Martinica en guerra social
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Tal como Estados Unidos llama Estado Libre Asociado a su colonia de Puerto Rico, Francia trata de esconder tal incongruencia de estos tiempos a las 12 que explota bajo el título de Territorios de Ultramar, donde reverberan espíritus independentistas en el más publicitado de Nueva Caledonia y la siempre considerada joya del Caribe, Martinica, que ahora nos ocupa.
Antes no era difícil encontrar en París a robustas mujeres negras manejando montacargas de todo tipo en los aeropuertos de Orly y Charles de Gaulle, en lo que predominaba la sonrisa y el espíritu femenil cuando decían con orgullo que “somos francesas, porque somos de la Martinica”.
Hoy ya no es así. Los otrora pacíficos ciudadanos martiniquenses se lanzan a las calles, demandando la independencia y protestando por las penurias y los abusos de las autoridades.
No solo el premier francés, Emmanuel Macron, ha tenido que enviar soldados a Nueva Caledonia, donde la situación es más compleja, sino que centenares de gendarmes especialistas en la represión ya arribaron a Martinica con el designio de evitar que las protestas se extiendan a toda la isla.
El contingente llegó este fin de semana, luego que el representante del gobierno francés en el territorio dijo en un comunicado que será utilizada la fuerza contra los manifestantes -hombres y mujeres- en las municipalidades de Fort-de-France, Le Lamentin, Ducos y Le Robert.
El descontento es general por el alto costo de la vida, y a las restricciones oficiales, dice AP, las demostraciones fueron aún mayores, aunque no fueron siempre violentas, como alegaban las autoridades para justificar los excesos.
Videos de la prensa local muestran a multitudes marchando pacíficamente por carreteras en la noche, haciendo sonar tambores y ondeando banderas.
REPRESIÓN GALA
El contingente de gendarmes enviado por decisión de Macron es conocido como las Compañías para la Seguridad Republicana, y fue prohibido en el territorio francés, tras sangrientos disturbios que se remontan a diciembre de 1959 en Martinica.
Había sido acusado de usar fuerza desproporcionada contra manifestantes, lo que derivó en la muerte de varios jóvenes. Algo similar ocurrió en el 2008 en la isla de Guadalupe.
Béatrice Bellay, representante del Partido Socialista de la isla, condenó la decisión, afirmando: “Martinica no está en guerra civil, es una guerra social”. Pidió un “diálogo abierto y transparente” entre los manifestantes y el gobierno.
“Esta medida... solo sirve para agravar las tensiones y distraer la atención de las demandas legítimas del pueblo de Martinica”, escribió Bellay en un comunicado.
SITUACIÓN EXPLOSIVA
Autonomía, independencia o statu quo mejorado vuelven a ser esgrimidos en Martinica, algo que ya se ha ido fortaleciendo cada vez más en las Antillas francesas en general.
Aún están frescas escenas anteriores de comercios quemados, pillaje generalizado, ciudadanos obligados a pagar para superar las barricadas en las carreteras, toque de queda, disparos de grueso calibre …
El movimiento de protesta contra las medidas del gobierno de Emmanuel Macron y, en especial, una huelga general, degeneró en una insurrección en Guadalupe y Martinica, que enfrentó a más de 2 000 miembros de las unidades de élite especializada en la lucha antiterrorista.
La respuesta política, sin embargo, tardó en llegar. El ministro francés de Ultramar, Sebastien Lecornu, se decidió por fin a visitar Guadalupe, adelantando una vaga oferta de autonomía para las islas, que ha dejado perplejos tanto a los independentistas locales, como a la mayoría de los franceses de la metrópoli y de los llamados "Dom-Tom", Departamentos y territorios franceses de Ultramar.
Guadalupe, Martinica y Saint-Martin sufren desde hace décadas una situación social explosiva. Al desempleo endémico, que afecta a un 60% de los menores de 25 años y a un 35% de la población activa general, se unen lacras como la tasa de enfermos de cáncer provocada por los pesticidas, los cortes constantes en la distribución de agua potable y unos precios por encima de los de la Francia continental en muchos productos de primera necesidad.
Esos territorios disfrutan de los mismos beneficios sociales que sus compatriotas en la metrópoli, pero el envío masivo de subvenciones no puede ocultar lo que parte de la población local denuncia como un desprecio de París hacia las Antillas y la Guyana francesa.
Ello indica que el descontento viene de lejos. Fuera de la agricultura y de la industria agroalimentaria, el empleo depende en su mayor parte de la administración local y del turismo. Muchos jóvenes saben que su única salida para evitar el paro o la delincuencia es la emigración. Pero el destino elegido no es París.
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