PARA BAILAR LA SAMBA: Medallista dorado después de muerto
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Moscú 1980, XXII Juegos Olímpicos. Justa de florete individual. Un colega latinoamericano me dice: "Observa a ese gigante. Tiene de verdad..." Obedezco. El atleta crecía cada vez más en la plancha. Averigüé cuáles eran sus características; no brillaba por la originalidad, por los aportes. Sin embargo, preocupaba a los más destacados: velocidad, contraofensiva tremenda, y ¡ay del que cometiera un error! No perdonaba. Sangre fría, coraje; sabía levantar cuando todo parecía perdido y ¡cómo inspiraba al equipo! Un metro y 93 centímetros y 90 kilos. Fortaleza, resistencia, habilidad.
Éxito tras éxito y, al final, Vladímir Smirnov, campeón de florete en la cita de Moscú. La prensa al ataque: ¿Cuáles son las bases de sus triunfos? El gigante sonríe antes de responder: "El tesón, la constancia, la fe en mis posibilidades. Amigos, eso siempre da resultado". Lo miro. Apunto lo que dice el traductor. No puedo saber que en 1982 se me convertirá en un latigazo para mi alma de escritor deportivo; es decir, de gente que ama profundamente, refleja e interpreta a los actores del gran teatro del músculo.
Titular mundial de 1981. Ganador por dos años consecutivos de la Copa del Mundo, otorgada por la Federación Internacional de Esgrima a quien acumule mayor cantidad de puntos en los torneos categoría A. Con anterioridad, coronado en los torneos nacionales juveniles, varias veces titular de su país, victorioso en la Espartaquiada de los Pueblos-1979-, en la Copa de Europa, la Espartaquiada de los Ejércitos Amigos y el certamen mundial por equipos efectuado en Australia.
En cierta oportunidad declaró: "La esgrima es gran parte de mi vida. Pero no es toda mi vida. Estudio por curso dirigido en el Instituto de Educación Física de Kiev, amo los libros, la música, el teatro; amo a una mujer y ella me ama: es mi esposa con quien comparto las labores del hogar; educo a mis hijos... Aunque no lo niego, ni siquiera a mi amada Enma: la esgrima está aquí..." Y tocó el lado izquierdo de su pecho.
Vladímir no recibió su última medalla de oro. Mundial de Esgrima Roma 1982. El soviético se enfrenta a Mathias Behr. Toque decisivo. Ataque simultáneo. Chocan las armas. Una hoja se quiebra. Un pedazo de metal, cual daga, vuela y penetra la careta de Smirnov. Entra en su ojo izquierdo y se aloja en la masa encefálica. A pesar del gran esfuerzo de los médicos, falleció en las primeras horas de la madrugada del 28 de julio en la Clínica Gamelli, de la capital italiana.
Su compañero de equipo, Alexander Romankov, no lo olvida: "Smirnov no fue galardonado por su última victoria. Pero esa medalla de oro que por Vladímir recibimos nosotros, sus camaradas de colectivo, la conservaremos siempre como recuerdo de uno de los caballeros más nobles e impecables de la hoja de acero".
Todo eso pasará. Ahora, Smirnov crece en la plancha, es éxito, y el colega latinoamericano me dice: "Te lo advertí: ese gigante es fuego..."
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