Centenario de Carilda Oliver Labra: una mujer, una ciudad

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Centenario de Carilda Oliver Labra: una mujer, una ciudad
Fecha de publicación: 
6 Julio 2022
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Escribió Carilda Oliver Labra, en el célebre canto a su ciudad: Matanzas: bendigo aquí/ tus malecones mojados,/ los árboles desterrados/ del Paseo de Martí/ y el eco en el Yumurí./ Y van mis lágrimas, van/ como perlas con imán/ o como espejos cobardes/ a vaciar todas las tardes/ sus aguas en el San Juan.

En Matanzas hizo vida y obra; en Matanzas tejió su leyenda de poetisa romántica y apasionada, enamorada de las cosas y los espíritus de su patria chica.

Pero la ciudad correspondió esos amores: la erigió monumento vivo, símbolo y emblema de una cultura, hasta el punto de que hoy no se puede hablar de Matanzas sin hablar de Carilda. Y viceversa.

Su casa de la Calzada de Tirry devino espacio de tertulias deliciosas, en las que confluían todas las artes. Allí recibió, hasta casi el final, a sus admiradores, a tantas personas que querían ofrecerle homenajes.

Porque Carilda Oliver Labra fue una poetisa popular; ese es el privilegio mayor de los buenos poetas: que sus versos sean patrimonio de muchos, crónica múltiple, sentimiento compartido. Hay poemas de Carilda que forman parte del acervo esencial de lírica cubana, y del patrimonio vivo de la gente.

¿Cuántos en Cuba desconocen estos versos memorables?: Me desordeno, amor, me desordeno/ cuando voy en tu boca, demorada;/ y casi sin por qué, casi por nada,/ te toco con la punta de mi seno.

Ella era poetisa de raptos y arrobamientos, pero su poesía era mucho más: la nutrían (la nutren, porque es poesía para toda la vida) corrientes subterráneas, raíces que bebían de la gran tradición lírica de su ciudad, de su país, de la inmensa poesía hispanoamericana: por un lado, el gran acervo de su Matanzas, ciudad de grandes poetas; por el otro, el patrimonio inmenso de la cultura cubana; y también, no menos importante, sus vínculos estrechos, de hecho, su pertenencia a un ámbito singular de la poesía hispanoamericana: la obra de grandes poetisas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Dulce María Loynaz).

En tantos y tan bellos versos, Carilda bordeó las claves inefables del amor.

Algunos subestimaron ese torrente lírico, lo creyeron mero regodeo sentimental, devaneo romántico… no alcanzaron a vislumbrar las hondas raíces.

El amor y la muerte han sido, quizás, los más grandes móviles de la poesía universal, Carilda escogió —sobre todo— el amor, con sus eternos altibajos, con sus raptos y arrobamientos, pero también con los golpes o las caricias de la melancolía, o la memoria exultante de la pasión.

Escribió: Anoche me acosté con un hombre y su sombra./ Las constelaciones nada saben del caso./ Sus besos eran balas que yo enseñé a volar… y hubo quien se solazó en la confesión de una aventura erótica, pero era más, y lo notaron sus mejores lectores: era la fuerza de un sentimiento hecho metáfora, era el caudal rico y suelto de su feminidad.

En tiempos de dobleces y moralinas, Carilda Oliver Labra miraba de frente, diáfana y serena.

No obstante, no conviene circunscribirla: su obra se abrió a múltiples paisajes: el amor filial, la evocación histórica, el orgullo por la patria…

En 1957, en los años duros de la tiranía batistiana, escribió otro de sus más conocidos poemas: No voy a nombrar a Oriente,/ no voy a nombrar la Sierra,/ no voy a nombrar la guerra/ —penosa luz diferente—,/ no voy a nombrar la frente,/ la frente sin un cordel,/ la frente para el laurel,/ la frente de plomo y uva:/ voy a nombrar toda Cuba:/ voy a nombrar a Fidel.

Vivió como quiso, sin ataduras pequeñoburguesas; vivir, sentir, amar como una mujer libre… y escribirlo, dejar testimonio, recrear sus circunstancias con una profundidad y una verdad que conmovieron (conmueven) a miles de lectores.

Estos versos pudieran enarbolarse como bandera: Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española,/ cuando se fue mi madre/ llevó un poco de tierra cubana./ Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda/ sobre mi tumba.

Ajena a corrillos literarios, a intrigas y revanchas, se consagró a su poesía y al culto de la hospitalidad. Cuando pretendieron acallarla, permaneció, con la certeza de que el poeta puede ser una isla: ella fue isla pródiga y abierta.

Carilda recibió grandes homenajes de su patria: el Premio Nacional de Literatura, la Orden Félix Varela… pero atesoró siempre, incluso en los años de relativo silencio, el cariño y el respeto de sus lectores, que son un pueblo.

Ella fue siempre la eterna novia de Matanzas.

Comentarios

Magistral trabajo. Gracias periodista.
indirarg@havanatur.cu

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