de estar en peligro de muerte, porque todos queremos vivir, otras veces pueden parecer absurdo como el miedo a las hormigas, a los globos o al Papa. Cada grima tiene una explicación, habría que indagar en los antecedentes de cada sujeto para conocer la procedencia de su aversión.
Pero sentir miedo es mucho más que solo expresarlo, es un sentimiento que nos sorprende, posee un fuerte componente psicológico y llega a ser físico. Digamos que sus síntomas varían de un individuo a otro, casualmente se siente como un salto en el estómago, frío en el pecho, la piel erizada; además de cambios fisiológicos como la respiración, el ritmo cardíaco y la presión sanguínea acelerados, las pupilas dilatadas, incluso puede inducir el desmayo.
La reacción es también muy variable, y es usual que se pierda un poco la compostura. Hay quien logra controlarse un poco mientras otros se paralizamos ante lo que nos inquieta, unos gritan y otros salen corriendo. Para todos son comunes las molestias, el desespero o la flaqueza cuando estamos frente al estímulo que nos causa pavor.
Hay algunos miedos más habituales que otros, de entre ellos destacan los relacionados con el sufrimiento, pero forman parte de la vida, son eludibles hasta cierto punto. En oportunidades los temores suelen ser más grandes que aquello que nos espanta, como es el caso de un insecto, tan fácil de aplastar y terminar así el tormento.
Quizás en la crianza localizamos la base del rechazo, por ende, pudiéramos prestar atención a los detalles y fomentar en los niños una educación emocional equilibrada y racional, que les permita buscar soluciones afectivas en cada contexto.
Lo curioso es que expertos confirman que nuestra genética está programada para sentirlo porque el ADN contiene datos que nos hacen emitir esa respuesta ante potenciales depredadores y situaciones complejas.
Un asunto importante para tener en cuenta es que ante una persona con miedo deberíamos ser empáticos y pensar que nadie quiere sentirse así de vulnerable psicológicamente ni experimentar ese malestar físico. De nada sirve pedirle que se calme o exponerlo, obligado, a aquello que lo atemoriza creyendo que así logrará afrontarlo. No es tan fácil ni ese es el tipo de auxilio que necesitamos, y a veces la ayuda psicológica es el único modo de rebasarlo.
La mente humana es muy poderosa tanto para bien como para mal, y si nos empeñamos pudiéramos superar lo que nos aqueja, y si no lo conseguimos solos, con asesoría será posible.
Aseguran especialistas que hablar sobre el miedo que sentimos es el primer paso para imponernos porque conlleva a encontrar acompañamiento y reducir los niveles de temor. También para disminuir la tensión, el estrés, y la ansiedad por aquello que nos asusta conviene hacer ejercicios de relajación muscular con apoyo de visualizaciones y respiración profunda.
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