Cuando Ernest Hemingway tuvo que sacrificar a su gato

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Cuando Ernest Hemingway tuvo que sacrificar a su gato
Fecha de publicación: 
9 Agosto 2014
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Lo que el genial escritor sentía por sus felinos era algo que iba más allá de la devoción, convirtiéndose los pequeños animales, literalmente, en los dueños de la casa y de su corazón.

Esa devoción gatuna nació en Hemingway a raíz del regalo que le hizo un capitán de navío quien le entregó a un gatito al que bautizó con el nombre de ‘Snowball’ (Bola de nieve) y que padecía una curiosa alteración genética: tenía seis dedos.

A partir de ese momento la vida del escritor se llenó de gatos. Tantos que llegó a convivir  con un gran número en su casa de Cayo Hueso (Florida). Una casa que acabó convirtiéndose en museo y en la que todavía siguen habitando una cincuentena, descendientes de Smowball, los cuales han ido heredando la polidactilia.

Pero hay un hecho en la vida de Ernest Hemingway, relacionado con uno de sus gatos, que le marcó de manera muy especial, y así se lo hizo saber a su gran amigo Gianfranco Ivancich, con quien se carteaba a menudo desde que se conocieron en Venecia en enero de 1949.

Desde entonces se habían convertido en grandes amigos, viajando el uno y el otro de visita a sus respectivas casas con asiduidad. Cuando esto no era posible la comunicación epistolar era frecuente.

Corría el mes de febrero de 1953 cuando el autor de ‘El viejo y el mar’ escribió una de sus cartas a su querido amigo italiano y cuando se encontraba metiéndola en el sobre y a punto de cerrarla su esposa Mary le avisó que algo terrible le había pasado a Tío Willie’, uno de los gatos que llevaba con él once años.

El animal estaba malherido y a Hemingway no le quedó más remedio que tener que sacrificarlo con el fin de que dejase de sufrir.

El dolor y pesar por tenerlo que hacer fue tan grande que decidió que era algo muy importante para explicar, retornando a su máquina de escribir y retomando la carta para su amigo Gianfranco a la que le añadió los siguientes párrafos:

Querido Gianfranco:

Justo después de escribirte y mientras ponía la carta en el sobre Mary bajó de la Torre y dijo: algo terrible le ha pasado a Willie. Salí y encontré a Willie con sus dos patas derechas rotas: una por la cadera y la otra por debajo de la rodilla. Un coche debía haberle pasado por encima o alguien lo había golpeado con un palo. Había vuelto a casa sobre las patas de un solo lado. Era una fractura multiple con mucha suciedad en la herida y fragmentos sobresaliendo. Pero él ronroneaba y parecía seguro de que yo podría solucionarlo.

Hice que René trajera un bol de leche para él y René lo sostuvo y cuidó para que Willie estuviera bebiendo leche mientras yo le disparaba en la cabeza. No creo que sufriera y los nervios habían sido machacados así que las piernas no habían empezado a dolerle realmente. Monstruo quiso dispararle por mí, pero no podía delegar la responsabilidad o dejar una posibilidad de que Will supiera que alguien iba a matarlo.

He tenido que disparar a gente, pero nunca a nadie que hubiera conocido y amado durante once años. Ni tampoco a nadie que ronroneara con dos piernas rotas.

Todos los que lo conocieron, así como las innumerables biografías que se han publicado sobre el escritor coinciden con que ese se había convertido en uno de los momentos más tristes y traumáticos de su vida.

 

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