La caída de Agramonte, herida de gravedad para la revolución

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La caída de Agramonte, herida de gravedad para la revolución
Fecha de publicación: 
11 Mayo 2023
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Potreros de Jimaguayú, en un lugar de Camagüey. Cuba transita por su primera guerra independista. El 11 de mayo de 1873 el mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz, informado desde la madrugada sobre la proximidad de tropas españolas, arenga a sus hombres: “Nuestra misión se va cumpliendo, vuestra disciplina y vuestra abnegación hacen de todos nosotros el núcleo fundamental de la futura República”.

Agramonte organiza el combate. El terreno resulta bastante conocido para él. De hecho, allí solía establecer campamento. Es un gran político y también un militar con méritos. A sus 32 años, había participado en más de 100 combates y había disciplinado a las tropas bajo su mando. Se separa por un momento del grueso de sus fuerzas. Sin percatarse, se puso a tiro de una avanzada española, oculta. Disparan. Lo hieren de muerte en la sien derecha. Su cadáver se desploma entre la hierba alta.

La muerte de El Mayor desconcertó en primer lugar a sus subordinados. Henry Reeve ordenó la retirada de Jimaguayú y el rescate del cuerpo. Esto último no se logró, pues los peninsulares se lo llevaron a la ciudad de Puerto Príncipe. El periodista Pedro Rioseco recuerda que el 12 de mayo de 1873, al llegar a la plaza, “el Padre Olallo, desafiando a los soldados españoles, solicitó conducirlo en camilla hasta el Hospital de San Juan de Dios, donde lavó sus restos mortales y rezó ante el cadáver”. Posteriormente, el cuerpo fue incinerado con leña y petróleo por orden del gobernador.

Mas no solo a camagüeyanos afectó la desaparición del líder. Sin su presencia, la guerra tomó derroteros nefastos. Varios historiadores han apuntado a que, con él vivo, los pasos de la Cámara de Representantes hacia la destitución de Carlos Manuel de Céspedes del cargo de presidente de la República en Armas habrían sido menos firmes. Esto se debe a que si bien ambos patriotas tenían diferentes concepciones en torno a la institucionalidad revolucionaria, la práctica los estaba llevando a una paulatina comprensión mutua. Agramonte llegó a entender lo perjudicial de las divisiones entre orientales y camagüeyanos. Es conocida la anécdota de cuando se mostró enérgico al prohibir a sus subordinados hablar mal del Padre de la Patria.

Agramonte fue uno de los jefes que comprendió, desde el punto de vista estratégico militar, la necesidad de romper con la mala costumbre de las acciones combativas por feudos; es decir, en su territorio trabajó eficazmente para que las distintas fuerzas pelearan fuera de sus zonas de confort. Romper con esa perjudicial tendencia era imprescindible para el proyecto mayor de la invasión a Occidente. En una ocasión declaró: “Vamos a defender las familias con empeño, no permaneciendo a su lado, sino peleando valerosamente.

Organizar y disciplinar al ejército, es prepararlo para la victoria”. En efecto, las huestes camagüeyanas llegaron a ser de las más cohesionadas y disciplinadas de su tiempo. Poco después de su muerte, Máximo Gómez dijo, en julio de 1873, que Agramonte estaba llamado a ser el “futuro Sucre cubano”.

Por otra parte, El Mayor devino un representante tenaz de la línea dura del independentismo. Se alejó de antiguos colegas, jóvenes y más viejos, cuando entre ellos el derrotismo encontró cauce. Fue severo e intransigente con las deserciones. Aplicó la pena de muerte a todos los que hacían gestiones para presentarse al enemigo. Cabe cuestionarse, por su firmeza, si los españoles hubieran logrado una paz como la del Zanjón de haber estado vivo.   

El héroe camagüeyano fue uno de los líderes fundamentales en la Guerra de los Diez Años, de los que hubieran acelerado una victoria definitiva. En 1888 José Martí lo calificó como un “diamante con alma de beso”. Su caída en combate aquel 11 de mayo no solo significó la muerte del hombre, sino también una herida de gravedad para la revolución.

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