La Guerra Chiquita: una nueva batalla por la independencia
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Aunque el primer pronunciamiento ocurrió la noche del 24 de agosto de 1879, en un sitio entre Gibara y Holguín, fue la tarde del 26 cuando José Maceo, Guillermón Moncada y Quintín Banderas abandonaron Santiago de Cuba en busca de la manigua. Cobraba bríos la que pasaría a la historia de Cuba como la Guerra Chiquita.
Uno de los rasgos ponderables de esta contienda es que las conspiraciones que la precedieron se lograron extender por gran parte del territorio insular. Incluso en La Habana había patriotas comprometidos con un eventual alzamiento en Güines; pero la detención de José Martí el 17 de septiembre de 1879 y de otros independentistas frustró los planes de un levantamiento en Occidente.
El trabajo de inteligencia y penetración de los españoles no solo dio frutos a la metrópoli en el oeste de Cuba. En Oriente también serían apresados varios de los principales organizadores, prestigiosos veteranos de la Guerra de los Diez Años como Pedro Martínez Freire, Flor Crombet y Pablo Beola.
Fue precisamente la redada contra los conjurados la que precipitó la puesta en marcha de un plan cuyos inicios algunos autores han situado en los días posteriores a la Protesta de Baraguá. Así, el 24 de agosto se levantó en armas el brigadier Belisario Grave de Peralta, al frente de 200 hombres. En sentido estricto, no se cumplían los planes aprobados desde el exterior por el general Calixto García, jefe del empeño independentista. Según estos, las primeras acciones debían ser el ataque a cuarteles y la procuración del apertrechamiento necesario.
La manera en que se produjo la incorporación de José Maceo, Guillermón Moncada y Quintín Banderas aquel 26 de agosto, hecho que dio vigor a la guerra, fue insólita. La historiografía recoge que estos discutían una discrepancia en la ciudad de Santiago de Cuba cuando una pareja de militares españoles se les acercó; los oficiales mambises los enfrentaron con las armas e inmediatamente partieron de la ciudad al frente de grupos armados. Con unos 400 hombres, se dirigieron a ocupar las zonas previstas.
El 13 de septiembre fue tomado el poblado de Mayarí. Posteriormente se originaron alzamientos en Baracoa y Santa Rita. La guerra ganaba en extensión. Cuentan que en Baire la llegada de la insurrección obligó a sus defensores a encerrarse en un fuerte.
Un mes después del inicio de las acciones bélicas desembarcó en el sur oriental el brigadier Gregorio Benítez, destacado jefe mambí durante Guerra de los Diez Años, pero desconocido en Oriente. Calixto lo envió en sustitución de quien debía ser el segundo paladín de la sublevación: Antonio Maceo, también en el exilio. La condición de mulato de este último, según la opinión de Calixto, reforzaría la tesis, difundida por los enemigos de la revolución, de que la que se gestaba era una guerra de razas.
Después sortear múltiples peripecias, el máximo dirigente del movimiento independentista en esa etapa logró pisar tierra cubana el 7 de mayo de 1880. Para entonces era irreversible el curso de una guerra que por diversos motivos iba de mal en peor para los cubanos. Calixto no logró dar con los pocos insurgentes que quedaban en la manigua. El 3 de agosto se acogió, como lo habían hecho otros de los revolucionarios, al indulto ofrecido por el gobierno español. Al entregarse al enemigo se encontraba descalzo y enfermo de paludismo.
La Guerra Chiquita duró cerca de nueve meses. Durante ese tiempo los insurrectos resistieron prácticamente incomunicados entre sí y sin apoyo logístico de redes internas y exteriores. Sin embargo, no se trató de un evento insignificante. A juzgar por el número de indultados, recogido por una fuente española, contó con la participación de más de 8 mil cubanos que se lanzaron a una nueva batalla por la independencia de su país.
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