Archivos Parlanchines: Teatro Shanghái, el templo de los desnudos y el arte erótico

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Archivos Parlanchines: Teatro Shanghái, el templo de los desnudos y el arte erótico
Fecha de publicación: 
17 Febrero 2024
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Muchos de los jóvenes habaneros del ayer que hoy peinan canas recordarán, sin dudas, al teatro Shanghái, otrora ubicado en la calle Zanja número 205, entre Campanario y Manrique, donde actualmente hay un parquecito dedicado a Confucio, el cual, por supuesto, no tiene ninguna relación con aquella catedral de la desvergüenza.

El Shanghái, construido por los comerciantes chinos del vecino barrio en 1870 a fin de disfrutar de la Ópera cantonesa, fue un gran templo para los muchachones que se acercaban a la sensualidad y el lugar ideal para los hombres que gustaban de los espectáculos frívolos y picarescos, en los que se fusionaban las modas del Moulin Rouge de París con las perlas arrabaleras del teatro vernáculo cubano

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En broma se decía que el que entrara al Shanghái jamás iría a París

Aunque sus espectáculos eran anunciados a bombo y platillo con el eslogan de “Todo como en París”, en realidad, en ese teatro no se podía encontrar ni sombra de la Ciudad Luz.

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Era un teatro barato dado a las emociones fuertes

Más que un teatro pornográfico, con un lunetario principal, y un primer piso o tertulia, el musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, lo define como un escenario de “malas palabras y coristas gordas desnudas”.

“En la cartelera se anunciaban ‘desnudos artísticos y bailables nudistas’, dice, pero lo habitual eran cinco o seis coristas sin ropas o apenas cubiertas por una leve gasa que permanecían estáticas en la escena durante uno o dos minutos antes de que cayera el telón”.

Por cierto, el desnudo en el Shanghái se limitó a lo femenino y nunca se llegó la escenificación explícita del acto sexual. Los hombres tampoco llegaron a quitarse los calzoncillos. 

La presencia de números homosexuales no era habitual en dicho escenario, pues estos se reservaban para eventos más privados como el que ofrecía un prostíbulo del barrio de Pajarito ante públicos reducidos que pagaban bien.

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Basta con revisar la cartelera para darse cuenta de que ese centro de divertimento era una “joya” de la euforia y la alegría, con el atractivo extra de lo prohibido. 

Sus obras más aplaudidas, repletas de sketches saineteros, burlescos y picantes, llevaban estos nombres: “Amores en Varadero”, “La mujer artificial”, “Mi marido, el otro y yo” y “Macho o hembra”, las cuales eran promocionadas sin mencionar los nombres de los autores en los anuncios.

Destacó siempre en su repertorio la parodia del “Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla, que se presentaba sin falta cada 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos.

En todos los casos, las piezas eran acompañadas por una orquesta un poco tiesa integrada por un piano, batería, trompeta, violines y no mucho más.

En sus presentaciones abundaban los actores de medio pelo, fracasados en otras propuestas; no obstante, también pasaron por allí artistas de más valía como Emilio Ruiz, el Chino Wong y Armando Bringuier, “Viejito Bringuier”, quienes hicieron radio y televisión con buenos resultados.

Mención especial merece la rumbera Cuquita Carballo (nunca se desnudó en la escena del Shanghái), quien, igualmente, se presentaban en el Cabaret Regalías, programa estelar de CMQ Televisión y en los shows de los cabarets Sierra y Bambú Club.

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El autor jamaicano Walter Adolphe Roberts, imprescindible para apreciar la marginalidad de La Habana en los años 50, nos brinda valiosas informaciones sobre la atmósfera imperante en el Shanghái:

“A continuación, vienen las piezas breves, algunas de ellas chistes dramatizados, algunas de música y baile, y otras de una especie de pantomima subida de tono”, esta última, claro, cubre el territorio de lo sexual, la razón de ser del antiguo teatro chino”.

Por añadidura, en su vestíbulo se vendían novelitas para adultos (existía incluso una colección que llevaba el propio nombre del teatro), revistas de desnudos, y postales eróticas o pornográficas.
  
El éxito del teatro fue indiscutible, a pesar de renunciar por completo a los temas políticos y de denuncia contra la corrupción. Y ni los feroces denunciantes de sus fantasías de morbo y sexo se atrevieron a negarlo. 

Entre los años 30 y los 60 del siglo XX, la del Shanghái fue la sala de espectáculos más visitada por los habaneros y por eventuales turistas. Se convirtió en una leyenda maldita, que son la mejores.

La actriz Yolanda Farr, nieta de José Orozco, dueño del Shanghai en los años 50, cuenta:

“Como el tercer piso del teatro, el llamado ‘gallinero’, estaba cerrado al público, mi abuela, la alemana Jenny Jeck de Orozco, vestuarista del teatro, quien era una “babalosha”, es decir, una santera llena de ahijados, realizaba allí “limpiezas” y misas de sanación en las que se “dialogaba” con parientes muertos en medio de un local repleto de estatuas de tamaño natural de vírgenes y santos”.

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Lo cierto es que por un peso y centavos era posible disfrutar de uno de sus delirantes shows, los cuales incluían frecuentes estrenos, y luego, además, los clientes podían permanecer hasta la madrugada en la sala mirando varias películas calificadas entonces como pornográficas.

Las funciones se realizaban de lunes a sábado a las 8:30 y 11:30 de la noche, con presentaciones a las tres de la tarde los domingos y funciones especiales y ocasionales pasada la medianoche. El público, como en el Teatro Alhambra, estaba conformado solo por hombres.

Lamentablemente, del Shanghái se conservan pocas fotografías y su historia, siempre hilarante y provocadora, se ha perdido en gran medida, porque a diferencia de otros lugares de la vida nocturna habanera, como el Tropicana o el Floridita, ha recibido poca atención de los cronistas.

Por cierto, el teatro Shanghái no era el único lugar donde se ofrecían espectáculos de ese tipo, sin embargo, sí era el punto más visible y conocido. 

Dicen, incluso, que súper divas al estilo de Ava Gardner gozaron con sus espectáculos y con el “empuje” de algunos de sus protagonistas, como un tal Supermán, quien tenía un miembro viril descomunal.
Pero, ello no está del todo probado y parece entrar más bien en el ámbito del cuento y el choteo del criollo.

 

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