Luces y sombras de Urrutia
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La noche del 3 de enero de 1959 sería larga para quienes se reunieron en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Aquella primera sesión del Consejo de Ministros culminaría en horas del amanecer del día siguiente. Al frente se encontraba Manuel Urrutia Lleó, presidente provisional del recién constituido Gobierno Revolucionario.
Urrutia había regresado del exilio a fines de la guerra. Permanecía en suelo cubano desde que un avión con armas lo trajo de Venezuela hasta las montañas de Oriente. El Movimiento 26 de Julio lo propuso para que encabezara el gobierno que se debía establecer tras la victoria revolucionaria contra la tiranía de Fulgencio Batista; la mayoría de las organizaciones de oposición terminaron aceptándolo.
No era una alternativa descabellada. Desde varios puntos de vista, ese jurista de 50 años resultaba el hombre indicado para asumir las riendas del Estado cubano, por su condición de juez y para equilibrar los distintos intereses, como escribió el jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro, desde la Sierra Maestra. Había participado en la lucha contra el régimen de Gerardo Machado y se llenó de prestigio cuando, en su rol de juez, emitió un voto absolutorio durante un juicio contra individuos relacionados con la insurrección, en marzo de 1957. Urrutia era antibatistiano sin ser miembro orgánico de las agrupaciones que se enfrentaban a la dictadura.
Sin embargo, ocupó la primera magistratura de la república en un lapsus de apenas siete meses. Las contradicciones con el poder que en principios él mismo representaba conllevarían a su renuncia en julio del propio 1959.
La noche del 3 de enero se suscitó la primera polémica que involucraba al presidente Urrutia. De acuerdo con escritos del revolucionario Luis Buch, al momento de juramentar su cargo al frente de la República, el exmagistrado se opuso a incluir en el texto la frase “Así Dios me ayude”, que se expresaba en los juramentos de los mandatarios y otros funcionarios de la nación. Para Buch, hacer esa omisión era algo innecesario y en nada reñía con los principios:
“Tal negativa fue utilizada por los enemigos para tratar de indisponer a los creyentes cristianos contra la Revolución. Los ecos de esa campaña llegaron hasta el Senado norteamericano y a Fidel se le imputó ser el autor de esa supresión, cuando en realidad no tuvo nada que ver”.
Como primer jefe del Estado tras el triunfo de la Revolución, este político originario de Yaguajay tuvo luces y sombras. En los inicios de su gestión, Urrutia rubricaba las leyes tan pronto como el Consejo de Ministros las ponía a su consideración. Más adelante, cuando las contradicciones con el gabinete se volvieron manifiestas, se le acusó de retardar su firma dolosamente, lo cual, según explicó a la opinión pública Fidel Castro, llegó a ocasionar problemas políticos.
Una de las desavenencias con el Consejo de Ministros se originó por el retraso de la entrega de salvoconductos a asilados en embajadas. Al parecer, el presidente demoró la entrega de varios, aunque, atendiendo a los testimonios de Buch, debió someterse a la mayoría y autorizar la salida de los asilados. Su actitud iba contra la Convención de Derecho de Asilo, de la que Cuba era signataria, y puso en peligro las relaciones diplomáticas con varios países latinoamericanos.
Como aspecto positivo de su agenda presidencial vale mencionar su determinación de clausurar de inmediato los prostíbulos, casinos y loterías. Los consideraba sitios corruptores de la sociedad. Esto no se logró ejecutar con la celeridad que deseó, por las protestas de los trabajadores de aquellos negocios, quienes se vieron en riesgo de quedar sin empleo.
Urrutia fue un mandatario moderado en medio de una revolución que, a 90 millas de Estados Unidos, daba pasos más osados cada día. Renunció el viernes 17 de julio, prácticamente sin apoyo, cuando las contradicciones con su ejecutivo parecían no tener solución.
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